La auténtica historia de amor de la película “Casablanca” (1942) no es la de Ilsa Lundt (Ingrid Bergman) y Rick Blaine (Humphrey Bogart), quienes podrán conservar por toda la eternidad sus días de champán y salidas nocturnas en el París de los días previos a la ocupación nazi. Es, en realidad, la de los cinéfilos con la película. De tal calibre es este romance, que se mantiene en pie casi 80 años después con el mismo vigor con el que se vivió desde el primer día. Si, como dijo François Truffaut, “Citizen Kane” (1941) es la obra que alimentó mayor cantidad de vocaciones de cineastas a lo largo y ancho del mundo, “Casablanca” es la que generó mayor cantidad de frases célebres: “creo que este es el inicio de una hermosa amistad”, “de todos los bares de todas las ciudades del mundo ella ha tenido que entrar en el mío”, “detengan a los sospechosos habituales”, “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, “recuerdo cada detalle, los alemanes vestían de gris, tú de azul” y la que se parafrasea en el título de esta nota.
Quizás con “El padrino” como excepción, “Casablanca” es la más querida entre las ganadoras del Oscar a la Mejor Película. Y una de las que alimentó mayor cantidad de homenajes desde las pantallas (“Sueños de un seductor”, dirigida por Herbert Ross y protagonizada por un joven Woody Allen, admirador de Bogart), parodias (en productos tan diversos como “La pistola desnuda”, “Plaza Sésamo”, “Los Simpson”, que ofrecen un desopilante final alternativo y “Los simuladores”, en el capítulo titulado “El pacto Copérnico”) o veladas remakes (“Caboblanco”, de 1980). Al punto que un reciente estreno de Netflix, el film“Curtiz”, hace referencia al proceso de filmación de “Casablanca” y la relevancia que tuvo el director, Michael Curtiz, para su conversión en mito, más allá de sus bien perfilados personajes (los mejores, el policía Renault de Claude Rains y el malogrado falsificador que interpreta Peter Lorre) y su arrebatadora historia de un amor que no se puede consumar por los efectos de la guerra.
Puede resultar curioso que un film centrado en buena parte en el rodaje de uno de los filmes americanos más emblemáticos sea de origen húngaro. Pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que la trama se focaliza sobre el director de “Casablanca”, Michael Curtiz, nacido en Budapest a fines del siglo XIX, más tarde radicado en Hollywood y devenido en el creador de películas de indudable interés (“El capitán Blood”, “Las aventuras de Robin Hood”, “Ángeles con caras sucias” y “Yanqui Dandy”) pero que nunca alcanzaron, ni mucho menos, el aura mítica de su obra maestra.
Filmada en blanco y negro, “Curtiz” es una meticulosa descripción del contexto histórico que rodeó la producción de “Casablanca”, justo en los tiempos en que Estados Unidos se empezó a involucrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial luego del ataque de los japoneses a Pearl Harbor, otro hecho histórico aludido con frecuencia por el cine norteamericano.
También es un atractivo repaso por los numerosos problemas que rodearon a la filmación y que resultaron determinantes (cuentan las crónicas de la época) para su jerarquía de obra de culto. Desde el guión inacabado hasta el final hasta los problemas familiares del director. Pero es, esencialmente, una mirada sobre la determinación y fidelidad de un artista para imponer su idea y tratar de consumarla más allá de las presiones.
En parte inspirada en hechos reales, en parte dramatizada para pulir el atractivo de la historia y adaptarla al gusto del público masivo que utiliza la plataforma Netflix, lo que demuestra en definitiva “Curtiz” es como el universo mítico que se construyó a lo largo de las décadas en torno a “Casablanca” es inagotable.