Hay autores cuyas obras pueden ser consideradas "clásicas". Para que tal condición se cumpla, las mismas deben ser revisadas y reimaginadas en distintos contextos. En los cuales siempre tienen algo para decir, sin perder la potencia inicial.
Planeta Cómic publicó una nueva adaptación al cómic de la obra del estadounidense. Esto renueva la vigencia de un escritor maldito. ¿Qué tiene Lovecraft que sigue despertando culto en cada generación?

Hay autores cuyas obras pueden ser consideradas "clásicas". Para que tal condición se cumpla, las mismas deben ser revisadas y reimaginadas en distintos contextos. En los cuales siempre tienen algo para decir, sin perder la potencia inicial.
Howard Phillips Lovecraft, el atormentado visionario de Providence, es uno de los autores que alcanzan tal categoría. Su influencia, lejos de atenuarse, parece haber virado hacia una forma persistente de permanencia cultural.
Desde las revistas pulp de los ‘30, su influjo atravesó a lo largo de los años los videojuegos, el cine, la música y, más recientemente, el manga japonés. Esto amerita algunas preguntas: ¿Qué explica esta vigencia? ¿Por qué sus criaturas siguen hablándole al siglo XXI?
Para Juan Luis González, de editorial Valdemar, la respuesta es que "para todo aficionado a la literatura de terror que se precie, Lovecraft vendría a ser como Jesucristo para un creyente cristiano, siendo Dios Padre Poe". Así lo sentenció en diálogo con Arancha Serrano para el diario 20 Minutos.
Y agregó: "Con Lovecraft el terror dio un giro copernicano y se convirtió en horror cósmico: miedo a los espacios infinitos poblados por indescriptibles semidioses amorales, miedo a seres de otras dimensiones".
Ese giro del que habla González es una metáfora adecuada. La ruptura que Lovecraft introdujo en la literatura de terror fue dejar atrás el miedo a lo íntimo, a lo doméstico o lo gótico para sumergirse en un terror nuevo: el del desconocimiento absoluto del universo y su inmensidad.
Algo que, para trazar un paralelismo reciente, está presente en "El eternauta". Juan Salvo y sus amigos se enfrentan a un peligro que va más allá de su comprensión y deja al ser humano en un lugar de insignificancia absoluta.
Así lo explican Eduardo Gallego y Guillem Sánchez en un estudio crítico sobre el autor: "Consideraba que el universo era un lugar incomprensible, dentro de cuya vastedad nada importaban los logros de la humanidad".
"Se refería a él como ‘un cosmos totalmente incógnito e incognoscible, en el cual la humanidad no constituye sino un átomo transitorio y despreciable’", añaden. Desde esa perspectiva, el miedo no proviene de la oscuridad, sino de lo que habita más allá de las estrellas.
Hay un cuento que integra las "colaboraciones póstumas" entre Lovecraft y August Derleth que deja claro este viraje. Se titula "La hoya de las brujas" y aunque hay personajes que remiten a las vertientes del terror previo, al final vira a la ciencia ficción.
La literatura de Lovecraft, como su vida, fue un proceso de encierro y concentración obsesiva. J. M. Sadurní, en un artículo publicado por National Geographic, traza tres grandes etapas en su evolución.
"Una primera etapa gótica, que fue desde 1905 a 1920; la segunda, una etapa onírica que abarcó desde 1920 a 1927, y una etapa final que tuvo como base la filosofía cosmicista (desde 1927 a 1937), en la que el cosmos es visto como un todo inmenso y hostil".
Este viaje desde lo gótico hacia lo cósmico coincidió con el endurecimiento de sus ideas metafísicas, su ruptura con los ideales humanistas del siglo XIX y su progresivo aislamiento.
"Su obra es un reflejo de su vida, que fue de todo menos fácil: vivió aislado, concentrado en sus particulares mundos literarios, casi extravagantes, y entregado a la creación y disfrute de mundos paralelos", añade Sadurní.
Esa devoción por la construcción de universos y lenguajes propios lo convirtió, incluso antes que J.R.R. Tolkien, en un arquitecto de "mitologías". Su corpus de criaturas, ciudades y razas extraterrestres terminó siendo conocido como "Los Mitos de Cthulhu", cosmogonía del horror.
Sobre esta etapa crucial, entre 1925 y 1935, Gallego y Sánchez advierten: "Los Mitos de Cthulhu: época materialista que se irá decantando hacia escenarios próximos -Nueva Inglaterra- y planteamientos cada vez más cercanos a la ciencia ficción”.
"Es su etapa más personal y desarrolla a fondo sus propias obsesiones, aunque hay que señalar que esta clasificación es meramente orientativa, pues Lovecraft no seguía ningún plan al escribir y algunos de sus relatos podrían encuadrarse en varios de estos grupos".
No todo en Lovecraft es mito, imaginación o literatura. También hay sombras que lo alejaron por décadas del canon. Sus cartas y algunos relatos revelan un pensamiento ultraconservador, xenófobo y elitista.
Daniel Gigena, subraya en un artículo publicado en La Nación: que a pesar de ello "una gran cantidad de lectores de revistas pulp y de seguidores de la ciencia ficción, el terror y la literatura fantástica hizo que sus mitologías extraterrestres y sobrenaturales pasaran a la posteridad".
El tiempo jugó a su favor. Fue rehabilitado por la crítica especializada, y su estética se convirtió en una cantera para la cultura pop contemporánea.
Esa vigencia encuentra una nueva y poderosa expresión en la reciente adaptación al manga de "El morador de las tinieblas", a cargo del artista japonés Gou Tanabe, publicada en Argentina por Planeta Cómic.
No es una obra aislada: Tanabe ya adaptó títulos como "El color que cayó del cielo", "En las montañas de la locura" y "La sombra sobre Innsmouth", con una gran fidelidad estética y narrativa. En este nuevo tomo, se rescata uno de los relatos tardíos más célebres de Lovecraft, escrito en 1935.
La sinopsis señala que "Robert Blake, un joven interesado en el ocultismo, queda fascinado por una iglesia abandonada en Federal Hill. Su investigación revela que la iglesia tenía una siniestra historia relacionada con un culto llamado la Sabiduría de las Estrellas".
"Atraído por el misterio alrededor de esta iglesia, Blake entrará para desentrañar todos sus secretos y descubrir por qué es un tema tan temido por los habitantes locales", añade.
Tanabe transpone la atmósfera densa, la amenaza latente y el vértigo metafísico de Lovecraft a un lenguaje visual fiel al espíritu original. Una "traducción cultural", en el mejor de los sentidos.
La pregunta final es inevitable: ¿por qué seguimos leyendo Lovecraft? La respuesta está, posiblemente, en su capacidad para interpelar un miedo arcaico: el de nuestra insignificancia cósmica.




