"Lo que hice en 'La quimera del oro' es exactamente lo que quería hacer. No tengo excusas ni coartadas. Esta película la he hecho tal y como he querido". Palabra de Charles Chaplin.
El actor y director estrenó su obra más ambiciosa en 1925. Pero sus imágenes todavía devuelven interrogantes sobre riqueza, vínculos sociales y esperanza. Su regreso a los cines.

"Lo que hice en 'La quimera del oro' es exactamente lo que quería hacer. No tengo excusas ni coartadas. Esta película la he hecho tal y como he querido". Palabra de Charles Chaplin.
"La quimera del oro", que en junio de 2025 cumplió un siglo, retorna ahora a los cines a través de una versión remasterizada en 4K que distribuye Cinetopia. En Argentina estará disponible a partir de este jueves 4.
Es un acontecimiento cultural valioso. Es que, como afirmó Fernando Sánchez en Fotogramas, "el filme pasó a la historia como una de las más grandes obras de un cineasta único".
"Y su legado -agregó- ha influenciado a varias generaciones de directores, siendo citada como una de las películas favoritas de leyendas como Akira Kurosawa, Richard Attenborough o Guillermo del Toro".
Cien años después, la película de Chaplin no se ve, ni mucho menos, como una pieza de museo. Se la percibe como un espejo que devuelve preguntas atinadas para el siglo XXI.
¿Qué significa migrar en busca de un futuro mejor? ¿Qué lugar ocupa la dignidad en un mundo atravesado por el hambre y la exclusión? ¿Cómo se sostiene el deseo en medio de una ruptura social?
Chaplin logró algo extraordinario: hacer del dolor comedia, y de la miseria poesía visual. Su Charlot, que queda chiquito ante un paisaje montañoso, habla de la fragilidad humana.
En la página del Museo Nacional de Bellas Artes, donde se proyectó, dice que “el uso del plano medio que permitía mostrar perfectamente a su personaje en un universo hostil a su ridiculez”. Es exactamente así.
Esa puede ser una de las explicaciones de su vigencia: la película es parte de la historia del cine, pero también alude a las tensiones que marcan el presente.
La secuencia del zapato hervido es un gag cómico perfecto, pero también funciona como alegoría del hambre. Esa acción desesperada encuentra hoy correlato en millones de personas que enfrentan la falta de acceso a lo más básico.
La desigualdad, motor de la trama chaplinesca, es un mal endémico del siglo XXI. La película habla de la fiebre del oro, pero bien podría transcurrir ahora, con migrantes que atraviesan fronteras y trabajadores en condiciones extremas.
Chaplin muestra a un hombre que, expulsado por la pobreza, se lanza a lo desconocido para encontrar fortuna. Esa narrativa se repite hoy en los cotidianos exilios forzados, que se dan tanto en Argentina como en otros países.
El desarraigo, la soledad y la necesidad de reinventarse en otro territorio siguen definiendo la vida de millones. Lo notable es que Chaplin, desde el cine mudo, expresa esos problemas.
La película es muy gráfica cuando se refiere a la ruptura de los vínculos que deriva de estas problemáticas. Charlot y su compañero se complementan bien mientras tienen cubiertas las necesidades. Cuando el precario orden de la cabaña se quiebra, se empiezan a ver como enemigos.
¿Hasta qué punto la sociedad sigue condenando a quienes quedan fuera del sistema? ¿Qué significa la prosperidad cuando la riqueza se concentra en pocas manos?
Chaplin no responde, pero sí reafirma a la risa como mecanismo de resistencia, a la ternura un refugio para la exclusión, y a la dignidad como una quimera que vale la pena perseguir.




