Tomás Rodríguez
El domingo 21 de julio de 1985, el marplatense Ubaldo Martín Sacco, se consagró campeón mundial de la categoría Walter junior, de la Asociación Mundial de Boxeo, al derrotar por nocaut técnico al minuto 28 segundos del noveno asalto, al poseedor de la corona, el norteamericano Gene Hatcher, quien defendía su cetro por segunda vez.

Tomás Rodríguez
“Campione D’Italia” es una hermosa villa suiza que Benito Mussolini (presidente desde 1922 a 1943 y “Duce” de 1943 a 1945) compró para un municipio italiano y quedó para siempre como un injerto inexplicable. Al parecer se trataba de tener un lugar donde los italianos pudieran jugar debido a que el casino estaba prohibido en ese país. De tal manera, “Campione D’Italia” es una comuna peninsular en territorio de Suiza, con costumbres, moneda, estilo y orden de este país.
Hace muchos años, el mendocino Nicolino Locche Devenditti (Tunuyán 2 de septiembre de 1939, hijo de sicilianos), el 12 de diciembre de 1968, a quien le decían “El Intocable”, conquistó el título mundial de los welter junior al derrotar en el estadio “Kuramae Sumo” de Tokio, por nocaut técnico en el décimo capítulo a Paul Takeshi Fujii.
Casi 17 años después, Sacco, el natural de la “Ciudad Feliz”, le obsequió al deporte argentino un nuevo título en la disciplina de las “narices chatas”, con una exhibición de boxeo brillante, ataviado con la elegancia que sólo tienen los hombres de jerarquía, pero también acorazado con la naturaleza anímica que sólo poseen los elegidos. Pinta, corazón, estilo, coraje, inteligencia y una personalidad rebelde y diferente.
Se trata del duodécimo argentino campeón mundial de boxeo profesional de la historia, en la que se introdujo demostrando más que nunca que el talento puede darse la mano con la hermosa locura de creer ciegamente en sí mismo.
La pelea
Los primeros rounds fueron tremendos, Sacco había anunciado que esta vez desde el comienzo iría en busca del campeonato que le había prometido a su padre, que tenía que jugarse a lo que saliera; no quería más tarjetas injustas en su vida y movido por esa convicción, intentó poner todas sus fuerzas en el período más breve.
El campeón Hatcher, cambió su esquema boxístico del primer combate y en lugar de permitir que el argentino dominara la pelea con su izquierda extendida, salió a estrechar el espacio metiéndose en la distancia corta y proyectando desde allí toda su artillería.
Nadie dudaba que Sacco sabía más en matería técnica, pero existía la incertidumbre con relación al aspecto físico, si el sudamericano tendría resistencia física.
Dos imágenes quedaron reflejadas para los que vieron la pelea en el ring-side o por las imágenes de TV, Hatcher atacando con la cabeza gacha y voleando su derecha; mientras Sacco, paradito, recibiéndolo con el gancho de derecha, tras quitar el torso levemente.
En las dos primeras vueltas, el aspirante estableció claras ventajas; en la tercera, Hatcher tuvo dos aciertos con sus ganchos abiertos que encontraron bajo el puño izquierdo del argentino, ganando el parcial el poseedor del cinturón de la disciplina welter juniors.
La definición
Emotivo y espectacular fue el cuarto escalón, parejo, violento, de ida y vuelta, pero en el quinto habría de definirse la situación; física, técnica y psicológicamente, Sacco pasó de contragolpeador a atacante, dándole cada vez más fuerza a sus golpes, justos, veloces y potentes; trabajando las piernas para cambiar los ángulos de proyección de sus envíos. El marplatense le dio tal paliza que Hatcher, quien ya mostraba el ojo izquierdo inflamado, se arrodilló voluntariamente para encontrar un respiro, mientras un estallido de sangre le escapaba de la nariz y su mano derecha, levantada, pedía clemencia, pensando que Sacco, al verlo así, podría pegarle.
El referi mexicano Ernesto Magaña le contó hasta ocho —de protección— y le advirtió que la próxima vez que se arrodillara daría la pelea por finalizada. El público deliraba, convirtiendo el murmullo en hoguera; las tres decenas de argentinos agotaban con sus gritos las gargantas y hundían el piso; todos tiraban con “Uby”; mientras Hatcher, el fuerte, el pétreo, el inconmovible, parecía el toro doblegado, esperando la espada mortal.
A partir de entonces, el norteamericano fue menos y el púgil argentino comenzó a generar energías, observar a su rival maltrecho le sirvió para solidificar una convicción ahora reflotada. En el sexto asalto debió salir a definir el encuentro, sin embargo, prefirió boxear; del paso al costado, la izquierda, en directo, el cross de derecha; fueron el oficio y el talento; compensó con el tren inferior aquello que de a poco iba recomponiendo sus fuerzas en los envíos.
La pelea tenía un destino seguro, sólo faltaba saber en que momento a Hatcher se le agravaría la herida en el ojo izquierdo; pareció que todo terminaba en el octavo round, debió ser así. Cuando el Dr. Mario Sturia (médico italiano designado por la AMB) revisó la lesión del texano Hatcher, en el arco superficial izquierdo, con pérdida de abundante sangre, Sacco le dijo al profesional: “Terminala, estoy cansado de pegarle, no doy más”.
Tito se enojó con él
El promotor Juan Carlos Lectoure, responsable de la realización del ansiado combate, concretado por su amistad con su colega italiano, Rodolfo Sabbatini, vivió momentos muy difíciles, desconcertantes, previo al combate y junto al padre de quien esa noche se transformaría en el duodécimo campeón mundial de boxeo que brindó la República Argentina.
El pesaje de ambos contendientes tuvo lugar a las 11 en una elegante carpa levantada a un costado del casino, a cuya derecha estaban las aguas brillantes del Lago Lugano, alrededor los múltiples y silenciosos verdes alpinos, debajo de una hierba mansa y sedosa, abiertas por la mitad, de tanto en tanto, se observaba la presencia de algún motor ruidoso e insolente; sobre la vereda, las mesas de amplias circunferencias protegidas por sombrillas de diversos colores; en algunos momentos, se observaban de ida y vuelta, yates portando humanidades turísticas ansiosas de sol.
Cabe consignar que, dos horas antes, a las 9, “Uby”, su padre y entrenador, Ubaldo, recordado púgil marplatense, Tito Lectoure y Luis Corio, un amigo de la infancia del púgil desafiante, se dispusieron —como es habitual— a un chequeo de peso, unos gramos arriba; no era nada teniendo en cuenta que la noche anterior. “Uby”, su esposa, Tito y otros invitados asistieron a un party en el casino donde reinaron el caviar, el salmón, el champagne y ese desfile de entremeses que lucen apetecibles aunque se sepa recién al probarlos que cosas contienen.
“Uby” comió un poco de cada cosa, después junto a su esposa Inés se animaron a bailar el bolero de Ravel como si se tratara una pareja más de turistas. Antes de acostarse tomó un cuarto de pastilla para poder descansar.
El problema fue el día de la contienda, después de desayunar, el challenger se puso y la malla y junto a su esposa se cruzó al hotel de enfrente, el lago de Lugano para disfrutar del sol y la piscina. En ese momento, Lectoure no aguantó más, llamó a Ubaldo su padre y le pidió que en 10 minutos sacara a su hijo de semejante disparate.
Sacco padre fue, gritó y “Uby” no de manera sumisa, abandonó la piscina. Toda la comitiva argentina pensaba que era una locura estar bajo los rayos de sol de 30 grados, deshidratándose a 10 horas del gran combate.




