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Crónicas santafesinas

Don Manuel Ordóñez

De don Manuel no sabíamos mucho. El hombre era reservado, hablaba poco y mantenía su distancia. Siempre lo tratamos de "usted", no porque él lo impusiera sino porque su personalidad lo imponía sin necesidad de palabras.

Don Manuel OrdóñezDon Manuel Ordóñez

Jueves 1.4.2021
 13:48
Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz

I

La noticia la trajo el mozo. Como le gusta decir a don Manuel: en un bar que merece ese nombre, el mozo es siempre la persona más informada. Esto ocurrió en 1974 o 1975, para el caso da lo mismo. Recuerdo que hacía frío, por lo que deduzco que estábamos en invierno. Julio o agosto. El bar, uno de los bares, en el que nos reuníamos a media mañana: El Cabildo de la Cortada y Salta, justo en la esquina. "Lo mataron a Cacho", nos dijo el mozo como si estuviera comentando el ultimo informe meteorológico. Y nos dejó la edición del diario con la nota y una foto. La foto mostraba los restos de un auto quemado en un paraje descampado. La noticia -la leyó en voz alta uno de los muchachos- era precisa, empezando por el título con un signo de pregunta: "¿Ajuste de cuentas?". Después informaba que el auto, cuya identidad aún no se había establecido, lo habían "estacionado" abandonado cerca del río Salado. En el baúl estaba Cacho o lo que quedaba de Cacho.

II

No recuerdo exactamente los comentarios de la mesa, seguramente deben de haber sido los de ocasión con los correspondientes lamentos, porque Cacho si bien no era un amigo nuestro, lo conocíamos de la noche, de algunos boliches y mesas de timbas, del cabaret, de la vida, de la ciudad, de aquella ciudad de hace casi medio siglo cuando, en el recuerdo, parecía que lo que sobraba era el tiempo y las ganas para caminar por la calle o refugiarse en los bares o en otros lugares no tan recomendables. Esa mañana nos dedicamos a hacer los comentarios más variados acerca de las causas de la muerte de Cacho. "Una deuda que no quiso pagar", "Algún problema con minas", "Cacho tenía muchos enemigos". No recuerdo quién de la mesa tenía contactos con el periodista de Policiales y lo llamó por teléfono. El muchacho no disponía de más informaciones que las que salieron en el diario. Y, según el cronista, la policía mucho más no sabía. Por otra parte, esto lo sabíamos de memoria. Cacho les debía unas cuantas a la cana, por lo que, conociendo el paño, los muchachos de uniforme mucho no se esmerarían por encontrar al culpable de la muerte de quien consideraban algo así como un mafioso local, tal vez uno de los más pesados.

III

La cana exageraba respecto de la filiación mafiosa de Cacho, pero está claro que el hombre estaba muy lejos de merecer la canonización. Cacho se formó en la calle. La timba y la explotación de mujeres fueron su oficio. Venía de abajo, no de una villa, pero sí de un barrio pobre, criado en una casa que, como una vez me dijo, con su típico sentido del humor, el baño era una letrina de lata que para llegar a él había que ir en bicicleta porque estaba en la otra punta del baldío. A diferencia de algunos de sus colegas del barrio, supo administrar sus negocios y obtener una buena posición económica. Cuando lo mataron, vivía en una casa de uno de los barrios más bacanes de la ciudad, y sus dos hijos iban a los colegios privados más caros. Como para disipar rumores, Cacho colaboraba generosamente con el colegio y con la parroquia. Y por supuesto, nadie preguntaba de dónde salía la plata que tan generosamente distribuía. La cana por su parte se la tenía jurada, pero muchos de ellos en diferentes temporadas comieron de su mano.

IV

Fue don Manuel el que nos dio la primera pista. "Esto se veía venir", fue lo que dijo esa misma mañana. Y en el acto nosotros supimos que don Manuel no decía esas palabras porque estaba aburrido. Don Manuel –así le decíamos todos- debe haber tenido para esos años sesenta, sesenta y pico de años, pero podría haber tenido setenta y algo más porque era de esos hombres que después de cierta edad mantienen hasta el fin de sus días el mismo aspecto. Siempre de traje y corbata. Morocho, robusto pero no gordo, pelo negro espeso peinado a la gomina; pestañas anchas y ojos pequeños oscuros, ojos que como los ojos de un comisario o de un timbero, de un golpe de vista saben lo que se debe saber de la persona que tienen al frente. Caminaba despacio, pero con pasos firmes. En invierno cubría sus espaldas con una chalina. El tono de su voz era grave, algo ronco. Fumaba cigarrillos armados, pero de vez en cuando compraba un paquete de Saratoga que le duraba dos o tres días.

V

De don Manuel no sabíamos mucho más. El hombre era reservado, hablaba poco y mantenía su distancia. Siempre lo tratamos de "usted", no porque él lo impusiera sino porque su personalidad lo imponía sin necesidad de palabras. Él también nos trataba a cada uno de nosotros de "usted", cuando tenía edad para ser nuestro padre. Era muy cordial, muy amigo de escuchar confidencias, generoso en la mesa y generoso con el amigo en la mala. Mucho más de él no sabíamos. Alguna vez nos enteramos de casualidad que vivía en una casa con jardín al frente en un barrio del norte de la ciudad. Vivía solo, pero por una alianza que lucía en el dedo deducimos que alguna vez estuvo casado. ¿Viudo? Imposible saberlo. Hijos no tenía, pero había una hermana que vivía en la costa y un sobrino que muy de vez en cuando lo nombraba como al pasar y con cierto afecto. Otro veterano nos dijo que durante el gobierno de Sylvestre Begnis fue comisario, en los tiempos en que esa responsabilidad se resolvía políticamente. No hablaba de política, salvo comentarios muy breves, o gestos que a veces eran más expresivos que las palabras. Era lo que se dice un criollo viejo. Se notaba sin necesidad de exhibiciones que los años vividos le habían dejado enseñanzas perdurables. Su cultura provenía de la vida más que de los libros, pero me consta que sus lecturas tenía y alguna vez en voz baja me habló de Ezequiel Martínez Estrada. Y lo hizo con reserva, porque con su habitual discreción sabía que en la mesa era el único que podía entender o interesarse por lo que decía. No hablaba de política porque en la noche se sabe que la política divide innecesariamente, pero alguna vez lo escuché ponderar las virtudes cívicas de Luciano Molinas y mencionar con afecto al doctor Aldo Tessio. Otro amigo común nos comentó que durante unos años fue mayordomo en una estancia de Entre Ríos. A nadie nos llamó la atención. Don Manuel, como dije, era un criollo, un criollo viejo y educado viviendo en la ciudad. Hablaba y se movía como un antiguo, pero su mirada sobre la realidad no era antigua y mucho menos anacrónica.

VI

Don Manuel almorzaba y cenaba en un comedor de la ciudad que entonces estaba en 25 de Mayo y Salta o en algunos de los clubes que frecuentaba, porque las mesas de loba lo tentaban y además era bueno con el taco de billar. Hablaba poco, pero cuando hablaba todos lo escuchábamos porque poseía el don de contar historias. Don Manuel era, lo que se dice, un tipo serio, formal, pero esa condición no estaba reñida con los comentarios socarrones, las frases irónicas. Nunca nadie lo oyó reírse a carcajadas, pero su sonrisa, a veces un leve movimiento de los labios, era más elocuente que la risa más alborotada. Nunca supimos bien de qué vivía, pero si bien era austero y medido con sus gastos, se notaba que disponía de recursos. No tenía auto, porque no sabía manejar ni tenía ganas de aprender, motivo por el cual se manejaba con los taxistas que lo llevaban y lo traían del norte al centro. Don Manuel Ordóñez. No sé que habría sido de él. Debe de haber muerto y si así fue, seguro que lo hizo con su habitual discreción: sin llamar la atención y con su proverbial y exquisita discreción.

VII

"Esto se veía venir", fue lo que don Manuel nos dijo esa mañana. Y calló. En algún momento alguien se animó a preguntarle el motivo de su frase. Nos dijo que antes de decir algo más quería hacer algunas averiguaciones "con gente comedida de la cual me voy a cuidar muy bien de dar sus nombres". El mozo sirvió una vuelta de lisos y una ginebra para Manuel. Y acomodó la "batería", en los tiempos en que en los bares se acostumbraba a acompañar los copetines con cuatro o cinco platitos con "ingredientes". Y todo por la misma plata. El flaco Garcés como al pasar mencionó a Paco, el hermano de Cacho. "Paco a esta no la va a dejar pasar", dijo. Don Manuel apenas movió los labios como anunciando una sonrisa. "Me malicio que ese mozo algo tiene que ver con esta desgracia que le acaba de ocurrir a su hermano". Y no dijo más. Pero todos presentimos que don Manuel tenía mucho más por decir. (Continuará)

Si bien Cacho no era un amigo nuestro, lo conocíamos de la noche, de algunos boliches y mesas de timbas, del cabaret, de la vida, de la ciudad, de aquella ciudad de hace casi medio siglo, cuando sobraban el tiempo y las ganas para caminar o refugiarse en los bares.

Don Manuel era lo que se dice un criollo viejo. Se notaba sin necesidad de exhibiciones que los años vividos le habían dejado enseñanzas perdurables. Su cultura provenía de la vida más que de los libros, pero me consta que sus lecturas tenía.

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