El 4 de septiembre de 1936 nació en Buenos Aires Juan Carlos Cáceres. La mayoría de los lectores, presumiblemente, asociará su nombre al piano y a su enérgica militancia en favor de una genealogía afrodescendiente del tango.
Más allá de su obra musical, Cáceres desarrolló en Francia una producción plástica que convirtió la memoria afrodescendiente en un gesto tanto estético como político.

El 4 de septiembre de 1936 nació en Buenos Aires Juan Carlos Cáceres. La mayoría de los lectores, presumiblemente, asociará su nombre al piano y a su enérgica militancia en favor de una genealogía afrodescendiente del tango.
Sin embargo, hay algo más. Detrás de ese músico que alcanzó prestigio internacional, se alza también un pintor, un profesor de Historia del Arte que trabajó, desde otros soportes, la misma hipótesis estética y política de sus discos.
Cáceres pintó los rostros invisibilizados de la historia rioplatense: soldados negros de la Guerra del Paraguay, comparsas olvidadas y milongueros que el canon oficial, muchas veces, borró de la memoria.
Su primera formación fue plástica. Estudió en la Escuela Manuel Belgrano y en 1962 expuso en el Salón Nacional. Lo que para muchos habría sido un punto de partida, para él fue un pliegue. Es que el jazz y el tango lo reclamaban de noche en la Cueva de Pasarotus y en el Bar Florida.
En mayo del 68 se instaló en una París atravesada por la efervescencia juvenil. Allí su pintura adquirió un tono particular. "Un sol imaginario en el cielo gris de París", decía. El colorismo de sus telas era también antídoto contra la nostalgia.
Fue un pintor expresionista, neofigurativo, anclado en lo histórico. Su mirada plástica buscaba rescatar lo que la música por sí sola no podía: la dimensión corporal, visual y política de la raíz africana en el Río de la Plata.
La insistencia de Cáceres por retratar la raíz negra del tango dialoga con la de otros artistas plásticos argentinos que también trabajaron sobre la memoria popular y los orígenes mestizos de nuestra cultura.
Enrique Estrada Bello, por ejemplo, recuperó desde Santa Fe y antes que Cáceres algunos personajes del carnaval y la murga, como Demetrio Braulio Acosta, conocido popularmente como "el Negro Arigós".
Cáceres encarnaba esa misma pulsión: un interés por las zonas invisibilizadas, por los expulsados del relato oficial. En sus telas, los cuerpos afrodescendientes son protagonistas de una genealogía estética.
Como señaló la revista Tres puntos en 1999, en la Galerie Monde de l'Art, del Barrio Latino de París, Cáceres inauguró una muestra de cuarenta cuadros donde desarrolló el tema de la presunta raíz africana del tango.
"En algunas de las telas retrata, con su vivaz estilo neofigurativo, a soldados negros o mulatos que combatieron en la guerra contra el Paraguay y que luego reaparecerían empuñando clarinetes y bandoneones", dice la misma fuente.
Para Cáceres, el arte era un campo de disputa. Docente, musicólogo y conferencista, unía en sus obras el rigor documental con la expresividad plástica. Sergio Makaroff, citado en Arte de la Argentina, sintetizó ese ímpetu al señalar que "su obra contagia el relámpago de un fervor pagano".
En su pintura y su música, Cáceres buscaba lo relegado por el relato "blanco y europeizante". Así, su obra puede leerse en paralelo a la de artistas como Carlos Alonso, que en los 70 pintó cuerpos desgarrados por la violencia política, o León Ferrari, que denunció la represión y el colonialismo.
Si Alonso y Ferrari atacaban los mecanismos de poder y censura, Cáceres se concentraba en la borradura cultural: el silenciamiento de la raíz afro en el tango.
En 2013, el documental Tango Negro: las raíces africanas del tango, de Dom Pedro, amplificó su investigación. La película muestra hasta qué punto la música africana dejó huellas en el tango, con entrevistas, testimonios y escenas musicales.
Cáceres aparece como intérprete y como un intelectual que defiende una memoria cultural desde el exterior. El film confirma que su militancia no se agota en los discos ni en los escenarios: es también plástica, visual, pictórica.
Cáceres murió en Périgny, Francia, el 5 de abril de 2015, a los 78 años. Desde París había construido una obra doble: la de un músico que hibridaba candombe, murga y tango; y la de un pintor que, con brochazos expresionistas, intentó devolverle el rostro a quienes la historia invisibilizó.




