"¿Conoces ese dicho que dice que un minuto de vida sigue siendo vida?". Esa línea, pronunciada en la película "La lista de Schindler", resume el vértigo que atraviesa el libro "El niño que sobrevivió a Auschwitz". No hay música ni escena reconstruida: sólo la palabra, entrecortada por décadas de ausencia, que la autora, Adriana Lerman, viene a devolvernos.
Su primer libro, "El dolor de estar vivo", nació como quien descorre un velo sobre la historia de su abuelo, Shlomo Lerman, un refugiado que escapó a tiempo de la carnicería europea.
Pero "El niño que sobrevivió a Auschwitz" nace desde un lugar más áspero como la deuda, el mandato. Y la necesidad visceral de "romper el silencio" que marcó a fuego a su familia durante generaciones.
Editorial El AteneoEse silencio tenía nombre: Levi Lerman. Era el sobrino de Shlomo. Tenía catorce años cuando el mundo, literalmente, se quebró. Su voz, la que nunca pudo contar lo vivido, ni siquiera a sus hijas, resucita ahora gracias a una narradora que supo hacerse cuerpo con esa historia.
El archivo que encendió la chispa
Todo empezó con una caja olvidada. Cuando murió el abuelo Shlomo, el padre de Adriana descubrió en su departamento más de 120 documentos escritos en cuatro idiomas.
Eran cartas, fotografías, credenciales. Y un objeto en apariencia menor: un yizkor book, libro recordatorio de la ciudad de Ostrowiec, editado en Buenos Aires en 1949 por y para sobrevivientes. Ahí estaba Shlomo. Ahí, también, estaba el germen de todo.
Levi y su padre.Durante la pandemia, y gracias a las preguntas de sus propias hijas, Adriana Lerman se lanzó a una investigación monumental: descifró documentos, cruzó testimonios, reconstruyó archivos perdidos.
Pero lo esencial no estaba en los papeles. Estaba en la voz. Y en su decisión de que esa voz, la de Levi, fuera la que contara todo, en primera persona, desde la mirada de un niño que, sin saberlo, estaba por perderlo todo.
La voz, el cuerpo, la resistencia
"Mi infancia terminó cuando me prohibieron la bicicleta", dice Levi. Esa línea podría ser el epígrafe de un siglo. En Ostrowiec, donde vivía rodeado de amigos, árboles y veranos de cumpleaños, las prohibiciones llegaron como una niebla: primero la escuela, luego la radio, después el bosque. Hasta que llegaron los trenes.
Gentileza Adriana LermanA los 14 años, Levi fue arrancado de su mundo. Sobrevivió al gueto, al contrabando de pan, a los trabajos forzados. Fue deportado a cinco campos de concentración, incluido Bergen-Belsen, donde sería liberado en abril de 1945.
Lo que queda, y lo que el libro subraya, no es solamente la tragedia, sino la entereza. Una voluntad inquebrantable que encuentra su fuerza en el amor filial.
"No tengo la fuerza para contarles a mis hijas. Quiero que tengan una vida nueva, un camino de luz", escribe Levi. Y al mismo tiempo: "Si yo no salgo con vida de esto, ¿quién va a recitar el Kadish (oración de duelo en honor a los fallecidos) por mi familia?".
Documentación tras la liberación, confeccionada por organismos internacionales. Foto: Gentileza Adriana LermanEntre esos dos gestos, el silencio y el tributo, se despliega buena parte del espesor emocional del libro.
La reconstrucción como forma de justicia
Cada página está tejida con algún tipo de documentación original: fichas emitidas por la Cruz Roja Internacional tras la liberación, donde Levi y su padre vuelven a tener nombre, estatura, color de ojos.
Dejan de ser un número. Vuelven al mundo de los vivos. Y esa rehumanización, esa reconstrucción de su identidad, es quizás uno de los mayores méritos del libro. "Pasaron de ser anónimos a tener historia. A estar de nuevo entre nosotros", dice Lerman.
Auschwitz. Foto: Yad Va ShemUna escritura que nace del amor
Lerman lo dice sin vueltas: "la historia me encontró a mí". Y fue ese encuentro el que la transformó. Porque "El niño que sobrevivió a Auschwitz" es la encarnación de una historia familiar que se niega a morir.
La estructura narrativa del libro es sencilla y efectiva: Levi narra su vida desde la mirada de aquel niño. Hay inocencia, ternura, a veces humor. Y sin embargo, en cada palabra está la certeza de que el mundo puede desmoronarse en un día.
Una memoria que late en presente
A diferencia de otros relatos sobre el Holocausto, el libro de Lerman no cae en el golpe bajo ni en la cronología histórica rígida. Es una invitación a preguntarse qué es recordar cuando no quedan testigos directos.
Gentileza Adriana Lerman"Los hijos de sobrevivientes venimos a ser apenas una pequeña velita de vida en un cementerio de muertos sin enterrar", dice Mari, una de las hijas de Levi.
En 1946, Levi se casó con Lola (Lea Richter), otra sobreviviente, en el mismo campo de refugiados donde había sido liberado. Juntos, un año después, se pararon frente al memorial de Bergen-Belsen. La inscripción decía: "Que la tierra no cubra su sangre". Aquel día, sin saberlo, Levi comenzó a escribir esta historia.
Hoy, Adriana Lerman la completa. Con amor, con verdad, y con la certeza de que la memoria, cuando se la convoca con honestidad, no es pasado: es presente.