La economía argentina parece atrapada en un juego de ilusiones. El gobierno insiste en que el tipo de cambio es de flotación libre y que el mercado fija todos los precios. Sin embargo, la dinámica de las reservas, las ventas encubiertas de dólares, el techo al incremento de salarios y el aumento en las tasas de interés, muestran una realidad muy distinta: la administración Milei interviene fuertemente la economía promoviendo la especulación financiera y en perjuicio de la actividad productiva.
Las cifras hablan por sí solas. En apenas veinticuatro horas se "esfumaron" casi mil millones de dólares de reservas internacionales. En lo que va del año, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) ya perdió más de U$S 14.000 millones, una sangría superior al crédito desembolsado por el FMI. Lo que se presentaba como un programa de acumulación de divisas vía superávit fiscal se transformó en un esquema de "quemar dólares" para sostener un tipo de cambio que, paradójicamente, se pregona como libre.
El problema de fondo es que el gobierno se quedó sin oferta genuina. La cosecha gruesa ya terminó, los exportadores adelantaron liquidaciones y las importaciones se estabilizaron en niveles elevados. Ante este panorama, el Tesoro se vio obligado a vender sus propios dólares en el mercado, reconociendo implícitamente que las reservas del BCRA no alcanzan para contener la presión cambiaria. Lo hizo incluso a precios inferiores a los de mercado, en una operatoria que muestra desesperación más que estrategia.
El costo de esta intervención es múltiple. Por un lado, se compromete la capacidad de pago futura: si los dólares disponibles se usan para atrasar artificialmente el tipo de cambio hasta las elecciones,... ¿con qué se afrontarán los vencimientos de deuda de diciembre y de enero? Por otro, se erosiona el credo libertario de Javier Milei: sostener el dólar con ventas oficiales es subsidiarlo, exactamente aquello que el propio presidente denunciaba como la raíz de la decadencia argentina.
La inconsistencia no se limita al frente cambiario. El otro pilar del esquema es la política monetaria, donde las tasas alcanzaron niveles delirantes: 92% anual para grandes depósitos, en un contexto en el que la inflación en lo que va del año está cercana al 20%. Este rendimiento en pesos no solo resulta insostenible –ya que anticipa un salto en la emisión futura o una nueva reestructuración de deuda doméstica– , sino que además elimina la posibilidad de financiamiento para las Pymes, deteriorando el tramado productivo.
A esto se suma la fragilidad del mercado de bonos: con ventas forzadas para sostener el dólar, spreads crecientes entre títulos cortos y largos, y un riesgo país que volvió a escalar. Argentina está "stand alone", sin acceso al crédito, y dependiendo exclusivamente de reservas cada vez más exiguas y de la buena voluntad del FMI.
En definitiva, la política económica del gobierno transita una contradicción insalvable. Milei buscaba diferenciarse del pasado con reglas claras, disciplina fiscal y respeto a la libertad de mercado. Hoy, en cambio, repite las mismas prácticas de intervención que criticaba, quemando reservas, manipulando tasas y operando en futuros. Esta era dominada por la especulación financiera, refleja el vacío de un proyecto que se sostiene en gestos y parches, pero carece de un programa sólido.
La pregunta es: ¿Cuánto tiempo más se puede sostener esta ficción antes de que la realidad termine por imponerse?