"Lo que se necesita especialmente es una gran sensibilidad: ver todo en el mundo como un enigma".
Objetos comunes en escenarios que alteran la lógica: así operan los trabajos seleccionados de Giorgio de Chirico, donde la tensión entre luz, arquitectura y silencio muestra las características de su pintura metafísica.

"Lo que se necesita especialmente es una gran sensibilidad: ver todo en el mundo como un enigma".
Siempre vale la pena revisar las obras de Giorgio de Chirico. Es como volver a una plaza desierta al atardecer, con la sensación de que, detrás de lo visible, algo sigue esperando.
En la ciudad de Santa Fe, donde la pintura metafísica encontró eco en miradas como la de Ricardo Supisiche, sopesar el legado de De Chirico parece atinado.
Podemos hallar su huella en la tensión entre lo cotidiano y lo trascendental que se observa en esos amplios arenales en los cuales "Supi" ubicó a figuras humanas, sin rasgos faciales definidos, asediadas por el enigma de la existencia.
Miguel Calvo Santos menciona a De Chirico justamente como el fundador de esa vertiente metafísica dentro de las artes visuales. Y destaca su idea de plasmar el mundo de lo irracional con objetos cotidianos en contextos poco habituales.
En el aniversario de su muerte, ocurrida el 20 de noviembre de 1978, proponemos cinco obras fundamentales para reencontrarse con su mirada y reponer su vigencia.
Conservada hoy en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, marca uno de los momentos climáticos del De Chirico primordial: el de los espacios urbanos desiertos y la luz que cae de manera oblicua y dramática.
Representa una plaza vacía, con arquitectura clásica, una estatua central y sombras alargadas que transmiten una atmósfera misteriosa. Hay, además, mucha ambigüedad.
Diana B. Wechsler indica que "el planteo del espacio, el uso artificiosamente dramático de la luz, las arquitecturas entre reales y de ficción, todo el conjunto apuesta al doble juego de presentar lo real y violarlo a la vez".
Pintada en París, es una de las obras más citadas de De Chirico. Descansa en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. El vínculo entre objetos diferentes (un guante, una estatua, una pelota) arma una escena donde el sentido vacila.
Esa presencia de objetos que se tornan insólitos debido a la interacción entre ellos y con el contexto, dando pie a un ambiente surreal es característica de De Chirico.
La página web del MoMA indica que "los encuentros insólitos entre objetos disímiles se convertirían en un tema recurrente del arte moderno, pero De Chirico buscaba algo más que la sorpresa: su propósito era expresar algo de la realidad que percibía oculta tras las apariencias".
También está el MoMA y guarda varios puntos de contacto con "Plaza", tanto en la arquitectura como en las figuras representadas y sus sombras.
Natalie Dupêcher afirma que "una de las grandes innovaciones de De Chirico fue combinar elementos arquitectónicos vagamente clásicos, aunque muy simplificados, con el lenguaje pictórico del cubismo: estructuras espaciales planas, formas reducidas, tonos apagados y espacio comprimido".
El resultado: una escena suspendida, donde la sombra se vuelve protagonista y el tiempo parece plegarse.
Una de las imágenes más icónicas de la pintura metafísica. Una niña empuja un aro, mientras la perspectiva se interna en una sucesión de arcos que parecen tragarse la luz.
A diferencia de otras obras de De Chirico, donde el tiempo parece detenido, aquí hay movimiento: la banderola del fondo flamea, la sombra se estira, toda la escena sugiere que hay una especie de amenaza velada. Sin embargo, la obra también propone una capa distinta, que es la del juego.
Durante la Primera Guerra Mundial, De Chirico desarrolló una de sus series más perturbadoras: figuras de maniquíes sin rostro, cuerpos rígidos, ecos de una mente rota. Esta obra de la colección Mattioli en Milán, tiene esa atmósfera.
Eugenio Borgna la aborda desde la sensibilidad y la angustia. "En la pintura, el clímax de la desesperación renace de las figuras sin ojos y sus rostros resecos: despertando la impresión inmediata de un silencio asombrado y penetrante".
En definitiva, siguiendo a J.M. Sadurní, "el arte metafísico va más allá de lo físico y tangible, y en el caso de De Chirico se basa en atmósferas oníricas con iluminaciones irreales y unas perspectivas arquitectónicas imposibles".




