Como un forastero en el desierto. Tiene 21 años recién cumplidos, es madrileño y el motivo de su viaje no es otro que el de disfrutar de una beca de estudios en la Universidad Nacional del Litoral. Pone el pie en la arena y levanta la vista esperando ver una nube de polvo y un pueblo que sobrevive con lo que le llega del sur. Eso le han dicho esa misma mañana en el Aeroparque en su llegada a la Argentina, pero nada tiene que ver con la realidad.
Miradas alegres, buenas palabras y una completa predisposición de sus gentes. Una explosión de sensaciones que se traducen en un agotamiento físico y mental producto de tan bello baile. Lleva 15 minutos en la puerta de la terminal de ómnibus de la ciudad y ya respira la esencia santafesina. De hecho, los que pasarán a ser sus padres adoptivos, sus tutores académicos, lo reciben con alfajores de maicena y un abrazo más propio de dos familiares que de dos desconocidos.
Se encaminan hacia la Plaza España. Allí pasará sus primeros tres meses, en una antigua casa familiar propiedad de una madre jubilada y de su hijo, aparentemente jubilado también. Lo reciben con efusividad y con un mate en la mano, no vaya a ser que el recién llegado se piense que no son argentinos. Le descubren el que será su hogar, asador incluido, y queda con el hijo en organizar un asado de bienvenida lo antes posible. Sabedor de encontrarse a más de 9.000 kilómetros de su hogar natal, nuestro protagonista parece sentirse como en casa en una plaza que, curiosamente, lleva el nombre de su patria.
A los pocos días, 11 de agosto de 2019, el sonido de unos cuantos bombos y trompetas lo desvela de madrugada. ¿Ganó Colón? - piensa. Sabe que no, que esa noche no había partido. ¿Se clasificó para el Mundial la selección de algún deporte de nueva y desconocida creación? - reformula. No entiende qué ocurre. Lo único que sabe es que ahí fuera, en la esquina entre Rivadavia y Gobernador Crespo, la hinchada ruge. Y en España esto sólo puede deberse a un evento deportivo. Sin embargo, ese día descubre que en Argentina la política también es capaz de lograr algo así. Primera lección.
El calor empieza a abrirse paso progresivamente y, como un hielo que se derrite y se filtra por una superficie porosa, la sociedad santafesina empieza a calar en él. Su nueva realidad es ésta y lo asimila cada vez que el acento de los locales no lo lleva a confusión o a pensamientos distraídos sobre lo exótico de su aventura. La gente es extremadamente amable con él. En la esquina, su peluquero le saluda cada mañana por su nombre. En el supermercado, que se encuentra a un par de cuadras, ya le conocen como "El gallego de Colón". Y en el quiosco más cercano, intuyen que es foráneo, pero no se atreven a preguntarle por qué carajo habla así. La cercanía y la sencillez de la gente le reconforta. A pesar de encontrarse en una ciudad que supera el medio millón de habitantes, el corazón y el ritmo de vida de sus nuevos vecinos se asemeja más al de una pequeña población rural. No fallaron en sus predicciones aquellos que se refirieron a la Ciudad de Santa Fe como a una gran urbe con mentalidad de pueblo.
Santa Fe deja de ser una gran ciudad para él y se convierte en una comunidad de vecinos más propia de una película de drama española. Aunque realmente, siempre fue así. Desde el primer momento se sintió parte de la misma cuando sus compañeros de facultad le invitaron a un asado en la casa de uno de ellos. Oficialmente: la banda. Así lo sintió también cuando un grupo de conocidos lo llevaron a la cancha al poco de llegar a la ciudad. Digamos que aquello fue como su bautizo. Y cuando otro compañero lo llevó a Rafaela, fernet en mano, como si hubieran crecido juntos. Lo estima mucho a Fernando. También, cuando la familia de un amigo del barrio de San Lorenzo lo invitó a cenar a cambio de que hablara "gallego". Y, cómo no, también se siente parte de esta comunidad cada vez que un grupo de veteranos del barrio Centenario lo invitan a tomar y cantar con ellos cada jueves por la noche. Santa Fe y la gente, la gente y Santa Fe. Posiblemente sea la pareja más icónica que haya conocido nunca desde que Angelina Jolie y Brad Pitt dinamitaran su relación. No faltan a esta cita todos aquellos que le hacen sentir como en casa cada vez que lo cruzan e insisten en poner de manifiesto su ascendencia española (o italiana). Sin ellos saberlo, le hacen sentir más cerca de sus raíces y de su hogar.
Santa Fe, aunque mayoritariamente es su gente, es mucho más. Santa Fe es un atardecer en la costanera con una gama infinita de colores que nada tiene que envidiar a los atardeceres de la costa mediterránea. Santa Fe son unos mates en la Plaza de las Tres Culturas mientras unos adolescentes juegan a ser equilibristas entre dos de sus árboles. Santa Fe son todos esos niños que juegan a la pelota y que le piden que juegue con ellos porque piensan que por tener acento castellano todos son como Andrés Iniesta. Santa Fe es cumbia. Y porrón. Santa Fe es caminar por la peatonal y que le sea imposible cruzársela de sur a norte sin encontrarse con un par de conocidos. Santa Fe es un pueblo dividido en dos cuando toca hablar de fútbol. Y qué bonita rivalidad. Quien no cargue al vecino, pierde. Santa Fe visto por los ojos de un español son también todos aquellos que le dicen que la Argentina no tiene solución dos segundos antes de explicarle porqué la Argentina es el mejor país del mundo. Santa Fe es calor. Y lluvia. Santa Fe es salvaje.
Y dirán: ¿y la inseguridad? ¿Qué opina este forastero del problema que supone para todo el país un auténtico quebradero de cabeza? Pues les dirá que sí, que efectivamente es una cagada. Que echa de menos caminar con el móvil en la mano, echarse una siesta en el parque despreocupado de todo o pasear tranquilamente por la noche. Pero que, ni mucho menos, este aspecto es capaz de empañar la que seguramente sea la mejor experiencia de su vida.
Santa Fe. Rica por su cultura y su gente. Brava, en el mejor sentido de la palabra. Acogedora. Apacible, si me lo permiten. Ciudad de leyes, aunque no me tomen en serio cuando lo lean. Dulce cuando calienta el sol y amarga como el mate en sus días más grises. Santa Fe es todo lo que han leído y también lo contrario.
Santa Fe visto por los ojos de un español son también todos aquellos que le dicen que la Argentina no tiene solución dos segundos antes de explicarle porqué la Argentina es el mejor país del mundo.