En el corazón de cada niño que entra a una cancha hay un sueño. El sueño de jugar, de reír, de correr detrás de la pelota, de sentirse parte de un equipo. Pero muchas veces, ese sueño choca con una realidad dolorosa: el hambre. Y cuando hay hambre, hasta jugar se vuelve difícil.
En estos días fríos, la situación se vuelve aún más dura. Son muchos los niños y niñas que llegan a los entrenamientos o a los partidos oficiales sin haber comido. Algunos no desayunan. Otros no tienen una cena digna al regresar a sus casas. En este contexto, practicar un deporte, rendir en la escuela o simplemente interactuar con sus compañeros se transforma en una tarea cuesta arriba, imposible de sostener.
Queremos visibilizar una realidad que golpea con fuerza en nuestros clubes, en nuestras canchas, en nuestros barrios: hay chicos que tienen hambre. Y el hambre no solo duele, también limita, paraliza, empobrece el alma y el cuerpo.
Un niño con hambre no puede correr con la misma energía, no puede prestar atención en clase ni disfrutar del juego. Se nota en su mirada, en su cuerpo cansado, en su falta de ánimo. A veces se aíslan, otras veces se enojan sin saber por qué. No es rebeldía, no es desgano: es necesidad. Necesidad de alimento, de atención, de cariño, de comprensión. Un niño que no ríe, no es feliz...
Por eso, hacemos un llamado urgente a todos los actores del deporte y la comunidad. A profesores, entrenadores, directores técnicos, dirigentes, familias y vecinos. Debemos estar atentos a las señales. Hay que mirar a los chicos más allá del rendimiento deportivo. Verlos de verdad. Escuchar lo que no dicen con palabras. Estar presentes. Atenderlos.
En muchos clubes, directivos y voluntarios hacen un esfuerzo enorme para brindar una merienda o una comida caliente. En otros casos, los comedores comunitarios hacen lo posible con recursos escasos para contener a decenas de chicos y chicas. Sabemos que no alcanza, pero cada plato compartido, cada gesto solidario, hace una diferencia enorme en la vida de un niño.
La mirada lo dice todo. El hambre y el fútbol, no van de la mano.
Desde nuestro lugar, que acompaña y promueve el fútbol en la región, entendemos que el deporte es una herramienta fundamental para la inclusión y el desarrollo del semillero. Pero también comprendemos que el deporte no puede ser pleno cuando hay necesidades básicas insatisfechas. No podemos hablar de formación integral sin hablar de alimentación, de salud, de contención emocional.
La pelota puede esperar, pero el hambre no. Por eso, hoy levantamos la voz para decir que es momento de actuar, de comprometerse, de tejer redes entre clubes, municipios, organizaciones sociales, empresas, y la comunidad en general. Los chicos no pueden jugar bien si no comen bien. No pueden aprender si tienen el estómago vacío. No pueden crecer si no los cuidamos entre todos.
Queremos una Liga Santafesina de Fútbol donde todos los niños y niñas puedan jugar con alegría, con energía, con pan y con sueños. Una Liga donde la inclusión no sea una consigna, sino una realidad tangible. Una Casa Madre que abrace, que escuche, que mire con empatía. Porque los clubes no son solo espacios deportivos: son espacios sociales, educativos, de cuidado.
Es hora de prestar atención, ya lo dijimos. Es hora de mirar a los costados. Ya lo analizamos. De preguntarnos qué más podemos hacer por esos chicos que no sonríen, que no participan, que están tristes. Porque detrás de cada camiseta, hay una historia. Y algunas historias necesitan más que aplausos: necesitan ayuda, respeto, comida y amor.
Hablemos claro, actuemos juntos y ahora. Porque cuando hay hambre, hasta jugar es difícil. Pero cuando hay compromiso, solidaridad y acción, los sueños de nuestros chicos pueden volver a crecer.
La Liga Santafesina de Fútbol, somos todos. Entonces trabajemos unidos para que tengamos una infancia digna, saludable y feliz. Porque el fútbol también se juega con el corazón lleno. Que no parezca poco!