Agustín Zapata Gollan, descubridor de las ruinas de Santa Fe la Vieja en 1949, fue uno de los historiadores más importantes que dio nuestra ciudad. Hombre de múltiples saberes y efectivo hacedor en el plano de las materialidades conducentes, convirtió antiguos indicios documentales, tradiciones orales, opiniones historiográficas y el señalamiento aproximado del sitio originario por parte del gobernador radical Enrique Mosca mediante la erección de un monolito, en la concreta búsqueda de los vestigios de la urbe primigenia. Los trabajos arqueológicos comenzaron en el lugar del monolito levantado en 1923 en homenaje a Juan de Garay, fundador de Santa Fe en 1573.
Aquella construcción no se había hecho al azar, sino sobre una lomada de tierra que sugería la existencia de restos, sospecha compartida por historiadores y gente de la zona, incluidos vecinos de la aledaña Cayastá. Y, ciertamente, con el comienzo de las excavaciones, pronto aparecieron indicios materiales que parecían corroborar la hipótesis. El avance de los trabajos, consolidaba la expectativa. Se siguió la traza de residuales muros de tapia que dibujaban en el subsuelo la figura de un rectángulo grande que sugería la existencia de una iglesia, para luego cavar hacia abajo en busca de tumbas que confirmaran el hallazgo. En esas tareas, apoyadas en lecturas y consultas específicas sobre arqueología, Zapata se fue formando en una disciplina para él nueva, mientras, como historiador, cotejaba los restos humanos exhumados en crecido número, con los documentos de los orígenes de la ciudad, felizmente conservados en archivos del gobierno provincial.
Huesos y testamentos
Guiado por los testamentos de la época y las mandas de última voluntad de los testadores respecto de sus sitios de entierro en las distintas iglesias, Zapata contaba con datos precisos sobre tumbas de los vecinos más importantes, sus nombres, y características de edad, sexo y número cuando de una familia se trataba. Así identificó el sepulcro ocupado por los restos de Hernandarias, primer gobernador criollo del Río de la Plata y su esposa, Gerónima de Contreras, hija de Juan de Garay, enterrados en la cabecera del templo, frente al altar mayor, del lado del Evangelio (a la izquierda, visto de frente). Y supo que había encontrado la iglesia de la orden franciscana. Era el comienzo de un trabajo de décadas para un Zapata más criollo que nunca, con las botas, bombachas y camisas de campo que usaba los fines de semana cuando se instalaba en una vieja casa del lugar, en la que dormía en un catre de campaña, y durante el día participaba de la excavación de trincheras que hendían el suelo ribereño en busca de la información que brindaban restos óseos, muros de tapia, fragmentos de tejas y la aparición de objetos diversos de los siglos XVI y XVII, todos los cuales proclamaban su pertenencia a la ciudad de Garay.
En sus tramos de estudiante, Zapata Gollán había egresado como bachiller del Colegio de la Inmaculada Concepción, y como doctor en Derecho y Ciencias en la Universidad Provincial de Santa Fe. Una vez que los claustros quedaron atrás, hizo una corta experiencia en los Tribunales, para luego abrirse camino en el periodismo con una pluma que empezaba a florecer. También incursionó en la política, ejercicio en el que adscribió al Partido Demócrata Progresista, vehículo de acceso a la intendencia de la ciudad, ciclo en el que luego de demostrar su perfil humanista, hubo de concluir a causa de insalvables diferencias con el gobierno del Dr. Luciano Molinas, conductor del partido.
Inmersión en los archivos
Su proceso de formación como historiador, recibirá un impulso decisivo en 1938, cuando el gobierno de Manuel María de Iriondo, radical antipersonalista, lo envíe al Perú para abrevar en archivos cargados de preciosa información sobre el principal virreinato de América del Sur, al que la actual Argentina perteneció hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776.
En aquella expedición al revés del tiempo, en busca de los orígenes de Hispanoamérica y de la mismísima Santa Fe, Agustín, reunió amplia información documental que le permitió componer su primera monografía relevante: "Caminos de América", publicada en 1940 por el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, con prólogo del profesor Juan Mantovani, ministro de Instrucción Pública y Fomento. Ese instituto había nacido ese mismo año, con Zapata Gollan como director.
Nueve años después, el Departamento y su director alcanzaban su mayor logro para la provincia y el país, aunque antes, este último deberá atravesar borrascas diversas provocadas por detractores y polemistas, conflicto de teorías y egos al que la Academia Nacional de Historia y la Sociedad Argentina de Antropología le pondrán punto final mediante los dictámenes convergentes de especialistas en ambas disciplinas.
Antes, como dije, Zapata había retomado la gesta de Garay como objeto de estudio, tarea que lo llevará hacia las fuentes documentales de la conquista y poblamiento en Lima y Cusco, capitales de dos mundos, el español y el incaico, cuando comenzaban a mixturarse en hispanoamericanas.
Los caminos
En aquel trabajo augural, Agustín principia con las navegaciones de los indios del Caribe, de la costa de Brasil, las riberas del Río de la Plata y el Paraná, los canales y el estrecho austral, así como las islas y costas del Pacífico, incluidas las navegaciones del inca por el gran Mar del Sur. Y prosigue con las rutas terrestres abiertas por pueblos prehispánicos; tanto los que comunicaban el borde atlántico de Brasil con el corazón verde del Paraguay, como los caminos del inca, trazados sobre el espinazo de la cordillera de los Andes. Y las diagonales que acortaban las distancias de la anchurosa América del Sur, como el que unía el portal del Carcarañá con el futuro Alto Perú.
Finalmente, Zapata releva con detalle los caminos de la colonia, trazados por conquistadores españoles para vincular ciudades embrionarias en la geografía del subcontinente. En particular, se detiene en los caminos diagonales (de sureste a noroeste) que unirán a Santa Fe, primero, y Buenos Aires, después, con el Alto Perú y el Perú. Paso a paso su visión se ensancha. Sus aprendizajes le hacen trascender pronto los horizontes comarcanos en los que germinó su primer interés por la historia. Más aún, incursiona en los campos de la geopolítica y la geoeconomía.
Impenitente investigador de archivos en busca de llaves que pudieran abrir las puertas del conocimiento para poner en valor la historia de su ciudad natal, así como de sus irradiaciones a los territorios provincial, nacional y americano, compuso su denominada Obra Completa de manera fragmentaria. Sus monografías, artículos, cuadernillos y boletines fueron publicándose a medida que sus descubrimientos se traducían en textos para leer.
Lejos de la organicidad de una obra que empieza y termina de acuerdo con el previo esbozo de un plan, el trabajo de Zapata irá tomando volumen por la acumulación aluvial de materiales, como ocurre con la formación de las islas del Paraná. Pero más allá de la diversidad de temas (flora, fauna, geografías, pueblos indígenas, expediciones españolas, mestizajes, fundación de ciudades, topónimos, lenguas nativas, hábitos y costumbres de distintos grupos, etc.), surge aquí y allá un hilo principal que organiza la composición de su textura histórica, un hilo que conduce a la conclusión de que "la historia de América se encuentra sintetizada en la historia de sus caminos".
Es muy difícil abarcar la obra de este exponente tardío del Renacimiento, cultor de una prosa de infrecuente calidad poética, lector de seculares caligrafías enrevesadas, buen dibujante y excepcional xilógrafo que con pocos trazos realizados con la gubia sobre la madera, lograba bellísimas imágenes, muchas de ellas con significativos trasfondos sociológicos, reveladores de la Santa Fe que a principios del siglo XX empezaba a desaparecer en términos culturales, como en lo material lo había hecho su predecesora a mediados del siglo XVII, por él reencontrada.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos en el año de su 90° Aniversario, 1935 -2025. El autor es miembro de número de la entidad académica.