Roberto Schneider

Roberto Schneider
El amor es el eje esencial de “Manzi, la vida en orsai”, el exquisito espectáculo estrenado en LOA Espacio Pro Arte de AGM. Hay por supuesto otros ejes estructurantes que sirven a los autores Betty Gambartes, Diego Vila y Bernardo Carey para rememorar aspectos relevantes de la historia de Homero Manzi, desde que se entera que padece cáncer. Así llega a los espectadores el espíritu de un hombre pleno de matices enriquecedores, el autor de “Malena” y “Sur”, por citar sólo dos de sus obras más relevantes. Los autores no se quedan en la superficie y demuestran cómo la riqueza del personaje reside, como en cualquier arte narrativo, en los niveles que subyacen bajo su condición emblemática.
Conviene recordar que el concepto de arquetipo, a pesar de su acunación platónica apuntando a un cielo de ideas preexistentes, remite en realidad a la suma de experiencias cotidianas acerca de la idea del valor, de la belleza o de la soledad y no nace en el cielo, sino en el sufrimiento y goces cotidianos. Se ha señalado que la belleza de Madame Bovary o de Otelo reside en su tipicidad social o moral, acompañada de una fuerte originalidad e individualidad que los dota de vida propia y los hace insustituibles. De tal modo, su carácter alegórico -que expresa ideas sociales latentes, o pulsiones subliminadas que confieren universalidad a su arquetipo, trascendiendo lo anecdótico del relato- está a su vez encarnado en un ser dotado de convincente personalidad real.
Los autores ofrecen una historia perfectamente elaborada. “Manzi...” habla del amor, de la soledad, del poder de la muerte. El personaje adquiere casi categoría mítica y los mitos son las almas de nuestras acciones y temores. Sólo podemos obrar moviéndonos hacia un fantasma. Sólo podemos amar lo que creamos.
Desde la dirección general y puesta en escena Rubén von der Thüsen articula un montaje teatral superlativo. Nada está descuidado, todo es perfecto. La magia y lo bello se instalan sobre el escenario y el juego y la ilusión se apoderan de los espectadores. Surge con nitidez la figura de Manzi, pero también la de Nelly Omar, un amor oculto, lleno de matices y la de otros personajes que alimentan la trama, como el entrañable Aníbal Troilo. Cobran vida a partir de excelentes interpretaciones del elenco actoral. Guillermo Frick ofrece el mejor trabajo de su carrera a partir de una entrega absoluta, sin desbordes; Luciana Tourné interpreta con indiscutibles resultados a su personaje en tanto Camilo Céspedes enriquece los diversos roles que interpreta. Cantan vehementemente, a capella, sin artilugios. Fabián Rosa tiene a su cargo los aspectos musicales y su participación es encomiable.
Es de muy buen gusto la iluminación de Cristian Buffa, preciso y de época el vestuario de Lucía de Frutos, de buen nivel los objetos escenográficos de Lucas Ruscitti y Federico Toobe y atenta la asistencia de dirección de Agustina Arriola. La totalidad de “Manzi...” es de entrega armoniosa. Ahí están la política, la amistad, la vida. Y está la poesía que provoca la bulla en los espectadores, ganadores en última instancia de una experiencia visual y auditiva para el recuerdo.




