Rogelio Alaniz
Sakineh Mohamaddi Ashtiani es el nombre de la mujer iraní por la que en estos días gobiernos y militantes de los derechos humanos se movilizan en todo el mundo para reclamar que no sea lapidada. Las presiones internacionales algún modesto resultado obtuvieron. En principio, la condena a muerte fue suspendida y ello permite alentar esperanzas por la vida de esta desdichada mujer que desde 2005 está en la cárcel acusada de adúltera.
En estos cinco años, Ashtiani ha debido atravesar todos los círculos del infierno. Cuando su marido fue encontrado muerto, la acusaron de haber mantenido relaciones sexuales con sus asesinos. A través de la tortura la obligaron a confesar que, además, era responsable de la muerte de su marido, motivo por el cual fue condenada por jueces islámicos a morir lapidada. Dos de los cinco jueces la declararon inocente, pero tres de ellos dijeron que era culpable invocando el principio del “conocimiento del juez”, una coartada jurídica que habilita a los magistrados a dictar condenas sin disponer de pruebas materiales y en nombre de sus “intuiciones infalibles”.
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