Por Dr. Eduardo Raúl Molinas
Este viernes se cumplirán doscientos cinco años de la muerte del general Manuel Belgrano. En un mes tan simbólico como emotivo para el Instituto Belgraniano de Santa Fe, la entidad quiere recordar al prócer de nuestra independencia a través de este sentido escrito de su fallecido ex presidente.

Por Dr. Eduardo Raúl Molinas
El general Manuel Belgrano (3 de junio de 1770-20 de junio de 1820) fue el primero en hacer flamear a los vientos la insignia patria, diciendo entre otras las siguientes palabras: "No olvidéis jamás que nuestra bandera es de Dios, que él nos ha concedido esta obra, que nos manda que la sostengamos". Es la primera bandera independiente bendecida en América. Y es la bandera de las diáfanas triunfales, la misma que reafirmó la libertad y plasmó la organización constitucional de nuestra república.
Es la bandera que, levantada en las barrancas del litoral, llega al Congreso de la Independencia para recibir la sanción consagratoria en el año 1816. Y es la bandera independiente que trepó las cumbres más altas de los Andes y, escudriñando los horizontes, se anticipó a su destino. Es la bandera de las batallas que nos dieron gloria y también la de los caudillos en los entreveros sangrientos de las montoneras provinciales.
Es la bandera de nuestras disidencias civiles, conteniendo las pasiones y los desbordes en las grandes luchas, alzada como emblema de la unidad nacional, geográfica y política, resistiendo todas las tempestades. Es la bandera de nuestras jornadas por el trabajo, por el progreso, por las instituciones, por la ciencia, por las letras, por las artes, por todo lo que eleva y dignifica a un pueblo, lo define en la superioridad de su destino y lo acerca a las conquistas redentoras de la civilización.
Es la bandera de nuestras creencias, que nos vienen del pasado, la que reverenciamos en las mañanas, la qué al mezclarse con las nubes, con los rayos del sol, pareciera que se mezclaran los recuerdos gloriosos, con las obras del sacrificio, del infortunio y de la muerte.
Será la bandera que agitarán los vientos de otros siglos, que continuará pregonando las excelencias de su creador: el patriotismo, el deber, la abnegación, la lucha, la perseverancia, en fin, todo lo que es fuerza, luz y fecundidad en esta lucha azarosa por la vida.
"Bandera de la Patria, preside desde la gloria de tu altura, el advenimiento de las nuevas generaciones que se sucedan, levanta sus corazones y enciende sus jóvenes pupilas; inflama en sus pechos la llama del verdadero amor y patriotismo, hecho de abnegación, de sacrificio y de nobleza. Preside también el gobierno de la patria, dentro del orden y de la ley. Proclama el amor a la República, enséñanos a mantener el orden y la libertad para así construir la grandeza argentina. Queremos tu fe republicana y la solidaridad continental".
A todos nos toca hacer más grande nuestra bandera y a su amparo llegar a la cumbre. Que ella nos conforte y nos guíe en nuestra marcha camino hacia adelante.
(*) Publicación póstuma en homenaje al autor, fallecido el 17 de marzo de 2025, a la edad de 99 años. Eduardo Raúl Molinas fue presidente del Instituto Belgraniano de Santa Fe desde el 19 de marzo de 2011 al 11 de marzo de 2014, desempeñándose luego como miembro de la comisión directiva de la entidad en calidad de síndico titular, función que cumplió hasta el día de su fallecimiento. También ejerció como titular de la Asociación de Abogados y Procuradores Jubilados.
Por Ceferino Ballesteros
El 4 de septiembre es el Día del Inmigrante, en homenaje a quienes tan sana y profundamente describe Julián Ratti en una de sus reconocidas y celebradas canciones, "Los Inmigrantes". Y es un 4 de septiembre, pero de 1902, el que por estos días nos viene a la memoria, para poder conmemorar y reivindicar con orgullo al general Manuel Belgrano, la creación de la bandera argentina y el legado belgraniano. Porque aquel día, precisamente, sucedió un hecho que causó una vergüenza total a nivel nacional. Fue durante la exhumación de los restos del insigne prócer, que estaban sepultados en el atril del convento de Santo Domingo en Buenos Aires.
Durante el citado acto, y con increíble torpeza, dos de los integrantes del gabinete de gobierno de Julio Argentino Roca, los ministros Joaquín V. González (Interior) y el coronel Pablo Riccheri (Guerra), sustrajeron dientes de entre los restos de Belgrano, uno cada uno. Ante el escándalo, las valiosas piezas dentales fueron devueltas. El desvergonzado antecedente tendrá sus secuelas en el tiempo: sin ir más lejos, entre los tantos despojos sufridos por el general, puede recordarse que en 2007 sustrajeron el reloj de oro que le había pertenecido, aquel con el que pudo pagar a duras penas los servicios de su médico en el lecho de muerte. Una pieza invaluable que atesoraba en una de sus vitrinas el Museo Histórico Nacional.
Solo un periódico dio la noticia de la muerte del gran prócer argentino algunos días después del 20 de junio de 1820 y fue El Despertador Teofilantrópico Místico Político, cuyo director, el cura Francisco de Paula Castañeda, se lamentó por el triste, ingrato y pobre funeral que se le había dado al ilustre General de la Patria. Es que Belgrano murió en la pobreza absoluta, teniendo por lápida parte de un lavatorio de la familia y el último adiós, al que asistieron muy pocas personas.
Años más tarde, sin respetar los deseos de Belgrano de descansar en una tumba austera, sus restos fueron trasladados a un mausoleo hecho con los mejores materiales de la época y por escultores italianos. En ese contexto, el l 4 de septiembre de 1902, una comisión compuesta entre otros por un nieto y un bisnieto del prócer, además de los citados ministros González y Riccheri, procedió a exhumar los restos de Belgrano, pero debajo de la lápida no hallaron ningún ataúd -su madera se había desintegrado con el tiempo- solo clavos, tachuelas y algunos huesos dispersos.
Allí, en un hecho totalmente incalificable y que debiera avergonzarnos aún hoy, fue que los funcionarios gubernamentales se llevaron el par de dientes del general. Cuenta la historia que en su momento fue Riccheri el improvisó una excusa para explicar semejante profanación: dijo que los habían tomado con la intención de llevarlos para recubrirlos de oro y después devolverlos. Ante el escarnio público, los ministros no tuvieron más que devolver lo sustraído. "El miedo solo sirve para perderlo todo", atesora una frase célebre. Al que le quepa el sayo, que se lo ponga.




