“Terminal 2020” (Seix Barral) es la flamante novela de Osvaldo Baigorria. Practicante de un sinnúmero de oficios -entre ellos, el periodismo-, su bibliografía como escritor es extensa e incluye “Bataille y el erotismo” (2002), “Correrías de un infiel” (2005), “Cerdos & Porteños” (2014), “Poesía estatal” (2017), “Postales de la contracultura” (2018) y “Según” (2023). Además, compiló las antologías “Un barroco de trinchera” (cartas de Néstor Perlongher, 2022), “Con el sudor de tu frente” (1995) y “El amor libre” (2006).
En una entrevista concedida a El Litoral, Baigorria apuntó las claves de lectura del libro. Una obra en la que se cruzan el pánico y la locura de un mundo asolado por el Covid con el dolor de un hombre ante el avance de un cáncer de pulmón de su compañera de vida. Y, claro, el ejercicio de una labor cariñosa que restituye el lazo etimológico entre los términos “curar” y “cuidar”.
Soñando
En un rincón de “Terminal 2020”, Baigorria deja una pista arrumbada al final de la página. Cuenta que las vías lo obsesionan. El autor confirma a El Litoral que el título tiene, de mínima, una doble entrada: “Fue pensado desde el principio, al contrario de lo que ocurrió con otros títulos de mis libros, que muchas veces sufrieron cambios hasta último momento, por indecisión frente a distintas opciones y consultas a amigos para ver cuál era el mejor. Aquí me acompañó desde el inicio en parte por lo que señalás, por la idea de una terminal como un final de viaje, y porque ese año, el 2020, con la pandemia de por medio, las enfermedades terminales estuvieron en boca de todo el mundo”.
El eje conductor de la obra, la vía por la que transcurre el art of dying, es el tiempo. Osvaldo se apoya en el gerundio que Nathalie Léger nombra aunque duela: muriendo. Parte de una postal onírica para ensuciarse en el dolor de la vigilia (hasta volverla verbo y pregunta, muchas preguntas). “En principio, intenté contar la historia de un amor entre dos que se unen entre sí con todos sus sueños, expectativas e ilusiones sin saber qué les deparará el destino, por usar un lugar común”, introduce. “En esa pareja hay un acuerdo afectivo sobre el cuidado mutuo y allí los sueños tienen un papel clave, por su doble acepción de actividades del cerebro dormido y de fantasías diurnas, ya que uno puede soñar dormido y también soñar despierto. Esa ubicuidad los hace disparadores perfectos para contar la historia de una relación amorosa que inevitablemente se llena de ensoñaciones, de fantasmas, de deseos y de miedos de principio a fin. Solo cuando se sale de una relación uno se da cuenta de cuánto la soñó y la vivió realmente. Claro que así pasa con la vida misma, que es un sueño como decía Calderón, para mencionar su cita más conocida”.
Respecto a las instancias de elaboración, Baigorria descifra: “Algunos de los sueños que están en la novela me ocurrieron antes de ponerme a escribirla, a otros los inventé y a todos los desarrollé utilizando los recursos de la narrativa de ficción, tal como hace cualquier persona que relata un sueño, me parece. Creo que los sueños esquivan el paradigma ficción vs. no ficción ya que se construyen en el relato del soñante como espacio intermedio entre esas dos esferas”.
“Solo cuando se sale de una relación uno se da cuenta de cuánto la soñó y la vivió realmente”. Foto: Gentileza Coni RosmanMuriendo
Al interior de ese hombre que sufre-y-acompaña (cuida/cura), en su auxilio, vienen palabras leídas y escuchadas a lo largo de su vida. Afloran. Otro tanto sucede con los interjuegos que el autor ejecuta entre una palabra en español y sus variantes lingüísticas en otros idiomas. Pareciera que la heterodoxia de sus lecturas (desde el budismo hasta Bataille) permite desentrañar el misterio de la conciencia en momentos de duelo y sacarlo del “estado de imposibilidad” en que se encuentra.
Le pregunto a Osvaldo si coincide con esta interpretación personal. “Sí, es posible que la amplitud en las lecturas, esa heterodoxia lectora que mencionás me haya ayudado en algo, pero no sé si es posible desentrañar el misterio de la conciencia en estado de duelo. Digamos que al narrador, más allá del autor, las lecturas le permitieron advertir la singularidad del duelo ante la muerte del amante, cónyuge, pareja. En lo personal, a ese eclecticismo como lector a veces lo veo como una ampliación, una riqueza, y otras como una limitación, por su efecto de dispersión. Un defecto de autodidacta, tal vez. Bueno, es lo que me tocó vivir”.
“Terminal 2020” es el cruce de muchas vías (obsesiones). En su recorrido por el tiempo -como degradación, dijo alguna vez Bitar-, el narrador nos muestra cómo va elaborando el duelo. Preciso, se queja también de algunas categorías (es el caso de “elaborar un duelo”, como si fuese otro producto de la industria farmacológica). El duelo, dice páginas adentro, es la nada: anticipa la libertad (¡qué miedo!) Hay un concepto que Baigorria toma prestado de Cyril Connolly y lo sintetiza muy bien: “El secreto de la felicidad estriba en evitar la Angustia” [las mayúsculas corresponden al escritor británico]. Connolly señala tres ejemplos de actividades que no acarrean la Angustia: “el trabajo creativo, la comunión con la naturaleza y la ayuda al prójimo”.
Consultado al respecto, el autor de “Correrías de un infiel” desarrolla: “Diría que la cuestión del cuidado y sus tareas, dilemas y tensiones atraviesa todo el libro. Y me gustó incluir esa cita de Connolly, que recordé mientras escribía, porque es verdad que la búsqueda de una cierta comunión con la naturaleza puede disipar la angustia, pero por otras razones de las que están en cierta idea romántica sobre el mundo natural, idea que tenía en mis años más ingenuos. Lo que llamamos naturaleza es algo cambiante, inestable, amenazante, violento, salvaje. Entrar en comunión con la naturaleza es también ir al encuentro con cuerpos que sufren y, eventualmente, mueren. Los cuidados que requiere ese contacto siempre nos desafían, nos ponen en peligro, nos recuerdan nuestra condición animal, nuestra propia vulnerabilidad y mortalidad”.
“Desde la pandemia hasta hoy, en todo el mundo creció la paranoia, el miedo a los cuerpos ajenos, extranjeros, diferentes”, explica el autor de “Terminal 2020”. Foto: Gentileza PlanetaEscribiendo
En la primera parte del libro, Osvaldo fija una frase (“la escritura insiste”), luego de aludir al rescate de viejos textos repuestos en un nuevo contexto. En el plano formal, cierto disloque del lenguaje coloquial permite habilitar los ejes cartesianos de la obra: el sentido del amor y la calidad de muerte.
-Siendo alguien que habitó tantos oficios y habitó de tantos modos el propio oficio de escribir, ¿cómo describirías tu vínculo con la literatura? ¿Pensás que tu vida como road movie -vivir en distintas partes del mundo y explorar desde el corazón de los hechos postales de la contracultura- alimentó o hizo simbiosis con el grano de tu prosa escurridiza a cualquier atisbo de etiqueta?
-Puede ser, hay ambivalencias en mi vínculo con la literatura. Nunca creí en la literatura con L mayúscula, como una entelequia, una abstracción hipostasiada y de fronteras imprecisas. Decir literatura siempre concita la pregunta sobre su carácter, su “qué es”, “de qué se trata”. Aira resolvió en algún momento responder a esa cuestión diciendo que literatura es el arte que practican los escritores. Pero esto abre aún más preguntas, porque habría que ver qué es un escritor o escritora, definir esa profesión o vocación o intención. Dado que a lo largo de mi vida tuve diferentes intenciones, profesiones y oficios, del periodismo a la artesanía, de la agricultura de autosubsistencia a la traducción y a la enseñanza académica, la idea restrictiva que sugiere la identidad de escritor me es un poco ajena. Hubo larguísimas etapas de mi vida en la que no escribí absolutamente nada. Por otra parte, sé que escribir no es lo mismo que construir una obra literaria, porque disfruto de la buena literatura y sería una pretensión ridícula creer que cada palabra que uno dibuja sobre un papel o tipea en un teclado tendrá esa cualidad.
-“Terminal 2020” cambia de registro (entre la novela, el ensayo, la autobiografía, la fábula), llegando al cuarto capítulo donde optás por el diario. ¿Por qué decidiste dejar asentada toda la información en ese collage entre bitácora de dolor cotidiano, farmacología y tecnicismos médicos?
-No pensé en un género definido cuando me puse a escribirlo, pero me decidí por la palabra novela, que hoy se ha convertido en un super género que puede incluir diferentes registros y formatos, porque eso me permitía ampliar las posibilidades de tratamiento temático, abriéndome tanto a lo imaginado como a lo experimentado en carne propia y a lo inverificable. En cuanto al diario, fue necesario porque así podía contar en detalle cómo se derrumba un cuerpo en agonía, qué emociones involucraba ese derrumbe y qué cuidados serían necesarios para acompañar ese cuerpo. Los tecnicismos médicos son quizá exagerados, no sé si dan una idea cabal de lo que significa la experiencia de cuidar a un cuerpo amado y deseado que agoniza.
“Morrison y Luca son arquetipos de carácter trágico y disruptivo, nos recuerdan que la vida no es un paseo por un lecho de rosas, que debajo de las rosas están las espinas”. Foto: Gentileza Nacho SánchezEscuchando
“Terminal 2020” tiene música incidental, a la par de la banda sonora. “La liberación por el oído durante el estado intermedio” que propone “El libro tibetano de los muertos” da paso a los estertores. Como lector, uno se pregunta cuánto de escucha atenta, de escaneo del ritmo triste de esos días se filtra. “Con la música soy aún más ecléctico que con la literatura, porque escucho y me gustan músicas muy diferentes”, explica Baigorria. “Y tiendo a recordar más algunas letras de canciones que citas literarias. A estas últimas las recuerdo muy vagamente y siempre debo consultar libros en mi biblioteca para reponerlas por completo. Trato de no forzar una cita o una paráfrasis, sino que procedo como cuando uno conversa y de pronto se le ocurre la letra de una canción que viene a cuento. Es la atracción por la metonimia”.
También, desde este lado del libro, asoma el interrogante por la marca de ciertos escritores “de la escucha" (Zelarayán o Di Benedetto) en el pulso del libro. “No sé de influencias, seguro que en las lecturas también se me adhirieron diversos ritmos, como aquellos que mencionás pero también el fraseo de Néstor Sánchez en ‘Nosotros dos’, la escucha del tango y del rock que rebota en los árboles y las paredes, la belleza del eco y la fuerza del habla, en castellano rioplatense y en otros idiomas”.
-Entre las diversas referencias musicales, hay dos que emergen con insistencia en la obra: The Doors y Sumo. ¿Lo asociás con el carácter disruptivo y trágico que orbita alrededor de sus canciones? ¿Qué funciones cumple la música en el cuidado de una persona agonizante?
-Claro, Jim Morrison, Luca Prodan son arquetipos de carácter trágico y disruptivo, figuras que nos recuerdan que la vida no es un paseo por un lecho de rosas, que debajo de las rosas están las espinas y que la frivolidad y el cinismo están de más en ese recorrido que va del nacimiento a la muerte. En cuanto a la música, incluso el más pesimista podría encontrar consuelo en ella, como Schopenhauer, que tocaba la flauta. “Sin música, la vida sería un error” decía Nietzsche. Y sí, ante el cuerpo que agoniza se impone algún canto, que puede ser un modo de transmutar un llanto.
Post-2020
Le pregunto a Osvaldo cómo nos dejó el Covid. Responde: “Salimos peores como sociedad, definitivamente. Aunque no es un problema solo de Argentina. Desde la pandemia hasta hoy, en todo el mundo creció la paranoia, el miedo a los cuerpos ajenos, extranjeros, diferentes, y de allí el rechazo, el resentimiento, el odio y la guerra contra los considerados peligrosos o indeseables. Mucha gente se volvió más loca de lo que ya estaba. Creo que la pandemia fue un parteaguas. La violencia en los discursos políticos, la crueldad y la brutalidad en los gestos y el vocabulario tuvieron su estímulo principal en ese acontecimiento traumático. Parece que no lo hemos superado”.