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Nuevo libro del periodista

Figueras le canta "Valecuatro" a un pasado que, como el presente, fingió normalidad

Su última novela se balancea entre una mirada autocrítica del adolescente que supo ser y un óleo de los oscuros años que la Argentina vivió entre 1976 y 1983.

Figueras le canta "Valecuatro" a un pasado que, como el presente, fingió normalidadFigueras le canta "Valecuatro" a un pasado que, como el presente, fingió normalidad

Miércoles 28.5.2025
 9:30
Leonardo Pez
Leonardo Pez

El nombre de Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) se asocia sin distinción a la literatura y al periodismo. Escribió las novelas “El muchacho peronista”, “El espía del tiempo”, “Kamchatka”, “La batalla del calentamiento”, “Aquarium”, “El rey de los espinos”, “El negro corazón del crimen”, “Todos los demonios están aquí” y “Valecuatro”. En 2019 publicó el libro del Indio Solari, “Recuerdos que mienten un poco. Memorias. En conversaciones con Marcelo Figueras”. Sus obras han sido traducidas a una veintena de idiomas.

Como periodista, entrevistó a personalidades de la talla de Paul McCartney, Woody Allen, Arthur Miller, Mick Jagger, Madonna y Martin Scorsese, además de cubrir la segunda intifada entre Israel y Palestina. Escribió junto con Marcelo Piñeyro los guiones de “Plata quemada” (Premio Goya a la mejor película de habla hispana) y “Las viudas de los jueves”. También es autor de los guiones de “Kamchatka” (mejor guión del Festival de La Habana, y película seleccionada para representar a la Argentina en los Oscar) y “Rosario Tijeras”.

Detonador

La génesis de cada novela es particular y Marcelo Figueras lo sabe; igualmente, halla ecos de otras producciones en “Valecuatro”. Al respecto, revela: “Siempre tengo dos o tres proyectos en carpeta, pero en ocasiones aparece algo de repente, casi mágicamente, y se pone primero en la fila. Me pasó con ‘Kamchatka’ y con ‘El negro corazón del crimen’. Yo no soy un tipo dado a la nostalgia. Pero me di cuenta que este tipo de recuerdos me empezaban a aflorar muy seguido. Me pregunté: ¿Por qué me están viniendo todas estas imágenes ahora? La respuesta que me sigo dando es que tenía que ver con el clima que estábamos viviendo: el periodo que condujo a las elecciones que nos llevaron al presidente que hoy tenemos”, sitúa el escritor y periodista.

El interrogante rebotó en todo el ser de Figueras y se cruzó con una vieja sensación. “Creí entender el punto en común que tenían dos experiencias en apariencia tan disímiles: mi secundaria durante la dictadura y lo que estaba empezando a pasar. Me daba la sensación de que había un juego muy delicado y potencialmente terrible, y que la mayor parte de la gente no se estaba dando cuenta cuán trascendente podía llegar a ser esa elección. A lo mejor tenía sentido contar esta historia para que no fuese meramente un ejercicio de la memoria, una especie de ‘Juvenilia’ o de ‘Amarcord’ personal. Pensé que podía llegar a servirle, en particular, a mucho lector joven que no vivió en aquella época para darse cuenta hasta qué punto tenemos que estar alertas en determinadas circunstancias. Si bien el detonador fue una situación muy concreta, de alguna manera hace décadas que vengo escribiendo esto en mi cabeza y en mi cuerpo, por eso la escritura fue tan natural y tan fluida”.

“Hace décadas que vengo escribiendo esto en mi cabeza y en mi cuerpo; por eso la escritura fue tan natural y tan fluida”. Foto: Gentileza Penguin

Signos

“Valecuatro” es un coming-of-age hecho y derecho. Asistimos al crecimiento (como toma de conciencia y como manejo del cuerpo) del protagonista: un Figueras que transita el sinuoso camino de la preadolescencia a la adolescencia quedando al borde de la adultez. En todo caso, el adulto es el que visa la historia, es el editor respetuoso de su yo del pasado.

La novela contiene en su interior una catarata de giros, metáforas y signos del horror. “El señor huesos” es un esqueleto humano utilizado en las clases de Biología, pero bien sabemos lo que representa para ese momento de la Argentina hablar de huesos. El amigo Froi encarna, por un lado, el desarrollo del paladar artístico y la necesidad de compartirlo con su par, y por otro lado, una sensata preocupación por el estado de las cosas que pareciera repercutir en su salud. También, se puede consignar el gesto del autor de emparentar las bombas con los signos de admiración (resuena el análisis de Constanza Michelson en “Nostalgia del desastre” -Seix Barral, 2024- acerca de los signos de puntuación de la historia). Hay un campo minado en el modo de decir.

“Los signos estaban, a pesar del trabajo deliberado por parte del poder para ocultarlo”, explica Figueras y nos lleva a las señas del truco, subterfugio de algo que no se dice. “Todo parecía absolutamente normal, sino no hay forma de explicar por qué yo desarrollé una fobia a la policía cuando se supone que estaba de mi lado. Era alguien en quien yo podía confiar y a quien podía apelar en cualquier situación de peligro. Sin embargo, mi sistema de alarma de supervivencia me indicaba que si existía algún peligro corría por ahí. De alguna manera, aquello que estaba codificado en elementos de nuestra realidad, funcionaba en mí de una manera preconsciente”. Creer o reventar: luego de que Marcelo siga esto, suena una alarma en la oficina de Radio Provincia en La Plata.

En este punto de la entrevista, el autor de “Kamchatka” nombra por primera vez al tipo que le cambió la mirada y la mano. “Existían cifras, códigos a los que uno podía llegar con cierto trabajo, a la Walsh. Podía llegar a decodificar para entender lo que estaba pasando. No disponía de casi ningún elemento político de la madurez en ese momento, pero obviamente la parte más profunda, original o reptil de uno, funcionaba como una antena que captaba estas cosas”.

“Descubrir a Walsh fue el clic prodigioso que me permitió la síntesis [entre literatura y periodismo]. Era la figura oculta que yo necesitaba para encontrar un camino”, agradece el autor de “Valecuatro”. Foto: Archivo El Litoral

Literatura del usted

El narrador de “Valecuatro” se dirige a la comunidad lectora utilizando, más de una vez, el guiño canchero -más no irrespetuoso- del Usted. Arrabalero, diríamos. Cuando se lo inquiere al respecto, Marcelo desestima haber intentado tallar un lector o lectora ideal. “Pensaba, sí, que fuera lo más amplio posible”, admite, en tanto que reconoce en el modo de la segunda persona del singular elegida “una forma de crear cierta complicidad y, a la vez, respeto”. Igualmente, avisa que “son esas cosas que uno no percibe conscientemente”, pero en un entorno “amistoso chacotero”, suele dirigirse a sus pares con el Usted. “Qué sé yo, a veces hablo así con el Indio o con Marcelo Piñeyro”.

En este sentido, entiende Marcelo que se filtra el humor haciéndole una finta cariñosa a la cortesía. “Son personas con las que uno tiene un grado de intimidad que por supuesto torna innecesario esa aparente distancia, pero es al revés: es como decir, yo estoy chacoteando con usted pero eso no significa que no lo respete mucho. Quizás, eso podría sintetizar la clase de relación que yo estaba buscando con el lector o la lectora”.

Pasando del Usted al yo, vale decir que la novela se bambolea en la tensión entre la ficción y el periodismo, tratando de responder en qué medida sobrevivimos a la dictadura. “Estuvo siempre”, dice Figueras sobre ese tire-afloje de pulsiones de escritura. “Claro, al principio la ficción era el lugar soñado. No fue elegido de esa manera porque uno aprende a amar la ficción desde muy temprano, mucho antes de que pueda empezar a expresarse de manera articulada incluso. En esa época, para mí, era mi burbuja de protección, a diferencia de muchos de mis coetáneos que, a esa altura del partido ya tenían militancia política. Yo venía de una familia clase media, típica del barrio de Flores, muy apartidaria, por no decir totalmente apolítica. Todo lo que me gustaba pasaba por las novelas, los cómics y las series que consumía, por las películas y la música que me encantaban. Era un mundo ideal, parafraseando una canción de un clásico animado de Disney”.

“No traté de tallar un lector o lectora ideal. Mi deseo es que pudiese ser lo más amplio posible”. Foto: Gentileza Pablo José Rey

Clic prodigioso

Puertas adentro de “Valecuatro”, Figueras afirma que su programa literario orbita en torno al “Nunca Más”. Llamado a ampliar las preocupaciones de su pulsión redactora y las tensiones o préstamos entre ficción y periodismo, no tiene dudas en volver a Rodolfo Walsh. Empezó por “Operación masacre” y continuó con sus cuentos. “Descubrir a Walsh fue como el clic prodigioso que me permitió la síntesis. Yo no había podido echar mano a sus libros durante la dictadura. Era la figura oculta que yo necesitaba para encontrar un camino”, agradece hoy Marcelo.

El escritor de la “Carta Abierta a la Junta Militar” impactó de ese modo al joven periodista que despuntaba el vicio en Humor y El periodista de Buenos Aires. Walsh, resume Figueras, era “lo mejor de los dos mundos”. Dos mundos (periodismo y literatura de ficción) que en la mente de nuestro entrevistado se batían a duelo. La ficción era un lugar de protección ante cualquier peligro, y el periodismo se ubicaba en el estante de un trabajo posible. “Tanto en mis años de estudio como en los primeros años de carrera traté de seguir compartimentalizando la cosa de este modo: la ficción es lo que yo amo, y esto (el periodismo) es mi curro con el que llego a fin de mes. Para mí no tenían nada que ver. Escribí una primera novela que nunca se publicó. Y todo el tiempo la realidad me llevaba... me iba a la ficción y me traía la realidad de vuelta, me iba al periodismo y me encontraba con historias que me daban ganas de contar. Siguió siendo una tensión fuertísima, algo que me angustiaba, que verdaderamente me tironeaba, hasta que descubrí y entendí a Walsh”.

Entenderlo fue, también, posicionarse. En los años del retorno democrático, persistía en la mirada de Marcelo un único modelo de ficción, el borgiano. “Donde la ficción se contamine de algo de realidad ya es un best seller, una versión menor. Esto pesaba sobre nosotros. Tenías que hablar de bibliotecas, de otras civilizaciones, de tu propio ombligo. Yo no quería ser un escritor que solo habla de libros o hace metaficción”. Aquí aparece la llave maestra: Rodolfo Walsh. “Hablaba de las cosas que estaban pasando; no significaba necesariamente hacer realismo. Temas que tienen que ver con responderte las circunstancias esenciales de la vida: ¿qué clase de lugar es este?, ¿qué clase de tiempo me ha tocado vivir?, ¿cómo quiero vivir?, ¿cómo resuelvo la cuestión del amor? ¿y la libertad? Walsh podía hablar de las cosas importantes con una prosa y con un nivel literario de excelencia. Entendí que la ficción y la realidad no tenían que ser agua y aceite, que había una maravillosa manera de mezclarlos. Recién a partir de ‘Kamchatka’ empecé a sentirme tranquilo y darme cuenta de que ya estaba pudiendo navegar con gozo y con verdadero disfrute en el medio de esto”.

Fingir normalidad

Partiendo de lo antedicho, la estrategia que adoptó el guionista de “Plata quemada” en su última novela fue hacer zoom en el carácter cinematográfico de la trama. En un fragmento habla de Jorge Rafael Videla como un director de cine de la Argentina de aquellos años, o hace un plano detalle en la arenga de un señor a la Selección campeona en 1978, como si estuviera padeciendo. Fingiendo, en vez de demencia (frase recontra hecha), normalidad. Sobreactuando normalidad.

Uno se pregunta, entonces: ¿Cuál será el vínculo que tenemos los habitantes de este suelo con lo espectral, con las apariencias? “Ese es el tema de la Argentina contemporánea”, suelta como preludio de una risa Figueras. “En un momento de nuestra historia, de los senderos que se bifurcan, tomamos un camino muy feo. Una fecha muy clara y muy reveladora es el 9 de junio de 1955 [el Bombardeo de Plaza de Mayo]. Yo eso no lo escuché nunca en toda mi educación: ni en la primaria ni en la secundaria. Fue la masacre antes de la ‘Operación masacre’. ¿Cómo podés no hacer el esfuerzo por metabolizar históricamente una cosa tan demencial? Los responsables directos usurparon el gobierno en septiembre del ‘55 y echaron un tupido manto -como diría Mark Twain- sobre ese hecho. Y un sector del pueblo argentino consintió en silencio. Porque le daría horror o no le gustaría lo que pasó pero estaba chocha con la caída del gobierno de Perón. Barrió la mugre abajo de la alfombra y esa mugre terminó fermentando, haciendo metástasis en la sociedad”.

Marcelo trae a colación una reflexión de Martín Oesterheld conocida hace unos días. “Él dijo que sin el bombardeo del ‘55, ‘El Eternauta’ no hubiese existido -por lo menos así-. Yo en la novela digo que sin el bombardeo no hubiese existido el 24 de marzo. Porque se dieron cuenta de que podían hacer una barbaridad, una canallada, una masacre y no pagar el más mínimo precio. La impunidad histórica genera esto: empezamos fingiendo normalidad, empezamos jugando con el ‘acá no pasó nada’ cuando pasaron cosas tremendas”.

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