A fines de junio de 1973, la galería Finuart abrió una muestra dedicada a Pedro Logarzo, pintor santafesino que había fallecido el año anterior. El conjunto, sin buscarlo, funcionó como despedida. De hecho, la crítica lo entendió como un recorte de una trayectoria signada por la reserva, el trabajo y una pintura que no necesitó alzar la voz.
Si algo caracterizó la obra de Logarzo fue su compromiso con lo real, no en el sentido de un "realismo académico", sino en la fidelidad a una experiencia íntima, que buscó hablar del hombre sin retóricas.
Archivo El Litoral"Toda su obra está signada por el realismo social", escribió Jorge Taverna Irigoyen en El Litoral, el 30 de junio de 1973. Esa afirmación no agota la profundidad de este artista que nació en Santa Fe y falleció, en la misma ciudad, en 1972.
Una pintura sin alardes
Autodidacta, parte de la segunda generación de pintores santafesinos, Logarzo compartió escena con figuras como Ricardo Supisiche, César López Claro y Matías Molina. Pero su voz fue singular. No porque se desmarcara del grupo, sino porque su mirada operó desde un lugar de honestidad radical, sin concesiones a las tendencias.
"Artista trabajador, honesto consigo mismo -dos condiciones primordiales para el creador verdadero- su obra sufrió todas las oscilaciones propias de un hombre que busca, a través de un lenguaje vivencial, la comunicación que trascienda y eleve", apuntó Taverna.
Gentileza AG ArteY agregó: "su pintura no es nunca agresiva ni llega el dolor a través de medios retorcidos. Se diría, más bien, que elige el camino de lo simple, formal y técnicamente, expresando un rico caudal de contenidos simbológicos de la manera más austera posible".
Esa austeridad es la que se respiró en la mentada muestra de Finuart. En las obras se percibía una atención al gesto humano: el niño con la jaula, la mujer cargando leña y el tranvía como metáfora del desplazamiento social.
Gentileza AG ArteUna llama en la penumbra
Entre todas, había una pintura que parecía presidir la muestra: "Inquietud", realizada en 1970. Una obra mayor en tamaño, pero también en densidad simbólica.
"Su fuerte simbolismo, su diestra integración de las masas tonales, permitiendo que la que está en el centro emerja casi como una llama de clara esperanza, otorga a las formas una comunicación expresiva muy particular", opinó Taverna.
Agregó: "tal vez esta pintura cierra un periodo del artista en que las figuras, estructuradas rectamente, con precisión de líneas rectoras, revelan una definición determinada de las formas".
Gentileza AG ArteHacia una disolución del contorno
La muestra también ofrecía obras en las que la materia se volvía más blanda, donde las figuras se diluían en el entorno. Es el caso de "Chicos con jaula" y "Mujer con leña", con una apertura a lo atmosférico, lo cromáticamente inestable.
"Si bien sus figuras continúan siendo elaboradas por contornos rectilíneos, un tanto estilizados, éstas aparecen como provistas de otra idealidad al no 'cerrarse' frente a la atmósfera cromática de sus contornos", afirmó Taverna.
El uso de las veladuras, un recurso técnico que permite superponer capas de pintura para crear profundidad, cobraba en Logarzo un sentido casi espiritual. Para Taverna, "más un medio para aletargar la atmósfera que un alarde de conocimiento o una exhibición de habilidad".
Gentileza AG ArteSin artificios
La obra de Logarzo rehúye lo que Taverna llamaba "brillos fugaces de corrientes en boga o de artificios verdaderamente 'pirotécnicos' que halagan los ojos de algunos, pero que, a poco, desinteresan a todos".
Finuart reunió en aquel invierno del 73, una muestra que da cuenta de eso. Diez obras que se exhibían por primera vez, sin voluntad retrospectiva. Había, en todo caso, una continuidad con la voz del artista: serena, sobria y lúcida.