Hay artistas cuya obra está sostenida en la simpleza y se instala por la precisión de la mirada. Axel Amuchástegui, nacido en Córdoba el 11 de diciembre de 1921, fallecido en Buenos Aires en 2002, pertenece a esa estirpe.
Su trabajo incluye técnicas minuciosas y registros visuales que permitieron crear un acervo único sobre especies nativas y exóticas. Hoy es valorado por investigadores y museos.

Hay artistas cuya obra está sostenida en la simpleza y se instala por la precisión de la mirada. Axel Amuchástegui, nacido en Córdoba el 11 de diciembre de 1921, fallecido en Buenos Aires en 2002, pertenece a esa estirpe.
En el aniversario de su nacimiento, su obra ratifica que el arte naturalista (que busca representar la realidad de forma fiel, sin idealizaciones) tuvo en él a un obsesivo de los detalles, capaz de convertir el estudio de la fauna en un lenguaje.
En sus primeros años, Amuchástegui siguió un camino ajeno al arte. Estudió dos años de ingeniería aeronáutica, fascinado por la lógica del dibujo técnico. Esa experiencia, sin embargo, despertó otra pulsión. Hacia 1940, con una disciplina que lo acompañaría durante toda la vida, comenzó a incursionar en el dibujo y la pintura.
El entorno natural, por entonces, ya lo había marcado. "Desde siempre, desde muy niño, sentí una profunda atracción por la naturaleza", confesaría años después.
Amuchástegui se definía como autodidacta extremo. Admiraba a Jean-Auguste-Dominique Ingres "por su técnica, su maestría en el manejo del pincel, la composición, la riqueza de matices y, sobre todo, su sutileza".
Esas palabras no eran antojadizas. Su obra naturalista, realizada mayormente en acrílico con técnica de pincel seco, exigía una precisión casi quirúrgica. Sus ilustraciones de fauna, sobre todo de pájaros, muchas de ellas centradas en especies en peligro de extinción, adquirieron un realismo fotográfico sorprendente.
Publicó libros sobre aves y mamíferos, ilustró cuentos infantiles y portadas de revistas, y trabajó en paralelo en la Dirección Nacional de Minas. Su método era encontrar a los animales en su hábitat natural. Cuando no podía, apelaba a fotografías, filmaciones o visitas al zoológico, observando plumas, pelajes y movimientos.
Residió en Buenos Aires, pasó temporadas en Perú y viajó a Kenya, Zambia y Sudáfrica para estudiar la flora y la fauna. En esos viajes deseaba aprender, cada animal era para él una especie de narrativa.
La revista Siete Días Ilustrados lo entrevistó en 1974. "Su estudio no guarda la apariencia de un atelier", sino la de un abogado o un escritor, señalaba la publicación.
Rodeado por una biblioteca imponente, Axel se movía entre láminas, bocetos, su vieja pianola, antigüedades, bronces y porcelanas chinas. "Aquí sólo me encuentran a mí", decía con ironía, rodeado de cientos de "vidas animales" en papel.
La consagración le llegó pronto. En una muestra en Buenos Aires, un galerista lo invitó a exponer durante en la Galería Kennedy de Nueva York. Ese fue "mi mayor éxito", diría.
Desde entonces, los coleccionistas internacionales lo siguieron de cerca. Firmó un acuerdo con la Tryon Gallery de Londres, que compraba sus láminas, las exhibía, las vendía y luego las imprimía en lujosos volúmenes.
En 1988, después de treinta años sin exponer en galerías argentinas, regresó con 15 obras en Eguiguren Arte Hispanorteamericano, y repitió la experiencia año tras año. En 1992 obtuvo el Premio al Mérito Conservacionista del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), un reconocimiento a la dimensión científica y ambiental de su obra.
A pesar de los elogios, Amuchástegui desconfiaba de sí mismo. "Nunca me gustaron mucho las cosas que yo hago. Me siento muy insatisfecho", confesó en 1997 a La Voz del Interior. No era una falsa modestia. Pintar, decía, era "lo mío, siempre".
Murió en junio de 2002. Sus restos descansan en el Cementerio Parque Memorial de Pilar, pero su obra continúa viajando, habitando casas, libros, salones diplomáticos, museos y colecciones privadas.




