“La vida, la novela y el amor” (La Crujía) es la última publicación de Federico Jeanmaire. El escritor nacido en Baradero ha publicado más de veinte novelas, labor paralela a su trabajo como docente e investigador de la UBA.
El autor bonaerense publicó recientemente “La vida, la novela y el amor”, una obra híbrida en donde trabaja las intrusiones entre las tres dimensiones y ahonda en las huellas de una vida dedicada a la escritura.

“La vida, la novela y el amor” (La Crujía) es la última publicación de Federico Jeanmaire. El escritor nacido en Baradero ha publicado más de veinte novelas, labor paralela a su trabajo como docente e investigador de la UBA.
Entre otras distinciones, obtuvo el “Premio Consagración Ricardo Rojas” (por “Mitre”), el “Premio Emecé” (por “Vida interior”), el “Premio Clarín de Novela” (por “Más liviano que el aire”), el “Premio Unicaja Fernando Quiñones de Novela” (por “Darwin o el origen de la vejez”). “Amores enanos” fue finalista del “Premio Herralde”. Varios de sus libros han sido traducidos al alemán, árabe, checo, francés, griego, italiano y portugués.
“Bueno, lo voy a intentar”, introduce Jeanmaire desde Buenos Aires tras el saludo protocolar mediado por la pantalla. La sentencia responde al sondeo por la construcción de la obra que nos convoca: “La vida, la novela y el amor”. El hombre de letras cifra en el verbo (“intentar”) los cimientos de su labor diaria de redacción. “Siempre tengo que estar escribiendo. Escribo demasiado, según mis editores. Había terminado una novela y no se me ocurría la siguiente”. Entonces, intentó. Pero, ¿cómo? O, mejor, ¿con qué herramientas?
La voz de los demás es un buen anzuelo. Uno pone la trucha y cae si la recomendación es buena. Federico fue seducido por estas líneas: documental sobre chimpancés en una selva de Uganda. Vio el primer episodio de “Chimp Empire”: se aburrió. Algo le picó y no precisamente los bichos que le hacen rascarse la cabeza a los primates. “Yo me despierto muy temprano y tomo mate, ahí pienso qué es lo que hago. Me puse a pensar cómo cambiaría la vida de esos chimpancés tener un libro en vez de sacarse los piojos. La única diferencia que tenemos es que leemos y escribimos”, sacó en limpio.
Con este insumo, Federico inició la redacción. “Generalmente, escribo con alguna idea muy muy tenue. Te podría contar de cada novela lo que la originó y es francamente increíble para otra persona. En este caso, empecé con las ganas de escribir sobre nuestra diferencia con esos monos que viven metidos en una selva. Me siento a escribir sin tener mucha idea de lo que voy a hacer, pero con todo lo que he aprendido y he pensado a lo largo de mi vida. A Marguerite Duras le gustaba llamar libros a sus últimos textos, porque eran una mezcla tal que ya no pertenecían a ningún género. Mezclaba su vida y lo que pasaba en su pueblo con mil cosas”, dice señalando el sextante de su aventura.
Pero, se sabe, no hay dos sin tres. Ni tres sin cuatro. Porque al método (escribir siempre), al estudio del arte (documental sobre chimpancés) y al marco teórico (Marguerite Duras), se sumó una premisa casi de cuña futbolística. “Una idea que tengo es que uno escribe como vive. Eso es muy fácil de ver cuando vos te dedicás a escribir. Yo agarro una novela y sé si esa persona necesitó conocer todo de su personaje antes de escribirla, si necesitó saber el final, o si se sienta como la mismísima Marguerite Duras a escribir sin saber muy bien hacia dónde va eso que está escribiendo. Lo que intenté con este texto fue contar de una manera elíptica cómo la vida se te mete en lo que escribís y cómo lo que escribís se te mete en la vida. Porque es dual. Entonces, se me metieron cosas de mi hijo y cosas de mi madre que había vivido y estaba viviendo”.
Federico Jeanmaire dice que es un hipercorrector. Cuando promedia la página 150 de una novela tiene la obligación autoimpuesta de sentarse a leer lo que lleva escrito. Todos los días un poco. “Necesito entender lo que está pasando, quiénes son los personajes, qué quieren, adónde van. Yo soy de escuchar a los personajes, dejarlos ser. No sé de antemano qué va a pasar. Dos páginas más allá de lo que voy escribiendo no tengo idea de lo que va a ser”, amplía. A propósito de esto, el escritor y docente nacido en Baradero trae a colación un recurso que supo utilizar en “La banda de los polacos” (2023). Allí, un quiosquero llamado Borges oficia de narrador de la novela y es quien les adelanta a los protagonistas el futuro inmediato. “Pero solamente les puede anticipar un par de páginas porque ni siquiera él sabe lo que va a pasar después”.
La aventura de escribir “La vida, la novela y el amor” significó para Jeanmaire un particular trabajo sobre los silencios -dijera Gabo Ferro en esta nota- o blancos. “Creo que el novelista que más me interesa de la historia de la literatura argentina es Antonio Di Benedetto. Manejó los blancos de una manera extraordinaria en una época donde no había blanco en la literatura”, revela Federico, abriendo una nueva ventana a su proceso creativo. No será la última vez que lo haga. Por ejemplo, cuando sabe que está ante una novela que comienza (Macedonio dixit), cuenta que ya pone un título “X” y su nombre abajo, como si fuera la portada. Esa sensación de que en algún momento no muy lejano se va a publicar le da mucho ánimo. Pero, además, le sirve “para dibujar la geografía de esa página”.
Son tres las dimensiones de la obra. La novela, por cómo se estructura en el título, es lo que está entre la vida y el amor. Entre entre los entres, diría Les Luthiers. El autor de “Fernández mata Fernández” también juega ese papel: es hijo de una madre que comienza a olvidar y padre de un hijo que recuerda. Por eso no extraña que este libro haya nacido en un ínterin. “Nunca pensé que esto iba a salir publicado, te soy sincero”, dice Federico que si algo transmite en el tono de su voz es que no miente. “Lo escribí. Creo que fueron un par de meses, hasta que se me ocurrió la siguiente novela. La editorial me pidió un prólogo para un libro de Julia Coria sobre autoficción. Vanesa [Hernández], la editora, o Julia me dijo: ‘¿No tenés algo?’ Se lo mandé y le gustó. ‘Lo hacemos’ me dijo”.
Algo que atrapó al entrevistado es que sea “una colección rara”, donde al final del arrebato ensayístico interviene un cuento. La pequeña narración que Federico recuperó para “La vida, la novela y el amor” data del año 2018, cuando estaba becado en la zona del Loira, en Francia. “Me habían pedido un cuento para los chicos que estudian español como segunda lengua. Escribí ese cuento, que era el cuento del amor. Era una época en la que escribí la novela ‘Amores enanos’. No me gustan mucho los cuentos que escribo, pero ese me pareció que estaba bien. Y era inédito en Argentina. Lo mandé y les gustó. Quedó un título maravilloso para el libro, porque mi texto se llamaba ‘La vida y la novela’, pero ahora con el amor es atrapante. Me encantaría que todos los títulos de mis libros terminaran con la palabra amor”.
Aquí se detiene el autor para dar cuenta de algo, dejarlo en letras de molde: “Yo hablo del amor, no es otra cosa lo que hago”. Leer y escribir es una parte fundamental en la vida de Jeanmaire. Por si quedaran dudas, lo reafirma. “Por supuesto que uno ama a montones de otras cosas -entre ellos a mi madre y a mi hijo-, pero la escritura es lo que me movió toda la vida. Escribo porque no puedo estar sin escribir y no se me ocurre la novela siguiente. Gran parte de mi vida la paso haciendo esto, no porque sea un oficio, sino porque amo lo que hago. Esa es mi relación con los libros, con mis propios libros, con lo que pienso y con lo que leo”.
La colección dentro de la que se inscribe el libro es #SerEscritor. Comparte catálogo con títulos como “Tengo hasta ahí” (Florencia Gattari) y “307 consejos para escribir una novela” (Félix Bruzzone). El formato híbrido y su extensión breve ayudaron a que Federico se embale. “Si hubiera pensado en un libro cuando lo escribí sería larguísimo. Lo pensé como un juego, una forma de estar escribiendo algo que tenía ganas de escribir en ese momento. La idea era contar un asunto que esté al alcance de todos. Uno tiene que escribir de la manera en la que habla con los demás, pero además hacerlo con sus herramientas, sus pasiones y sus deseos. No con lo que se supone que es la literatura”.
Ser lector es el punto de capitón en el discurso de Federico. Es el hecho previo y, a la vez, concomitante a la edificación del yo escritor. “Soy un lector que un día se decidió a escribir”, documenta. “Se me ocurre que para un lector lo mejor es hacer cualquier cosa con eso que leyó. Por ejemplo: puntuar de una manera aleatoria, arbitraria. Creo que puntúo más que nada por los silencios, por los blancos. También tiene que ver con cómo escucho yo que habla la gente. La gente mete blancos o silencios en momentos en los cuales no es necesario: cuando necesita darse cuenta si el otro lo está escuchando o si es interesante lo que está diciendo. Eso trato de llevarlo a un texto”, detalla volviendo a Gabo y a Antonio.
En este punto hay otra nota interesante en “La vida, la novela y el amor”, la que refiere a los temperamentos en la literatura. Un modo original de distinguir los géneros. De tocar su piel. Y experimentar su porosidad. De paso, aprender. “Aprendí la palabra ‘plantar’. Los editores llaman ‘plantar’ a cómo van distribuyendo un texto en la producción para publicarlo. Vanesa la plantó de un modo que me encantó. Si hay un temperamento que yo no tengo es el del poeta. A pesar de que mis textos tienen mucha música porque los trabajo de esa manera, yo nunca he podido escribir poesía. Ni siquiera me lo planteo como una posibilidad en mi vida. Cuando ella me lo mandó, yo dije: ‘¡Qué maravilla!’ Es como un libro de poemas. Finalmente lo logré, escribí un libro de poemas, porque está muy bien plantado, ahora que sé que se llama plantado. Le da lugar y le pone luz a cada pequeña zona del texto. Me encantó. Pero fue un trabajo de ella, lo juro, no tuve nada que ver esta vez”.
Un único epígrafe interviene en el libro; hay otros intertextos, pero cabe referirlos más bien como alusiones. El recorte de Malraux se despide con un concepto clave: el vínculo con lo imaginario. Especializado en Cervantes, Jeanmaire conoce muy bien la época en que el escritor francés ubica la frase: el siglo XVI en Occidente. “Fue una decisión de los varones -no de todo el ser humano, sino del varón- el diferenciarse de Dios, salirse del engranaje de la naturaleza como metáfora de Dios en la tierra. Decir, finalmente: ‘Yo soy el sujeto’. Entonces se crea la novela. No es casualidad: la novela nace de la necesidad del hombre de leer la vida de otros hombres con los que se pueda identificar, que vivan de una manera parecida a él. Es un epígrafe que cuenta muy bien ese momento, habría montón de cosas para decir sobre eso”, advierte Federico.
Desde la primera referencia al “documental insoportablemente lento”, el autor se desplaza en eslalon por las fronteras de la palabra soporte. Colgándose de las lianas que le ofrece el término, caprichosamente, elige otra significación. Federico pone pausa y recuerda que días atrás volvió a leer “Los suicidas” de Di Benedetto.
Mientras mi cabeza se pregunta por qué número de lectura irá, nuestro hombre rememora cuando lo invitaron para un homenaje al escritor mendocino, a diez años de su muerte. “Éramos Juanjo Hernández y yo. Desde Francia, Saer mandó un texto que después fue prólogo de una de las publicaciones. Había muy poco público. Cuando se cumplieron diez años más, eran cuarenta escritores y críticos que hablaban de Di Benedetto. Es una emoción haber recuperado eso porque es fantástico y se estaba perdiendo”, dice antes de instalarse de lleno en uno de los paisajes de la novela que integra la trilogía de la espera (junto a “Zama” y “El silenciero”). “El narrador está contando la historia de un tipo que se quiere suicidar un montón de veces. Pero siempre le pasa algo y no termina de matarse. Pone un punto y la frase. No dice nada sobre lo que está contando la historia ni sobre el personaje del que está hablando. No tiene ninguna necesidad de estar, sin embargo eso es lo que hace que sea una obra de arte. Lo que quiero decir es que no toda una novela es literatura. En muchos momentos, uno necesita contar eso que está contando, solamente narrar. Esa oración es una maravilla en sí misma. Es mejor que cualquier otra cosa en la vida”. La vida es tenaz.




