Años de puja entre los vendedores ambulantes y los comerciantes del microcentro culminaron con la decisión municipal de reubicar los vendedores en el Parque Alberdi, un bello paseo sembrado de variada arboleda que fue remozado para deleite de los santafesinos pero que se ha convertido en una toldería. Stands precarios armados con chapas, cartones, media sombras y carpas, provocan una resistencia a la vista. Bajo techos sostenidos por soportes de madera o hierro, cuelgan remeras, bermudas, toallones y ropa multicolor de baja calidad, CDs de música de dudosa procedencia, anteojos de sol, sombreros y toda clase de menudeces (desde agujas hasta relojes despertadores). Los puestos están ubicados en la vereda oeste del parque, sobre calle Rivadavia, y cada vez van copando más espacio a lo largo: desde el Correo Argentino la avanzada llega hasta Tucumán. Si se transita por Rivadavia o se llega a la esquina de 25 de Mayo y Primera Junta se podrá apreciar el mercado paraguayo, que surge inoportuno detrás de imponentes e históricos edificios como los del Liceo Municipal, la Seccional I de Policía y el Correo Argentino. Allí se concentran cerca de 40 vendedores (decir 'ambulantes' es faltar a la verdad puesto que se mantienen fijos), algunos de los cuales forman una suerte de túnel sobre la vereda que obligan al transeúnte a sumergirse en él o bien bajar a la calle para evitar el tétrico pasadizo. Hay que aclarar: la culpa no es de los vendedores, porque ellos se instalan como pueden y con los recursos que tienen, luego de haber sido desalojados compulsivamente de la Plaza del Soldado. En todo caso, habría que poner la mirada sobre quien tiene la responsabilidad de organizar los espacios urbanos. El reconocido arquitecto urbanista César Luis Carli, profesor universitario y autor de libros sobre la materia, recordó el cuestionamiento que se hacía Miguel de Unamuno al recorrer un mercado de pulgas de Madrid: '¿La ciudad es de todos?, se preguntaba Unamuno. Y él mismo se respondía, `Pues no lo es''. Según el arquitecto, 'Unamuno amaba el derecho a compartir la ciudad, sin ser político ni urbanista. El derecho de usar las veredas para reflexionar, las plazas para gozar del silencio y el canto de los pájaros, de deleitarse mirando las vidrieras y saludar con su sombrero a sus vecinos'. Por lo tanto, 'podemos imaginarnos qué diría sobre el `mercado' de calle Rivadavia, más bullicioso y con mayor polución sonora que el de su tiempo', dijo. (Más información en la edición vespertina de El Litoral).































