Al promediar la década del ‘80 los westerns estaban prácticamente olvidados. Y fue la que había sido una de sus figuras icónicas veinte años antes, Clint Eastwood, la que se ocupó de insuflarle un soplo de aire nuevo, que resultó determinante para la posterior creación de clásicos modernos del género, como “Young Guns” (1988), “Danza con lobos” (1990) y “Los imperdonables” (1992). Fue a través de “El jinete pálido”, que se estrenó a mediados de mayo de 1985 en el Festival de Cannes, hace 35 años.
Escrita por Michael Butler y Dennis Shryack, la película se inspira con claridad en “Shane, el desconocido” (1953) pero le otorga a la historia un tono sombrío y mucho más violento. El argumento es casi calcado, sólo cambian las localizaciones, las actividades (los agricultores ahora son buscadores de oro) y sobre todo la profundidad psicológica del protagonista, encarnado por el propio Eastwood, que es más ambiguo que el que había compuesto el galán Alan Ladd para el film dirigido por George Stevens en la década del ‘50.
El film narra como un desconocido predicador llega hasta un punto apartado de California, donde un grupo de colonos que se han establecido allí para buscar oro se ven asediados por el propietario de las explotaciones mineras, quien desea expulsarlos. El recién llegado, que acredita un aparente pasado como hábil pistolero, los ayuda y luego desaparece en forma tan enigmática como llegó. Así plasmado parece simple, pero Eastwood le otorga un tono melancólico y oscuro que engrandece enormemente la historia. Tal vez el mayor acierto en relación a “Shane”, es que al espectador le cuesta ubicar con precisión a los “buenos” y a los “malos”.
Puede ser comprendido al mismo tiempo como homenaje a distintas vertientes del género (además de “Shane” sobrevuelan ecos de “A la hora señalada” de Fred Zinnemann y “Érase una vez en el Oeste” de Sergio Leone, en la estética de la indumentaria de los malvados) y como sólido intento por encontrar nuevos giros a los códigos que lo definen. Algo que luego el propio director y actor profundizaría en “Los imperdonables”, donde directamente se ocuparía de demoler los estereotipos.
¿Del cielo o del infierno?
El personaje de “El predicador” que Eastwood compuso en este film es uno de los más fascinantes de su carrera, junto al Walt Kowalski de “Gran Torino”, a través del cual en 2008 resignificó por completo toda su filmografía. Ya en su primera aparición en escena queda claro que el “jinete pálido” tiene connotaciones religiosas. Hay una niña que reza y pide ayuda para su familia, asediada por un villano a través de sus matones. En ese mismo instante aparece un hombre misterioso, sin nombre, que baja de una montaña, como si fuera una respuesta a sus plegarias.
Algo interesante es la dualidad de este recién llegado “predicador”. A lo largo del film, nunca queda clara su dimensión completa, puede ser pensado como un ángel, desde el punto de vista de los colonos, o cómo un diablo desde la óptica del magnate local y sus secuaces. La forma en que Eastwood construye su personaje refuerza esta complejidad, incluso en el tiroteo final se despacha con algo de sadismo, lo cual torna todo un poco más borroso.
En un momento en que el western estaba alicaído, “El jinete pálido” tuvo buen impacto en la taquilla. Contó con un presupuesto de casi 7 millones de dólares y recaudó en cines más de 41 millones. Eastwood se consolidó como una estrella convocante, pero sobre todo potenció sus cualidades como un aplicado esteta. Un dato de color que pone de relieve la intencionalidad revisionista del director y actor, es que el papel de villano recae en el actor John Russell conocido por interpretar al marshall Dan Troop en la serie de televisión “Lawman” de 1958 a 1962.