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A 100 años de su natalicio

La historia de un papelero inmigrante, su tío disfrazado de mujer y el vínculo con Dreyfus

Llegó a Rosario huyendo de la pobreza y de la persecución a su colectividad. Curiosidades de una de tantas vidas de inmigrantes en estas orillas que son de un valor intrínseco al ADN argentino.

La historia de un papelero inmigrante, su tío disfrazado de mujer y el vínculo con DreyfusLa historia de un papelero inmigrante, su tío disfrazado de mujer y el vínculo con Dreyfus

Lunes 19.2.2024
 19:19
Hagar Blau Makaroff
Hagar Blau Makaroff

El pasado 31 de enero se cumplieron 100 años del nacimiento de mi abuelo, Pablo Makaroff, un próspero papelero de Rosario que arribó huyendo de la pobreza y de los pogromos a estas costas cuando tenía el primer año de vida desde Ucrania (entonces parte del Imperio Ruso). Fue por ese aniversario que, leyendo sus registros de nuestros antepasados, encontré curiosidades del estilo familia Buendía con nombres repetidos, uniones endogámicas y ejemplos de la tenacidad -como un tío que inmigró disfrazado de mujer para evitar ir a la guerra- en una historia de cinco generaciones atrás, hasta mediados del 1800.

Las historias de inmigrantes en estas orillas son, como se podía valorar en la serie de Juan José Campanella “Vientos de Agua”, de un valor intrínseco al ADN del argentino, porque todos, italianos, españoles, rusos, polacos, vinieron a comienzos del siglo pasado muertos de hambre escapando de las miserias de varias guerras, en busca de un destino nuevo en esta tierra fértil que les dio educación y trabajo.

Entre esas miles de historias incontables llenas de esfuerzo, el pasado 31 de enero vino a mi memoria la de mi abuelo Pablo -que nos dio este apellido de “hijos de Macar”-, al cumplirse 100 años de su nacimiento en Yekaterinoslav, ciudad del imperio ruso donde hoy es la ciudad ucraniana Dnipropetrovsk.

A partir del pedido de mi prima Maayan, un día, hace unos 20 años, mi abuelo Pablo se puso a escribir la historia familiar hasta las generaciones que él conocía, sus bisabuelos materno y paterno, o sea mis tatara-tatara abuelos. Y desde entonces en la familia tenemos algunos pocos registros sobre cinco generaciones. Todo esto es a partir de que mi bisabuela María le narró todo lo que ella recordaba a mi abuelo.

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Gracias a María, y gracias a mi prima Maayan por pedirle a nuestro abuelo que escribiera el registro, hoy puedo contar esta historia familiar, que es un reflejo de miles de otras que cuentan la persistencia del linaje, la tenacidad de empezar de nuevo tantas veces, luego de perder todo lo construido, de ser perseguidos y empobrecidos.

Al inicio de su ensayo, Pablo reflexionó sobre estos orígenes: “Inevitablemente es la historia de la humanidad en ese período, con todo su drama, sufrimiento y lucha, los que siempre imprimieron su sello dramático en los pobres seres humanos a quienes les toca vivir en cada una de esas épocas. Y esos seres humanos, a quienes sólo se les podría reprochar su medianía, adquieren carácteres insospechados y alcanzan estaturas no imaginadas, cuando se considera la vorágine de luchas históricas en que se vieron envueltos y en la forma dramática en que esos hechos influyeron en su vida, salud y destino”.

La historia del linaje tiene mucho de la familia Buendía (en la novela Cien años de soledad, de García Márquez), porque el nombre Pablo por ejemplo se repite tres veces: el bisabuelo de mi abuelo se llamó Pablo Solomonoff (sí, también tenemos un parentesco lejano con la cineasta Julia), y su nombre fue repetido en un tío de mi abuelo, para finalmente recaer en Pablito, el papelero rosarino que muchos hoy recuerdan como un comerciante honrado, que no dejó empleado sin indemnizar cuando debió cerrar su negocio con la crisis tras 40 años en pie. Como el de Pablo, el nombre León se repite en varias generaciones, así como Boris y Miguel.

En varias ramas de los orígenes coincide también que fueron llamados a la guerra, y todos ellos entendían que la vida les valía más que morir enrolados “en nombre de ideas confusas de patria, soberanía y derechos imperiales”, en palabras de mi abuelo Pablo.

En esta historia familiar era distintiva la endogamia, un rasgo usual en comunidades judías de la época: dos hermanas que se casaron con dos hermanos, los bisabuelos de Pablo, y más cerca en estos tiempos, volvió a ocurrir con mis padres y tíos. Al menos en estos casos al menos se trataba de dos familias unidas en dos lazos. Lo más endogámico fueron los papás de mi abuelo, María y Efrem, que eran primos entre sí, hijos de dos madres hermanas. La última de las coincidencias que encontré fue en la multinacional cerealera Dreyfus: las cuatro generaciones que mi abuelo registró trabajaron relacionadas a ésta, incluido él.

Los orígenes en Crimea, los pogromos y las guerras sucesivas

El primer Pablo del que se tiene registro, su bisabuelo Solomonoff, habría tenido hasta 24 hijos, ya que tuvo cuatro matrimonios sucesivos, y al parecer en varias ocasiones repitió también algunos nombres. Era un terrateniente fructífero que vendía trigo a Dreyfus en la península de Crimea. De todos esos hijos, Gregorio y Abraham se fueron en su adolescencia a Odessa a buscar una vida, y allí conocieron a las hermanas Belozercovsky, Ana y Agustina. El abuelo de mi abuelo era Gregorio, y se casó con Agustina, mientras que Abraham se casó con Ana.

De la misma península de Crimea era el otro bisabuelo de Pablito, llamado Boris Belozercovsky, el padre de Agustina y Ana, quien tuvo también dos hijas más, Vera y Luba. Como decíamos sobre la endogamia, el caso más impactante es el casamiento entre primos (mis bisabuelos María y Efrem), y se trata de los hijos de Agustina y Gregorio, y de Vera y Miguel, el portador del apellido misterioso del sur, Makaroff.

Cabe volver sobre algo de la vida de aquel tatara tatara abuelo mío, Boris, quien era un fructífero terrateniente que colaboró con miles de caballos para el zar en la guerra de Crimea. Pero como decía Pablo al comienzo, fue uno de esos seres humanos a quienes “sólo se les podría reprochar su medianía”, ya que el zar Alejandro II decidió al asumir que los judíos no podían poseer tierras en Rusia, y un día de repente un escuadrón de cosacos confiscó todas sus propiedades, y fue así que se mudó a Odessa con sus cuatro hijas.

Con el comienzo del nuevo siglo comenzó la guerra ruso-japonesa, y los hermanos Solomonoff fueron llamados a enlistarse pero ninguno de ellos quería morir por el zar antisemita. Fue así la primera inmigración de mi familia: Abraham escapó a la Argentina. Mientras que Gregorio se hizo arrancar todos los dientes para que al llamarlo quede desestimado, por lo que usó postizos el resto de su vida.

La guerra terminó con una aplastante victoria japonesa, y el gobierno descargó su fracaso sobre los judíos, fomentando los pogromos (persecuciones antisemitas desde el siglo anterior al nazismo) a lo largo y a lo ancho del imperio ruso. Fue allí que Gregorio y su familia supieron que en Argentina había colonias de judíos en los campos para labrar la tierra en un lugar llamado Pampa, donde había gauchos que tomaban un yuyo llamado mate. Pero faltaban años para llegar a esa tierra prometida.

Entretanto Miguel, el portador de nuestro apellido Makaroff desde algún lugar del sur del imperio ruso, era dueño de un aserradero, y junto a Vera Belozarcovsky tuvo seis hijos, uno de ellos Efrem, el padre de mi abuelo. A esa parte de la familia también le llegaron los pogromos, y en 1907, debieron vender el aserradero y emigrar con su familia a Suiza, donde criaron gallinas hasta que calmó nuevamente el clima de época y regresaron.

Pero no duró mucho la tranquilidad cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, y millones de jóvenes fueron reclutados para morir bajo las balas, los obuses y los gases venenosos. Los hijos varones de Miguel, se puede decir que tuvieron suerte de ser llamados para ir al frente, porque el mayor ya estaba casado y con un hijo, otro de nombre Pablo prefirió disfrazarse de mujer y se escapó a la Argentina en 1914. Y Efrem, el padre de mi abuelo, tenía muy mala salud, por lo que fue destinado a servicios auxiliares.

Efrem, en una foto de estudio en Yekaterinoslav.

Los tiempos del imperio ruso estaban contados, entre la corrupción y los movimientos de obreros socialistas que buscaban abolir la monarquía y comenzar a gestar una república moderna. En 1917 estalló la revolución y empezó una guerra civil, en la que peleaban los alemanes (en defensa del zar Nicolás y su esposa de origen germánico), los austríacos, los rusos blancos, los rojos bolcheviques, los nacionalistas ucranianos y los guerrilleros anarquistas.

En 1922, con el triunfo del ejército rojo, Lenin tomó el poder con su revolución, pero el país estaba totalmente destruido: los campesinos habían dejado de trabajar sus tierras, no funcionaban los transportes, y la gente moría de hambre en las calles.

Entonces Miguel y Vera junto a todos sus hijos se mudaron a la ciudad de Yekaterinoslav, donde ya vivía la familia de su hermana Agustina y Gregorio. Fue así que los primos crecieron cerca, y María, hija de Agustina, y Efrem, hijo de Vera, se casaron en 1923, y un año después nació el abuelo Pablo.

Cansados de persecuciones y de hambrunas, los jóvenes María y Efrem querían un futuro más próspero, y Pablo (el tío que escapó 10 años antes vestido de mujer) les contó de esta tierra llena de trabajo, y les mandó por correo los pasajes para inmigrar a la Argentina con su bebé.

Pablito cumplió el primer año de su vida a bordo del vapor inglés Avon, que luego de meses de viaje, desembarcó en febrero de 1925 en el puerto de Buenos Aires.

Un linaje de cerealeros y el oficio de vender papel

Como mencionaba al comienzo, además de nombres repetidos y endogamia, algo que se repitió en cuatro generaciones fue el vínculo laboral con la firma Dreyfus, que comenzó según el registro familiar, con el tatara tatara abuelo Pablo Solomonoff como vendedor de trigos a esa multinacional desde la península de Crimea, a mediados del 1800.

Su hijo Abraham, el primer familiar que inmigró a la Argentina al escapar de la guerra ruso japonesa en 1905 fue un próspero comerciante también. Llegó a ser gerente de la firma Dreyfus en el interior, con sede en Rosario, donde era miembro de la Bolsa de Comercio, y fue en medio de una reunión en aquel edificio del corazón del microcentro rosarino donde murió de un síncope.

Fue él quien consiguió entonces un trabajo en Dreyfus para mi bisabuelo Efrem recién inmigrado con su joven familia. El trabajo era en la ciudad de Puerto General San Martín, en el cordón industrial. Desde entonces vivieron en esa ciudad, donde nacieron sus otros hijos después de Pablo: Miguel, Alejandro, Valentín y León.

Efrem ganaba un sueldo que apenas alcanzaba para comer. Cuando se perdía una cosecha o no había exportaciones, era suspendido por meses y empeoraba el asunto económico. Fue por esa realidad en Puerto General San Martín, y porque allí no existían los colegios secundarios que Pablo y sus hermanos debieron dejar sus estudios escolares y comenzar a trabajar cuando llegaban a los 13 años para traer algún dinero a su casa.

Pero Pablo nunca dejó de estudiar de manera autodidacta: leía la realidad a través de los diarios cada mañana, y se ocupaba de instruirse con enciclopedias para mejorar su léxico. “Cuando cumplí 13 años, al día siguiente empecé a trabajar como cadete en la oficina de Dreyfus, y desde entonces estoy trabajando”, fueron las palabras de Pablo Makaroff en sus memorias, quien luego de ser cadete entró en una aceitera de unos comerciantes alemanes, y en ésta prosperó de tal manera que pasó a ser gerente en Rosario.

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Tenía un buen sueldo, y un terreno cerca de la fábrica donde construyó un hermoso chalet. Fue en esos tiempos que conoció a mi abuela, Beatriz Yarsky, y después de ocho meses de noviazgo, se casaron en noviembre de 1956.

Vinieron a vivir en Rosario, donde nacieron sus tres hijas Inés, Marcela y Patricia, y donde comenzó a vender papel, negocio en el que encontró su metier. Levantó la Papelera Makaroff, que vivió durante unos 40 años, y fue conocida por gráficos, imprenteros y comerciantes de la región, hasta que una de tantas crisis económicas lo obligó a cerrar la persiana, cuando ya era un jubilado que seguía trabajando.

Mi abuelo Pablo falleció en agosto de 2016, y mi abuela Beatriz cinco meses después. Todos sabíamos que se iban a ir uno detrás del otro por el vínculo fuerte que los unía. La de él es una historia de persistencia, de un niño que inmigró bebé, tuvo una infancia humilde y llena de trabajo, pero su amor al saber y sus valores levantaron a estas nuevas generaciones makaroffianas: gracias a su oficio de papelero sus tres hijas hicieron carreras universitarias. Tiene seis nietos y seis bisnietos pequeños. Y el pasado 31 de enero, levantamos las copas en recuerdo de ese próspero inmigrante que nos trajo al mundo, Pablushinka de Yekaterinoslav.

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