El 18 de septiembre de 1974, El Litoral publicó una columna de Jorge Taverna Irigoyen que permite evocar con detalle el panorama de las artes visuales en la ciudad hace medio siglo.
Francisco Puccinelli, Gladys Brusa, Miriam Robbiano, Richard Pautasso, Armando Godoy y Ernesto Fertonani eran protagonistas de una escena diversa. Acuarelas, esculturas y grabados daban forma a un mapa artístico en expansión.

El 18 de septiembre de 1974, El Litoral publicó una columna de Jorge Taverna Irigoyen que permite evocar con detalle el panorama de las artes visuales en la ciudad hace medio siglo.
Entre las acuarelas de Francisco Clemente Puccinelli, las muestras de la Escuela Provincial de Bellas Artes y las tallas en madera de un joven Ricardo José Friggeri, se podía intuir un mapa en formación.
La galería Finuart, en San Martín 2976, abrió en aquel septiembre de 1974 una nueva serie de acuarelas y dibujos iluminados de Francisco Clemente Puccinelli.
El artista santafesino propuso en aquellas obras una mirada viajera, alimentada de los paisajes australes de Chile y Argentina y de ciudades francesas y españolas.
Jorge Taverna Irigoyen escribió que había en ellas un "natural ejercicio del color, de la línea culebreante y rítmica, del espacio trabajado como atmósfera".
Señaló además que Puccinelli, "conocedor del detalle necesario, del acento que califica a determinada construcción o accidente geográfico sobre el horizonte, abrió su paleta con diestro manejo y con emocionada vibración".
El crítico destacó cómo el puerto de La Rochelle, las calles de Marsella o los grises cementos de París convivían sin tensiones con la luminosidad de los paisajes del sur.
Puccinelli ya era un pintor capaz de tender puentes entre geografías distantes sin perder por ello ni la frescura ni la identidad fuertemente anclada en su terruño.
Coincidiendo con el Día del Maestro, la Escuela Provincial de Bellas Artes Juan Mantovani presentó en aquel mismo septiembre una muestra colectiva con obras de sus profesores.
Taverna destacó el mensaje metafísico de Myriam Robbiano, con planos regidos por una armonía controlada, y los aportes de Armando Godoy y Ernesto Fertonani.
En el campo de la escultura, José Costanzo exhibió un desnudo de planos contrapuestos, Miroslav Bardonek presentó una estilizada composición y Roberto Favaretto Forner sumó su sello personal.
El grabado se expresó en dos aguafuertes de Gladys Brusa, a las que se agregó un intaglio de Orlando Romano.
El dibujo estuvo representado por Oscar Esteban Luna, autor de un grafito de simbólicos ensambles, y con las propuestas de Zulma Palacín, Ana María Paris y Richard Pautasso, que exploraron las diversas posibilidades del color.
En otro tramo de la columna, Taverna advirtió la escasez de tallistas en una región rica en maderas. Esa observación le permitió subrayar el valor de un joven que daba sus primeros pasos con decisión: Ricardo José Friggeri, egresado de la Escuela Municipal de Artes Visuales.
La agencia local de Clarín, en San Martín 2009, abrió su sala Roberto Noble para que el artista presente veinte piezas trabajadas en distintas maderas con incisión precisa.
El crítico señaló que en la producción de Friggeri aún faltaba un tono expresivo definido, aunque ya se perfilaban logros ponderables.
Entre ellos destacaban las cabezas "Mi padre" y "El revistero", de honda carga psicológica, y piezas como "Tótem", que abrían caminos hacia una orientación simbólica más amplia.
Taverna lo veía como un cultor serio y diestro en la factura, con el desafío de sostener ese compromiso sin desvirtuar sus aptitudes.




