Hay pintores que se colocan en el centro de la historia. Por ejemplo, Jacques-Louis David, quien participó activamente en la Revolución Francesa y luego fue pintor oficial de Napoleón. Pero también están los que se colocan en un lugar lateral, a la vez, significativo para entender una época.
Johannes Vermeer pertenece a esa segunda vertiente: la de quienes consiguen, en cierto modo, que la quietud se vuelva inmortal. Su nacimiento, un 31 de octubre de 1632 en Delft, marcó el inicio de una breve pero intensa vida dedicada a plasmar en sus cuadros la belleza de lo cotidiano.
"Militar y muchacha riendo". Foto: Colección Frick de Nueva YorkEl Museo del Prado, al describir su labor, indica que la mayor parte de sus cuadros muestran interiores domésticos, "un tipo de pintura que alcanzó su madurez en los Países Bajos en los años 1650-1675". En esos espacios cerrados y silenciosos, la luz parece tener voluntad propia.
Vermeer, junto a contemporáneos como Gerard ter Borch, Pieter de Hooch o Nicolaes Maes, elevó el género. "Estos artistas realizaron un tipo de pintura muy homogénea: cuadros de pequeño formato, donde el interés radica en la geometría, la composición y la representación de la luz", añade El Prado.
"Mujer con una jarra de agua". Foto: Museo Metropolitano de Arte de Nueva YorkDelft: la ciudad natal
Cuando nació Vermeer, en 1632, Delft era un hervidero de arte, cerámica y comercio. Su padre, tejedor de seda y posadero, también comerciaba pinturas en su local "De Vliegende Vos" (El Zorro Volador), donde se exhibían obras de artistas locales.
Aquel ambiente, mitad doméstico y mitad artístico, fue el primer taller de Vermeer. En 1653, ya casado con Catharina Bolnes, ingresó al Gremio de San Lucas, la institución que regulaba la actividad pictórica en Delft.
"La lechera". Foto: Rijksmuseum de ÁmsterdamEl historiador Miguel Calvo Santos señala que "con once hijos y marchante de arte, se cree que no vivió de la pintura. Quizás por ello sus obras transmiten ese puro placer de pintar".
Afectado por las crisis económicas, Vermeer encontró en la pintura un refugio ante las incertidumbres del mundo exterior. Él mismo lo tradujo en palabras cuando afirmó que "el arte es una expresión de vida que trasciende la realidad cotidiana".
"La joven de la perla". Foto: Mauritshuis La HayaLa alquimia de la luz
Vermeer no basaba sus pinturas en epopeyas o gestas complejas, sino lo que sucedía entre cuatro paredes. Algo que más adelante repetirían creadores como Gustave Courbet, Jean-François Millet, incluso Edgar Degas.
Su inspiración estaba en una mujer leyendo una carta, una criada sirviendo leche, una lección de música, una joven con un collar o dos personas riendo. En esas acciones diarias, el holandés mostró una especie de "metafísica del instante".
"El arte de la pintura". Foto: Museo de Historia del Arte de Viena"El arte de Vermeer idealizó un mundo doméstico habitado, si no animado, principalmente por mujeres, cuyas posturas y expresiones revelan observación atenta y profunda empatía", señala Walter Liedtke, del Metropolitan Museum of Art.
"A menudo sugiere algún tipo de vínculo entre la figura representada y el espectador, insinuando sutilmente a este último en el rol de un voyeur hechizado", añade. Esa "empatía luminosa" que describe Liedtke es el centro del hechizo vermeeriano: la luz ilumina y humaniza.
"Retrato de una mujer joven". Foto: Museo Metropolitano de Arte de Nueva YorkLa National Gallery of Art subraya un aspecto significativo y es que se sabe muy poco sobre las relaciones de Vermeer con otros pintores que pudieron haber influido en la temática y el estilo de su obra.
"Al parecer, conoció a Gerard ter Borch el Joven, con quien firmó conjuntamente un documento en 1653. Otro artista que pudo haber influido en su trabajo durante la década de 1650 fue Pieter de Hooch, quien pintó escenas similares en Delft durante ese período", afirma esa fuente.
"La tasadora de perlas". Foto: Galería Nacional de Arte de WashingtonMás allá de las influencias, lo que distingue a Vermeer es su precisión. El empleo de la cámara oscura, técnica que amplificaba efectos de luz y perspectiva, le permitió alcanzar una nitidez casi fotográfica.
Entre la penumbra y la eternidad
En 1675, a los 43 años, Johannes Vermeer murió endeudado y con una obra que apenas trascendía los límites de Delft. Hubo que esperar tres siglos para que su nombre se convirtiera en sinónimo de misterio y perfección.
"Mujer con laúd". Foto: Museo Metropolitano de Arte de Nueva YorkEn 1995, la Galería Nacional de Arte de Washington D.C. reunió 21 de sus 35 obras conocidas, consagrándolo entre las figuras más reverenciadas del arte universal. Desde entonces, le dedicaron muestras en Ámsterdam, Nueva York y París.
Su obra sigue inspirando, porque tiene algo muy humano: la posibilidad de hallar belleza en la rutina, de mirar lo mismo y verlo distinto. Es que, como dijo Franz Kafka, "lo cotidiano en sí mismo es ya maravilloso. Yo no hago más que consignarlo".
"Muchacha leyendo una carta". Foto: Gemäldegalerie Alte Meister de DresdeDe la tela al celuloide
En 2003, el cine volvió la mirada a Vermeer con "La joven con el arete de perla", protagonizada por Scarlett Johansson y Colin Firth. Ambientada en 1665, la película imagina la relación entre Vermeer y su sirvienta Griet.
Allí, como en sus cuadros, la luz vuelve a ser protagonista. Cada movimiento, sombra y resplandor sobre el rostro de la modelo reitera el milagro vermeeriano que también fue kafkiano: convertir lo cotidiano en revelación.