En agosto de 1976, a pocos meses de su fallecimiento, la ciudad de Santa Fe rindió homenaje al pintor y escenógrafo Héctor Basaldúa.
Hace 49 años, Santa Fe rindió homenaje al artista con una retrospectiva en el Rosa Galisteo. Fue definida como un acto de justicia hacia uno de los artistas más íntegros del país.

En agosto de 1976, a pocos meses de su fallecimiento, la ciudad de Santa Fe rindió homenaje al pintor y escenógrafo Héctor Basaldúa.
El acto tuvo lugar en el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, donde se inauguró una exposición retrospectiva con obras de distintas etapas de su carrera.
Según informó El Litoral el 23 de agosto de ese año, el acto contó con la presencia de autoridades culturales y personalidades del arte.
Las palabras de apertura estuvieron a cargo del Dr. Jorge Taverna Irigoyen, quien destacó la importancia de la muestra y repasó la vida del artista, tanto en su faceta de pintor como en su larga labor escenográfica.
El momento emotivo de la ceremonia llegó con la intervención del pintor Horacio Butler, amigo cercano de Basaldúa.
Butler señaló que participar del homenaje era "una dolorosa misión", producto de una amistad que se había extendido durante más de seis décadas y que lo había llevado a considerar al artista "como una parte de su propia persona".
En su discurso, Butler describió a Basaldúa como "uno de los artistas más completos, profundos y sensibles de su generación", aunque advirtió que esas cualidades habían sido en gran medida incomprendidas por el público.
Destacó la modestia del pintor y su negativa a buscar notoriedad a través de concesiones comerciales. "No hizo jamás la menor concesión a la trivialidad ni sacrificó la calidad de su obra para trascender a los bajos niveles de la popularidad".
Subrayó que Basaldúa había dedicado 30 años a la escenografía del Teatro Colón, lo que consideraba una pérdida de tiempo para la pintura. "Esfuerzo agotador que, como toda tarea de esa especie, termina por llevársela el viento".
El 27 de agosto de 1976, El Litoral publicó una reseña firmada por Taverna Irigoyen, en la que se detallaron los alcances de la muestra. Allí se destacaba que el homenaje era el primero realizado en el país tras la muerte del artista, y que buscaba otorgar un lugar jerárquico a su producción dentro del arte argentino.
La exposición reunió pinturas, dibujos y bocetos escenográficos, que permitieron trazar un recorrido de más de medio siglo de trabajo.
Entre las piezas sobresalían naturalezas muertas de filiación cezanniana, retratos de fuerte carácter -como los de una mujer de la década del treinta y del pintor Jorge Larco-, y varias composiciones florales de gran rigor técnico.
También se exhibieron bocetos escenográficos de obras como "Castor y Pólux" y "Escena mitológica", además de producciones de sus últimos años.
Entre ellas se encontraban escenas urbanas y sociales, como "Cocktail-party" y "El paseo", y representaciones de arrabal, como "El viaje", "La volanta" y "La luna".
Según Taverna, más allá de las influencias europeas en su formación, desde el fauvismo al expresionismo, Basaldúa alcanzó un "vocabulario pictórico personal", caracterizado por una ordenación precisa de planos y gamas cromáticas.
Basaldúa nació en Pergamino en 1895. En 1923 viajó a París, donde asistió a talleres y cursos de formación, y participó del Salón de los Independientes, integrando un grupo de artistas argentinos que comenzaban a ser reconocidos en Europa.
En 1930 regresó al país y, poco después, se incorporó al Teatro Colón como director escenográfico, cargo que desempeñó hasta 1950. Su obra plástica se desarrolló en paralelo, con retratos, paisajes, naturalezas muertas y escenas costumbristas.
A lo largo de su carrera cultivó amistades con figuras como Butler, Spilimbergo, Badi, Bigatti, Neira y Gigli, con quienes compartió la dificultad de abrirse camino en un contexto donde la plástica moderna todavía no gozaba de reconocimiento.
El homenaje de 1976 en el Rosa Galisteo fue, como señaló Butler, "un acto de justicia" hacia un artista que eligió la integridad por sobre la promoción personal.
Para la crítica local, significó también la oportunidad de inscribir a Basaldúa dentro del patrimonio cultural argentino, destacando su aporte tanto en la pintura como en la escenografía teatral.




