-Hola, ¿padrino?
Se llama Alfonso. Además de ser muy lector -fanático de “El Principito”- y de escribir cuentos, tiene otra pasión: los videojuegos. Y desarrolló una idea para comprarse con sus ahorros la última versión de ese dispositivo.

-Hola, ¿padrino?
-¡Hola “Fonsi”! ¿Cómo andás, cabezón?
-Bien. Escuchá. ¿No tendrás un “laburito” para mí?
-(Silencio y luego risas del otro lado del celular.) Eh, sí claro. Pero, ¿qué querés hacer?
-Cualquier cosa… Barrer, limpiar, acomodar cajas. ¿Me darías el laburito?
-(Más risas disimuladas del otro lado.) Bueno -el padrino le sigue con tierna complicidad la propuesta-. Venite mañana a las 6 de la mañana, acá se arranca bien temprano.
-Listo, mañana estoy ahí a esa hora. ¡Gracias, padrino!
“Fonsi” es Alfonso, un niño de nueve años. Y a la charla la tuvo con, como se dijo, uno de sus padrinos, que tiene un negocio.
¡Cuando se enteró la mamá de Fonsi de esa charla! Puro y total amor ella, lo llamó, lo tomó con un tierno arrumaco entre sus brazos y le preguntó: “Fonsi, ¡no podés trabajar! Sos menor de edad. Además, ¡tendrías que dejar la escuela! Ahora decime: ¿para qué querés trabajar?
“¡Foo! Bueno, ma’, está bien -refunfuñó un ratito-. Necesito trabajar para comprarme la Play Station 5, ya lo sabés. Y con los ahorros que tengo guardados no llego a comprarla. ¿Entendés?”.
Alfonso vive en una ciudad que tiene más de pueblo santafesino que de cabecera departamental. Es esa vida donde los pibes andan en bici, se juntan en un campito o en el playón a jugar a la pelota, o bien a merendar en la plazoleta central.
Le gusta el fútbol. Mucho, muchísimo. Colecciona camisetas de todo el mundo. Sus preferidas son, claro, la de Lionel Messi, Campeón del Mundo de Qatar 2022, y la de Diego Maradona en el Nápoli (alguien podría decir "le gusta lo que a todo argentino de bien le debería gustar").
Pero hay una especial. La de sus amores, el Club Atlético Colón de Santa Fe. Viaja seguido desde su localidad de residencia a Santa Fe a la cancha para ver los partidos de local de "El Sabalero". Siempre con sus tíos, los hermanos de su abuelo paterno y con sus "primas de corazón".
Las aficiones de Alfonso no se quedan ahí. Sus papás aprovecharon la pandemia (cuando las escuelas estaban cerradas) para alfabetizarlos con tiempo y dedicación -y amor, por supuesto-, tanto a él como a su hermana mayor, Male. Alfonso le tomó el gustito a la lectura y escritura: lee todo lo que le cae en las manos. Y su dicción es perfecta.
No sólo eso: tiene el buen hábito de escribir cuentos. Con principio, desarrollo y final, como marcan los manuales. Usa como anotadores las agendas viejas de su papá: allí mezcla en frenéticos garabateos historias de gambeteadores mágicos, de arqueros que tienen muchos brazos y a quienes nadie les puede hacer un gol, de zombies, de animales fantásticos.
Tiene celular, pero no lo usa. Lo dejó tirado debajo de su cama. Para comunicarse, usa el teléfono de su mamá o el de su hermana.
"Fonsi" tiene excelentes notas en la escuela. Sus carpetas son impecables: ordenadas por folios y sin errores de ortografía. Y en sus hábitos de lectura apareció, por obra y gracia de su abuela paterna, que tiene una librería -y por obvias razones, sabe mucho de libros- una joya: "El Principito", de Antoine de Saint-Exupéry.
Quizás algo de El Principito caló en la mente y, sobre todo, en la sensibilidad de Alfonso, que lo derivó a idear una "estrategia familiar" para poder cumplir uno de sus infantiles sueños: comprarse por sus propios medios la Play Station 5, a la cual quizás todo niño en el mundo quiere acceder.
Un día, Alfonso estaba charlando con su abuela. Atribulado porque sus "ahorritos" estaban lejos del extremado costo de la PS5 -casi un objeto de lujo-, se puso a pensar. "¿Qué puedo hacer para reunir el dinero que me falta y cumplir este sueño?", se preguntaba el niño. Y una palabra de su "abu" abrió la puerta.
"¡Ya sé! ¡Voy a hacer un sorteo ‘a beneficio'! Armaré cinco premios y, luego, venderé números a todos los integrantes de mi familia. Cada número vendido tendrá un valor de, digamos... 5 mil pesos. Así, llegaré a lo que necesito para comprarme la última Play Station", pensaba Alfonso, entusiasmado por la idea.
Inmediatamente, le pidió a su abuela prestada la computadora, escribió e imprimió un cartel con letra bien visible que decía lo siguiente:
“Donación PS5: Si donás dinero podés ganarte muchos premios: cuesta $5.000 el número”.
Seguía luego el cartel: “!Ayudame! ¡No seas atorrante (sic) y doná para ganarte una novela romántica y unos sanguchitos y yo ganarme la Play. Hay 5 premios: Puesto 1: una novela romántica y unos sanguchitos; Puesto 2: un fernet; Puesto 3: unos sanguchitos; puesto 4: unas velas; Puesto 5, una caja de sahumerios”. Así como se lee.
Con el cartel listo, el niño se fue a lo de sus abuelos, de sus padrinos, de sus tíos. Y casa por casa, explicó su idea y los beneficios del “sorteo a beneficio” (de él). Cada integrante familiar lo escuchó con asombro y con cariñoso amor. Le compraron los numeritos, y él los fue anotando.
Finalmente, llegó el día esperado. El 19 de octubre, se realizó el sorteo. Para que “conste en escribanía pública” fue filmado, con la ayuda de su mamá y Male. ¡Y se conocieron los ganadores! Dos abuelas, una tía y otra. Al final del sorteo filmado (que no se publica en esta nota para preservar la identidad del menor), se mostraron los premios. Fueron entregados en mano a los ganadores.
Todo lo relatado ocurrió entre los primeros días de octubre hasta el 19 de ese mes en la ciudad de San Cristóbal, provincia de Santa Fe, ubicada a unos 180 km de esta capital. Y contar esta “historia mínima”, que para algunos resultará inspiradora y para otros intrascendente, persiguió un único motivo.
Fue narrar la fuerza de voluntad, la meta trazada y buscada siempre, el ingenio y hasta la inocencia de las nuevas infancias. El pequeño está aún lejos de llegar a reunir los ahorros para comprarse la PS5; sin embargo, con la ayuda de quienes lo aman, hasta quizás con la mano de alguien que esté velando por él desde algún “otro plano”, el niño logrará su objetivo.
Y "Fonsi" lo sabe.




