El gobierno nacional parece estar dispuesto a no intervenir el mercado cambiario, estrategia que choca con el objetivo de aumentar la cantidad de reservas y también con el acuerdo firmado recientemente junto al FMI. Además en julio existen vencimientos de deuda en dólares y algunos problemas que vienen de la gestión de Alberto Fernández como ser la deuda privada por importaciones (aproximadamente U$S 25.000 Millones) y los giros de utilidades pendientes por U$S 10.000 Millones). En este escenario, tanto el Banco Central de la República Argentina como el sector privado incrementarán fuertemente sus demandas de divisas en los próximos meses.
Sin embargo, el equipo económico liderado por presidente Javier Milei y Luis Caputo, ministro de Economía, parece poner el foco en otro objetivo: el "cambio de expectativas", y con esto no nos referimos solo a la inflación futura, sino a cambiar la idea de que apostar al dólar es siempre la mejor opción. Esta estrategia, hasta ahora, le ha dado algunos resultados, pero el problema es que el dólar no baja por el libre juego de la oferta y demanda en el mercado, sino por una política económica deliberada para que baje. Por ejemplo: ofreciendo títulos en pesos con tasas más altas a las internacionales, permitiendo la posibilidad de "carry trade", interviniendo el dólar futuro o subiendo la tasa de plazo fijo en términos reales para los pequeños ahorristas.
La Inflación como prioridad
El gobierno sabe que el problema inflacionario está lejos de resolverse, de hecho hace poco hubo una fuerte tensión, cuando en marzo el índice se disparo al 3,7% y provocó que el ministro Caputo presione a distintas empresas mayoristas para retrotraer sus aumentos de precios, bajo amenazas y acusaciones, en una especie de kirchnerismo libertario. Esto provocó que pese a la salida del cepo, el gobierno haya decidido contener aún más el tipo de cambio, tratando de contrarrestar cualquier expectativa de devaluación.
La falta de dólares se empieza a sentir y Milei necesita que el campo liquide. El mensaje para los "sojeros" parece ser que no especulen con una devaluación. Hasta ahora algunos productores agropecuarios no parecen haber tomado nota y continúan acopiando entre U$S 6.000 y U$S 9.000 millones en granos. Puede ser que se especule con una baja de retenciones, pero eso no parece estar en la agenda del gobierno, por lo menos a corto plazo.
Daño colateral
La primer efecto no deseado de estas medidas resulta claro y es la pérdida de competitividad de la economía en general y del sector industrial en particular. Pero además, las altas tasas de interés, ponen un freno al crédito, a la inversión y a la recuperación económica. A esto se suma el déficit en turismo, los antecedentes históricos similares son muchos, pero el último de importancia fue en 2017, cuando durante la gestión de Mauricio Macri se generó una pérdida de U$S 10.000 millones, acentuando fuertemente la salida de divisas que terminó dos años más tarde con una devaluación y vuelta del cepo.
Siempre que el dólar está tranquilo y atrasado, se contienen los precios, el poder adquisitivo se recupera un poco (debido al abaratamiento de las importaciones) y se incrementa el consumo para un sector importante de la sociedad. Pero la situación es frágil y si el dólar se dispara, todos los logros adquiridos se desvanecen automáticamente, aumentando la inflación y disminuyendo el consumo en tasas mayores a las anteriores y en un contexto de mayor desempleo y exclusión.
¿Puede salir bien?
Tanto el presidente Milei como el ministro Caputo repiten hasta el cansancio que "todo marcha de acuerdo al plan". Plan que no fue expuesto, pero que parece poner su foco en un cambio radical de expectativas, con una fuerte disciplina fiscal y gran endeudamiento externo. Por el momento, el gobierno se siente cómodo con este escenario y podría llegar a 2027 bien posicionado para una reelección.
En ese caso, un hipotético triunfo de Milei, le permitiría capitalizar inversiones de mediano plazo en el sector de la minería y la energía, generando una entrada de dólares que sustentarían el modelo de apreciación cambiaria y a la vez mejorarían las expectativas de largo plazo, ya que el programa económico se sustentaría en exportaciones (reservas genuinas) y no en la deuda externa. Sin embargo, hay efectos secundarios que seguirán siendo inevitables.
En primer lugar la destrucción de la industria nacional y su innovación tecnológica adyacente. En segundo lugar, el desempleo, ya que continúa el cierre de pymes, que son las mayores generadoras de empleo en nuestro país. Otro efecto no deseado, es la llamada enfermedad holandesa, que básicamente describe como en una economía que experimenta un boom de exportaciones de productos primarios, se genera un traslado de recursos al sector en auge en desmedro del resto de la economía, profundizando aún más la apreciación cambiaria y la pérdida de competitividad.
Conclusión
En definitiva, el presente programa económico se sostiene gastando a cuenta de ingresos futuros. La sostenibilidad o no del modelo actual dependerá de la capacidad de repago que genere la economía en su conjunto. Hoy la confianza y el apoyo de gran parte de la sociedad está, pero ya hemos visto como ese escenario puede darse vuelta en muy poco tiempo. El único modelo económico sostenible, es uno que genere trabajo productivo, no un sistema donde la mayoría de la sociedad vivía de planes sociales como el que quiso implementar el kirchnerismo, ni tampoco un sistema donde el Estado se ausenta de cualquier política de desarrollo como en el actual.
Mientras el kirchnerismo optó por el camino de la intervención excesiva, desembocando en una sociedad subsidiada y una industria vulnerable, el gobierno de Milei, está sacrificando la competitividad y la generación de empleo en pos del liberalismo extremo . La promesa de una "normalización" económica se diluye ante la evidencia de que este modelo, al igual que su predecesor, hipoteca el futuro al depender de los ingresos esperados de las materias primas, sin abordar la necesidad de expandir la matriz productiva y fomentar un ecosistema que genere valor agregado y trabajo digno.
Ambas visiones, en su búsqueda de soluciones mágicas o atajos ideológicos, han eludido el único camino viable para Argentina: un modelo económico fuerte que priorice la producción, la exportación diversificada y la creación de empleo de calidad, lejos de las quimeras del dólar barato o la dádiva estatal.