En Rosario, cada año miles de personas mayores se anotan en un aula universitaria. Llevan cuadernos, escuchan, preguntan, discuten, se ríen. Lo hacen con el mismo entusiasmo que quien empieza una carrera, aunque en este caso el objetivo no sea un título ni un examen final. Buscan algo que se parece más al sentido de pertenencia: aprender como forma de estar vivos.
La Universidad de Personas Mayores (UPM) de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) es hoy una de las experiencias más singulares del país. Nació en 2011 como una propuesta de extensión y, con el paso de los años, se consolidó como un espacio académico y social de referencia para una población que crece y demanda nuevas maneras de participar en la vida universitaria y comunitaria.
Un cambio de época
El siglo XXI trajo consigo una transformación silenciosa, pero profunda: el mundo envejece. En Argentina, el último Censo Nacional mostró que el índice de envejecimiento —la cantidad de personas mayores de 65 años por cada 100 menores de 14— ya trepó a 53, y las proyecciones estiman que en menos de dos décadas habrá más personas mayores que jóvenes.
En la provincia de Santa Fe, casi el 18 % de la población supera los 60 años, y en Rosario ese fenómeno se acentúa: en el distrito Centro, por ejemplo, las personas mayores de 65 representan el 17 % de la población, cuatro puntos por encima de la media nacional.
En Rosario, cada año miles de personas mayores se anotan en un aula universitaria.Estos números no son sólo un dato demográfico. Hablan de una sociedad que cambia su composición, su ritmo y sus necesidades. Hablan también de vínculos que se reconfiguran y de una urgencia: cómo acompañar a una población que vive más años, pero necesita vivirlos con sentido, con vínculos y con proyectos.
El origen de una política universitaria
La Universidad de Personas Mayores tiene su raíz en una idea que se sostiene desde hace más de una década: la educación como herramienta de inclusión y ciudadanía a lo largo de toda la vida.
En 2011, cuando se creó el entonces Programa Universidad Abierta para Adultos Mayores, se trató de una iniciativa pionera que reunía cursos propuestos por las distintas facultades y escuelas medias de la UNR. Aquella primera edición ofreció 14 cursos, entre los cuales predominaban las áreas de arte, historia, literatura y filosofía.
La demanda superó todas las expectativas. A partir de ahí, el programa creció de forma exponencial: llegó a ofrecer más de 100 cursos en 2017, con una matrícula que alcanzó cifras impensadas para un proyecto de extensión.
Hoy, ya con el nuevo nombre —en línea con la Convención Interamericana sobre los Derechos de las Personas Mayores (2016), que recomienda abandonar la expresión “adultos mayores”—, el programa cuenta con alrededor de 2.000 estudiantes activos que cursan entre una y tres propuestas anuales o cuatrimestrales. Se inscriben en el Sistema SIU Guaraní, como cualquier otro estudiante universitario.
“Cada día pasan por nuestras aulas cientos de personas mayores que traen inquietudes, agradecimientos y demandas. Ese contacto diario es nuestro termómetro”, explica Santiago Vieytes, psicólogo y director del programa desde agosto de 2023.
Para Vieytes, la Universidad de Personas Mayores es mucho más que una oferta educativa: “El verdadero impacto no se mide en exámenes, sino en abrazos, en amistades que nacen, en proyectos compartidos. El encuentro con otros es el indicador más claro del envejecimiento activo”.
Un aula para seguir siendo parte
La estructura académica de la Universidad de Personas Mayores es diversa y dinámica. Los cursos se organizan en ciclos cuatrimestrales o anuales, y cada docente presenta una propuesta que se evalúa y aprueba institucionalmente.
Hay talleres de escritura, filosofía, historia del arte, teatro, expresión corporal, percusión, yoga o incluso magia. La amplitud de la oferta revela una convicción de fondo: el aprendizaje no tiene edad ni límite temático.
El programa cuenta con alrededor de 2.000 estudiantes activos.Más del 70 % de quienes asisten han cursado estudios universitarios o terciarios. Muchos fueron docentes, profesionales o técnicos, y encuentran en este espacio la posibilidad de volver a pensar, discutir, crear. Sin embargo, Vieytes aclara que el objetivo no es solo satisfacer el deseo de formación, sino fortalecer los lazos sociales quebrados por la soledad.
“El 70 % de nuestros estudiantes fueron profesionales. Aun así, los contenidos de los cursos terminan siendo, muchas veces, una excusa para encontrarse con otros y paliar lo que, para mí, es la verdadera pandemia del siglo: la soledad”, reflexiona.
Esa búsqueda de comunidad se nota en las inscripciones, que cada año desbordan las aulas. “El día que abrimos las inscripciones se acercan entre 800 y mil personas. Hay cursos que se llenan en minutos. Algunos vienen a cursar con el mismo docente desde hace años, otros se anotan en algo nuevo solo por curiosidad. Pero todos comparten la necesidad de estar, de seguir siendo parte”, cuenta Vieytes.
El aula como lugar de encuentro
La vida cotidiana del programa combina la lógica universitaria con una energía singular. Los cursos se dictan en distintas sedes de la UNR, pero también en espacios descentralizados de la ciudad. En 2024 y 2025, la coordinación impulsó una convocatoria general para reorganizar y diversificar la oferta académica, incorporando nuevas facultades y docentes jóvenes.
“Queremos que este sea también un espacio de formación para futuros docentes y para estudiantes que no tuvieron experiencia en trabajo con personas mayores. Es importante porque vamos hacia un mundo más envejecido y necesitamos construir ciudadanía universitaria también desde ahí”, sostiene Vieytes.
La descentralización no sólo amplía la cobertura territorial, sino que democratiza el acceso y multiplica las experiencias. En los distritos de Rosario, los talleres funcionan como verdaderos núcleos comunitarios donde se tejen redes y se recupera algo esencial: la sensación de pertenecer a un colectivo.
Datos que hablan de una transformación
Desde el año pasado, la UPM implementó una encuesta de evaluación para conocer el perfil y las percepciones de sus participantes. En 2024 la respondieron cerca de 600 personas. El relevamiento incluye información sobre edad, estudios alcanzados, barrio de residencia, cómo conocieron el programa y qué cambios perciben en su vida desde que forman parte.
Los resultados confirmaron lo que el equipo intuía: la mayoría de los participantes siente mejoras en su bienestar emocional, su autoestima y su vida social. Muchos también mencionan que retomar el aprendizaje les permitió reconectarse con la curiosidad y con la posibilidad de planificar el futuro. Esa sensación de continuidad vital parece ser uno de los grandes logros del programa.
El programa cuenta con alrededor de 2.000 estudiantes activos.En palabras de Vieytes: “Durante todo el año nos devuelven abrazos, regalos, lágrimas, agradecimientos. Hay algo muy potente ahí, un cariño que se sostiene en el tiempo. También hay críticas, por supuesto, pero siempre desde un lugar de amor y de compromiso con lo que hacemos”.
Una universidad que también aprende
La UPM no está exenta de desafíos. El crecimiento sostenido del programa genera tensiones en la gestión de cupos, espacios y presupuesto. “Muchas veces se arman cuellos de botella: cursos que se llenan rápido y otros que cuesta más difundir. Nuestro desafío es lograr que los grupos roten, que nadie quede afuera y que podamos sostener la calidad de la experiencia”, reconoce Vieytes.
El equipo busca respuestas creativas: convocatorias abiertas para nuevos cursos, articulación con las unidades académicas, formación de nuevos docentes y una política de descentralización que permita llegar a todos los distritos. La meta es clara: que el derecho a aprender y compartir no dependa de la edad ni del barrio.
Además de su función educativa, el programa articula con instituciones que trabajan en temas de salud, bienestar y detección temprana de enfermedades como el Alzheimer, aunque su eje principal sigue siendo el envejecimiento activo.
“No medimos cuestiones cognitivas ni de salud, pero vemos todos los días los efectos positivos de encontrarse, de vincularse, de construir algo con otros. Esa es nuestra mayor evidencia”, resume Vieytes.
Envejecimiento activo, un desafío global
La Organización Mundial de la Salud define el “envejecimiento activo” como el proceso de optimizar las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen. La experiencia de la Universidad de Personas Mayores se inscribe dentro de las políticas globales que promueven el aprendizaje permanente y la participación social.
El fenómeno tiene una dimensión local evidente: Rosario y el Gran Rosario son áreas con un índice de envejecimiento superior al promedio nacional, pero también con una fuerte red de instituciones educativas y comunitarias.
Allí la UPM cumple una función simbólica y concreta: poner a las personas mayores en el centro de la vida universitaria, no como beneficiarios de una política asistencial, sino como protagonistas de un proceso cultural.
“La universidad es un territorio para todas las edades”
Vieytes suele repetir que lo más importante no es la edad, sino el deseo. “Lo más emocionante es ver cómo defienden este espacio. Cuando alguien se queda sin lugar en un curso, te dice ‘no me importa, voy igual’. Y van igual. Se sientan en el pasillo, escuchan desde la puerta. Hay una pasión enorme, una energía que desmiente cualquier prejuicio sobre la vejez”.
En esa escena cotidiana —un aula llena, una discusión, una risa compartida— se resume la razón de ser del programa. La universidad no es solo un edificio ni una estructura burocrática: es, sobre todo, un territorio de encuentros. Y la Universidad de Personas Mayores es una de las expresiones más luminosas de ese principio.
Un futuro que ya llegó
Los organismos internacionales coinciden en que el envejecimiento es uno de los desafíos sociales más grandes del siglo. En 2025, por primera vez en la historia, la población mundial mayor de 65 años igualará a la menor de 14. En ese contexto, programas como el de la UNR dejan de ser una experiencia singular para convertirse en una política estratégica.
Rosario, ciudad universitaria por excelencia, ofrece aquí una respuesta local a una tendencia global. Lo hace con la sensibilidad de un proyecto que entiende que aprender no es acumular conocimiento, sino mantener el deseo de seguir participando del mundo.
Por eso, cuando se pregunta a los participantes qué es lo que más valoran, la mayoría responde lo mismo: “Los amigos nuevos”. Y esa respuesta, simple y poderosa, resume la verdadera función de esta universidad: construir comunidad en una época que tiende a la dispersión, ofrecer compañía donde crece la soledad y demostrar que el conocimiento sigue siendo una de las formas más humanas de cuidar.