Este lunes se cumplieron 30 años de la tragedia de Sa Pereira, uno de los peores accidentes ferroviarios de la historia que dejó un luctuoso saldo de 55 personas fallecidas. En las crónicas periodísticas se ponía de relieve el incesante transitar de ambulancias, bomberos y móviles policiales desde y hacia Santa Fe y Sa Pereira por la Ruta 19 para atender la enorme cantidad de accidentados.
El hecho se desencadenó a las 7.22 del sábado 25 de febrero, cuando, luego de cruzar un colectivo de larga distancia, lo siguió en la maniobra un camión Ford F 600 modelo 1976 con caja y acoplado térmico, con una carga con 25.000 kg de grasa comestible y latas de corned beef, que debía llegar a Córdoba con su carga y fue impactado por el Estrella del Norte que había partido de San Miguel del Tucumán y tenía como destino la estación Retiro. El convoy llevaba 2.130 pasajeros, casi la misma población que sería testigo del accidente.
El convoy que era conducido por Antonio Gore no pudo evitar el choque y la tranquilidad del pueblo fue quebrada por el estruendo del acoplado pulverizándose. Según la crónica de Grandes Catástrofes Ferroviarias, una web creada por Juan Enrique Gilardi en 1999, la locomotora ``había saltado de las vías y se desplomaba volcando paralelo a ellas, el tren siguió su recorrido por cientos de metros hasta que los dos coches del centro se fundieron incrustándose entre sí en un abrazo de hierros y maderas''.
Para los vecinos que se empezaban a acomodar frente al nuevo día, luego del estruendo, ``se escucharon gritos de espanto y dolor que crecieron y que después se fueron apagando hasta convertirse en un coro desentonado de quejidos''.
Los habitantes de Sa Pereira, superados por un centenar de los pasajeros del tren se fueron multiplicando para ayudar, obedecieron órdenes de policías y bomberos que iban llegando desde San Jerónimo, Esperanza, San Francisco, Rafaela, Gálvez, Rosario, Santa Fe, Paraná, así como de otras poblaciones vecinas.
Horas después, el jefe de policía de Santa Fe, coronel Carlos Alberto Ramírez, que encabezaba el trabajo de sus hombres, preguntó asombrado quién era ese paisano corpulento que, con la cara bañada en lágrimas, ayudaba a cargar cadáveres en una camioneta policial. ``Es Oscar Giorda'', le dijeron, y volvió a preguntar: ``¿Policía del pueblo?''. ``No señor, no; él es un vecino más'', le respondieron.