El hallazgo ocurrió en un rincón opaco de Paraná. Allí, la policía entrerriana tropezó con el eco metálico de una historia que empezó en Santa Fe y que terminó con olor a pólvora.
La policía entrerriana secuestró un Chevrolet Cruze con pedido de secuestro en Santa Fe. En su interior hallaron dos pistolas ametralladoras FMK3 y una pistola 9mm.

El hallazgo ocurrió en un rincón opaco de Paraná. Allí, la policía entrerriana tropezó con el eco metálico de una historia que empezó en Santa Fe y que terminó con olor a pólvora.
La pesquisa, llevada adelante por la Sección Investigaciones de la Jefatura Departamental Paraná, apuntaba a un puñado de hombres que durante este año habían hecho de los abusos de armas un espectáculo recurrente en los barrios.
Disparos al aire, amenazas y la certeza de que se movían con armas de guerra escondidas entre casas prestadas y autos que cambiaban de dueño en la penumbra.
Con la venia de la fiscal María del Huerto Felgueres, los sabuesos judiciales entraron en dos viviendas de la zona de Base Esperanza. El resultado fue un vacío: habitaciones sin rastros, domicilios limpios, moradores sorprendidos.
Pero la película cambió al revisar un Chevrolet Cruze gris. Ese coche, elegante y anodino, tenía una biografía distinta: en sus papeles constaba un pedido de secuestro por hurto en la ciudad de Santa Fe. Era, en sí mismo, un botín con ruedas.
Dentro del vehículo la trama se espesó. Los policías sacaron primero una pistola calibre 9mm, cargada con 14 proyectiles. Después, casi como si fuera un catálogo de la guerra sucia de las calles, aparecieron dos pistolas ametralladoras FMK3, cada una con su cargador rebosante (16 y 24 cartuchos, respectivamente) y hasta correas de transporte: una negra, otra roja. Accesorios que hablan de preparación y de un oficio sin improvisación.
Los investigadores saben que no es un hallazgo aislado. El Cruze robado en Santa Fe era la nave de traslado de los tiroteos en Paraná. Las ametralladoras, el instrumento de su "trabajo". Y el silencio de las casas allanadas, la marca de que alguien cuida las espaldas.
La causa, en tribunales, apenas empieza a desplegarse. Pero el dato queda: el hilo que une a Santa Fe y Paraná en esta historia no es un puente ni un río, sino un auto robado y un arsenal clandestino que explica, en parte, el modo en que las balas circulan con la misma naturalidad que los rumores en los pasillos de los barrios.




