Por María Teresa Rearte
Por María Teresa Rearte
La beatificación del Obispo Enrique Angelelli celebrada el 27 de abril en La Rioja, desde su anuncio ha sido motivo de alegría y adhesiones y también de expresiones en contra de la decisión papal. Por lo que quiero formular algunas consideraciones con relación a la veracidad y las utopías en la vida de una sociedad. Y en particular en la vida cristiana.
Veracidad
Romano Guardini decía que “nuestra existencia entera reposa sobre la verdad. (...) Las relaciones de las personas entre sí, las formas de la sociedad, la ordenación del Estado, todo lo que se llama moralidad, y asimismo la obra humana en sus formas incontables, todo ello descansa en que la verdad conserve su validez”. Y añadía que “en el mundo la verdad es débil”.
Por lo expuesto deseo aclarar algunos puntos con relación a todo lo que se dijo en algunos medios periodísticos, como fue el caso del editorial del diario La Nación (30/7/ 2018), titulado “Una beatificación de tono político-ideológico”. Y a lo dicho en sitios de Internet habilitados para oponerse y elaborar relatos con relación al tema.
Teniendo como fuente de información la respuesta al diario La Nación, de parte de Luis Baronetto, querellante en la causa por el asesinato del Obispo Angelelli y presidente del Centro Tiempo Latinoamericano de Córdoba, el que en diez puntos contesta a ese medio periodístico, sólo voy a citar tres porque son suficientes para desestimar lo endeble de cuanto se dice en contra de la causa por el asesinato del Obispo. En primer término, que la primera reapertura de la causa se realizó en septiembre de 1983, debido a declaraciones del Obispo de Neuquén, Monseñor Jaime de Nevares, en ocasión de los homenajes a Monseñor Angelelli, en los que también estuvieron presentes los Obispos Jorge Novak, Miguel Hesayne y Marcelo Mendiharat.
Segundo, que ni bien el Juez de Instrucción Aldo Morales resolvió el 19 de junio de 1986 que la muerte del Obispo Angelelli fue “un homicidio fríamente premeditado y esperado por la víctima”, un coronel de inteligencia del Ejército -cuyo nombre es dado- inmediatamente se puso en contacto con Monseñor Bernardo Witte, por entonces Obispo de La Rioja y sucesor de Monseñor Angelelli. Le presentó al “testigo” Raúl Alberto Nacuzzi, que tantas veces se dijo que estuvo subido a un cable de alta tensión en el lugar donde se produjo el vuelco de la camioneta del Obispo Angelelli, y vio como se produjo el “accidente”. Este “testigo” según la fuente antes citada, y sugiero que se preste atención a lo que sigue, nunca prestó declaración ante la Justicia. No obstante lo cual, quienes se oponen a la Beatificación de la que trata esta nota, siempre lo han mencionado como “testigo” para desestimar la muerte martirial del Obispo Angelelli.
Al respecto, la segunda esposa de Nacuzzi manifestó bajo juramento en la audiencia del juicio del 9 de mayo de 2014, que su esposo tenía relaciones con los militares del Batallón de Ingenieros de La Rioja. Concurría él o era visitado en su casa, y ella debía ausentarse de la vivienda. Este coronel, que se desempeñaba como interventor de la Policía Federal de La Rioja, consiguió que el Obispo Witte certificara una declaración privada de Nacuzzi. La que fue depositada en una escribanía, cuya titular -cuando se produjo la segunda reapertura de la causa en el año 2006- la aportó al Juzgado Federal de La Rioja.
Como la expuesta, otras instancias mostraron cómo la verdad fue presa del ocultamiento, como es el caso de la información suministrada a la Comisión Ad Hoc del Episcopado, constituida luego de la anulación de las leyes de Obediencia debida y Punto final, por parte también de un jefe militar de inteligencia. El que a la vez le escribe que la Iglesia será víctima de una “maniobra perversa” al instrumentarse “la muerte de Angelelli como martirio”. Etc.
Utopías
El anuncio del Evangelio no está referido a un mundo diferente de éste en el que vivimos. El mensaje cristiano no es irracional. Sino que permite ver y asumir las realidades humanas desde la fe. Presenta la enseñanza social cristiana como un cuerpo doctrinal que, nacido de la hermenéutica histórica y social, y enfocando la conducta humana en la situación en que los hombres viven, se orienta hacia el análisis crítico y la posibilidad de modificar la realidad. Esto indica que, ante la realidad social, se pueden tener dos actitudes: la actitud resignada y la actitud utópica. La actitud resignada -que no es cristiana- acepta las situaciones como inmodificables. Y dependientes de factores que están por sobre la capacidad de conocer y obrar del hombre. Cuando hablo de resignación no me refiero a un estado de ánimo. Sino a planteos que, como el estoico en la antigüedad, o los determinismos de signo conservador de las teorías económicas que presentan al mercado como una realidad que se auto-regula, al margen de todo sustrato y planteo antropológico y ético.
La actitud de denuncia -en cambio- es parte de la actitud utópica, que no acepta las condiciones de hecho como algo inmodificable, en principio al nivel de la propia persona y de su espacio social inmediato. Y luego del todo social. Sino que juzga cómo algo no existente ahora, que -no obstante- en una perspectiva ideal, y por lo tanto utópica, es posible promover eficazmente para bien de todos. Por eso suscita no sólo la esperanza y el deseo. Sino también la acción en orden a la promoción efectiva de una sociedad más justa y un mundo mejor.
Hay un utopismo ideológico, del que la filosofía marxista es un acabado ejemplo. Ese utopismo ideológico supone una antropología reduccionista, que lleva no a la culminación del acontecer histórico. Sino a que, como la experiencia histórica muestra, luego de la exaltación acabe en la desesperación y la crisis de la actitud utópica.
El utopismo ético -en cambio- se propone la superación de la injusticia y la desigualdad, no apelando a la praxis marxista. Sino a la percepción de la dignidad y el valor de la persona humana, como sujeto del acontecer histórico. Ese utopismo deriva de la conciencia de la dignidad del hombre, de todo hombre. También de los pobres de La Rioja, entre los cuales el Obispo Angelelli desempeñaba su ministerio pastoral, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, del que había sido padre conciliar, sobre la opción preferencial por los pobres. Cuando se toma conciencia de la dignidad del hombre toda injusticia o miseria que pueda causarle daño se torna intolerable. Y clama por su superación para que pueda vivir y desarrollarse como persona humana y en su condición de hijo de Dios. Esa perspectiva fue la que dio origen a la Doctrina Social de la Iglesia con la encíclica Rerum Novarum (15/5/1891) de León XIII. No obstante, debe quedar claro que no se propicia un “despotismo” ético ni teológico, porque el saber humano no es rígidamente deductivo. Sino que debe ir alcanzando progresivas aproximaciones a la realidad y en relación con las ciencias.
Quiero añadir, a propósito de la calificación de zurdo que algunos le han endilgado al Obispo Angelelli, llegando incluso a decir que si los militares lo mataron, no fue por odio a la fe, sino por ser zurdo, que la distinción “derechas/izquierdas” ha sido una función ideológica. Por lo menos inapropiada cuando proviene de una persona religiosa, como es el caso que recuerdo. Ortega y Gasset aplicaba un calificativo fuerte a quien así procedía, porque eso era sólo una contribución a la falsificación de la realidad.
Es hora de serenarse y reflexionar. “...En nuestra vida -decía Romano Guardini- ha de seguir en pie que la verdad es la base de todo: de la relación del hombre con el hombre, del hombre consigo mismo... y, sobre todo, con Dios...”.
El utopismo ético se propone la superación de la injusticia y la desigualdad, no apelando a la praxis marxista. Sino a la percepción de la dignidad y el valor de la persona humana, como sujeto del acontecer histórico. Ese utopismo deriva de la conciencia de la dignidad del hombre, de todo hombre.
Cuando se toma conciencia de la dignidad del hombre toda injusticia o miseria que pueda causarle daño se torna intolerable. Y clama por su superación para que pueda vivir y desarrollarse como persona humana y en su condición de hijo de Dios.