Jueves 31.12.2020
/Última actualización 13:13
Así se marchó Diego Armando Maradona, así se nos fue a los 25 días de haber cumplido 60 años, una edad de relativa juventud en una era de creciente expectativa de vida y sin embargo sobrecargada al extremo, de orilla a orilla entre las carencias y el glamour, placeres costosos, la cresta de la ola, los cuarteles de invierno y un tobogán cifrado por afectos de lazo roto, pulsiones tóxicas y melancolías sin retorno.
Ya sabíamos, puesto que la del ser humano es también la historia de un par de certezas sombrías, que todos somos mortales y que no hay perfección en la muerte, pero desconocíamos que tan luego Maradona, "El Diego de la gente", se aproximaría al suspiro último y definitivo de la forma que en que la vida lo confrontó y lo castigó.
Sin la compañía de ninguna de sus mujeres amadas en general, sin sus hijos, sin sus amigos, sin sus compañeros de travesía futbolera o del orden que fuere, ni de una sola de las personas más significativas de su derrotero existencial.
Nacemos solos y morimos solos, admitido, pero por inapelable que sea la metáfora, siempre puede emerger un islote de acompañamiento, de sostén y de bálsamo, dispensas de la vida o del destino de las que Maradona careció.
Y si es por carecer, también careció de una despedida que merecía con holgura, a pesar de los pesares y de sus pesares, a pesar de sus errores, de sus gestos fallidos o impropios: a pesar del lado oscuro de su luna, que ni por asomo fue el elemento más relevante en el inventario de su vida.
Había soñado con ser embalsamado o en todo caso que a ninguno de sus idólatras se le negara la posibilidad de despedirlo, de honrarlo con una mirada, una palabra, un gesto de conmovida y encendida gratitud, pero la impronta de sus ceremonias póstumas resultó apresurada, precipitada, caótica y, por extensión, incompleta.
En cierta medida, el universo extra argentino, de norte a sur del planeta (ni hablar del sur de la desconsolada bota napolitana) se abocó a despedirlo con mayor entidad, con más detalle y mejor gusto: doler, duele, pero es la verdad.
Archivo El Litoral¿Habrá margen, tiempo y espacio para un acto de "reparación"?
Quién sabe: los grandes exponentes de la historia de la humanidad reposan en la eternidad de una localización geográfica de acceso sencillo y acorde: ¿Por qué no abogar por un Maradona de mausoleo?.
Se dirá, con asidero, que en Bella Vista su cuerpo remite a una vecindad con el de sus padres, pero Maradona trascendió de forma sideral la sola condición de hijo de doña Tota y don Diego.
¿Fue el mejor futbolista de cuantos ha habido o uno de los mejores" Qué más da. Con independencia de cómo lo considere el autor de estas líneas (menos completo que Pelé, menos perfecto, pero más bello, y nada hay más perfecto que la belleza en grado sumo), así fue considerado.
Y si por ser considerado, asimismo deidad universal, ídolo químicamente puro: portador de dones que no se venden en los bazares, trébol de cuatro hojas, rara avis virtuosa, luminosa y carismática capaz de resistir las analogías con los otros gigantes del deporte argentino.