Jorge Luis Borges
La frase de Jorge Luis Borges actúa como un relámpago: ilumina una verdad que intuíamos, pero que nos resistíamos a ver. Es simple, breve, sin adornos, y sin embargo, encierra una de las más poderosas síntesis éticas y existenciales del pensamiento moderno. En esa afirmación -que parece tan solo un aforismo- hay, en realidad, una filosofía completa, una invitación al coraje y un manifiesto de resistencia silenciosa.
Podría parecer, a primera vista, una frase desesperanzada: nada se construye sobre cimientos sólidos, todo es efímero, incierto, sujeto a erosión. Pero Borges no se detiene ahí. En el mismo gesto en que nos enfrenta al abismo, nos extiende una cuerda de dignidad: "nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena". Y es en ese "como si", tan sutil como decisivo, donde comienza el verdadero viaje humano. Construir sin certeza, pero con sentido. Proyectar en lo efímero, como si lo eterno nos habitara. Esa es, quizás, la más profunda forma de esperanza.
Reconocer que todo está edificado sobre la arena no es un gesto de resignación; es, más bien, un acto de lucidez. La historia de la humanidad, y con ella la historia de la arquitectura, está hecha de intentos por fijar lo efímero, por fundar permanencias en medio de un mundo en transformación constante. Pero toda construcción -sea física, política, simbólica o afectiva- descansa, en última instancia, sobre un terreno que puede ceder.
La arena es inestable, móvil, imprevisible. No admite anclajes definitivos. Y sin embargo, allí construimos nuestras casas, nuestras ciudades, nuestras instituciones, nuestras relaciones. En cierto modo, vivir es edificar sobre lo incierto. La arquitectura, cuando es consciente de ello, no niega la fragilidad, sino que la abraza y la convierte en lenguaje.
Los grandes eventos trágicos -terremotos, guerras, inundaciones, desarraigos- nos recuerdan que todo lo sólido puede desmoronarse en cuestión de horas. Pero esta constatación de la fragilidad no debe llevarnos al cinismo. Al contrario: es precisamente el reconocimiento de esa arena lo que nos obliga a construir con humildad, a enseñar con amor, a proyectar con sentido.
La arquitectura no niega la fragilidad; la ordena, la enmarca, la dignifica. Un puente es una respuesta a la distancia. Una casa, una tregua contra el viento. Una escuela, una forma de desafiar el olvido. Todo ocurre sobre la arena. Pero ¿acaso no es en la intemperie donde más se agradece el abrigo?
Borges introduce una palabra que no pertenece al campo poético ni técnico, sino al moral: el deber. Ese deber no surge de una promesa de éxito, sino de una fidelidad interior. No se funda en el suelo, sino en la convicción de que incluso lo efímero merece ser habitado con dignidad.
Construir no es solo producir forma: es afirmar un principio. Cada proyecto, cada aula trazada, cada banco en una plaza, cada refugio levantado para otro ser humano, es un gesto ético. La arquitectura, cuando se reconoce como tal, es mucho más que técnica: es una declaración de fe laica. Una manera de decir: todavía creemos.
Y lo hacemos sabiendo que tal vez la obra se derrumbe, que quizás no estemos ahí para verla perdurar. Pero como el maestro que enseña sabiendo que la semilla puede germinar en otra tierra y en otro tiempo, el arquitecto construye. No por garantía, sino por deber. Esa actitud es resistencia cultural. Frente a la fragmentación, al desarraigo, al olvido, edificar es afirmar el sentido. Como si dijéramos, con cada ladrillo, con cada plano, con cada palabra: a pesar de todo, el mundo vale la pena.
"Como si fuera piedra la arena". Este "como si" es el corazón del milagro humano. No niega la arena, la acepta. Pero actúa como si fuera roca. Esa no es una ilusión ingenua: es una esperanza activa, una forma de transformar la vulnerabilidad en posibilidad. Esa esperanza no necesita garantías, porque nace del deseo de dar forma. Lo han hecho los pueblos originarios, los barrios nacidos en los márgenes, las ciudades que emergen en medio del desierto o de la destrucción. Lo hacemos cada uno de nosotros, cada día, cuando amamos, cuando enseñamos, cuando edificamos un gesto de cuidado hacia otro.
Construir como si fuera piedra la arena es una forma de amar. Porque todo amor verdadero contiene esa misma tensión: se entrega sin certeza. Se ofrenda sin saber si durará. Pero justamente ahí - en esa entrega sin red - reside su belleza. Su verdad. La arquitectura auténtica es ese acto de amor. Y es también una pedagogía de la esperanza. Porque no dice: "el mundo será eterno", sino: vale la pena construir aunque no lo sea. Esa es la grandeza del espíritu humano. Esa es la altura de su vocación.
Quizás la frase de Borges sea, en su fondo más íntimo, una plegaria sin Dios, una ética sin dogma, una arquitectura sin cimientos visibles. Y sin embargo, esa aparente contradicción es su fuerza. Porque en un tiempo donde muchos esperan respuestas definitivas, Borges nos ofrece algo más valioso: una brújula moral que señala el sentido de seguir construyendo aun cuando todo tiembla.
Nada está edificado en la piedra. Todo sobre la arena. Pero aun así, nuestro deber es edificar. Ese es el destino del ser humano: vivir sin certezas, pero con convicciones. Proyectar sabiendo que todo puede caer. Amar sabiendo que todo puede irse. Enseñar sabiendo que quizás nadie recuerde la lección. Y sin embargo, hacerlo. Porque en ese acto - aparentemente absurdo, pero profundamente sagrado - se juega nuestra humanidad. No somos dioses. No fundamos mundos eternos. Pero podemos, cada día, erigir sentido donde había caos, trazar líneas donde había arena, ofrecer abrigo donde había intemperie.
La arquitectura, entendida en esta clave, ya no es solo un arte de construir espacios: es un arte de resistir con belleza, de proteger lo vulnerable, de cuidar lo efímero como si fuera eterno. Es una ética materializada. Una forma de decir: "aquí estuvimos, aquí soñamos, aquí amamos". No hay piedra, pero sí memoria. No hay suelo firme, pero sí deseo. No hay garantía, pero sí gesto. Y mientras haya gesto humano, mientras alguien - en cualquier lugar del mundo - elija construir, aunque sea sobre la arena, habrá esperanza. La frase de Borges no es una sentencia final. Es un punto de partida.
Es una invitación a habitar la fragilidad con coraje, a edificar con ternura, a proyectar con conciencia, a vivir como arquitectos de lo invisible. Porque en definitiva, la arena no es un obstáculo, sino el terreno donde se mide la altura del espíritu humano.




