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Sofía Balbuena

"Nadie elige qué es lo que lo termina sosteniendo"

La escritora e investigadora argentina radicada en España publicó su tercer libro. En diálogo con El Litoral, la autora de “Sutura” visitó cada una de las casas simbólicas por las que salta el corazón migrante de la narradora.

"Nadie elige qué es lo que lo termina sosteniendo""Nadie elige qué es lo que lo termina sosteniendo"

Jueves 23.10.2025
 14:16
 / 
Actualizado al Jueves 23.10.2025 14:29hs
Leonardo Pez
Leonardo Pez

Sofía Balbuena nació en Salto (Buenos Aires) y reside en Madrid. Es licenciada en Ciencia Política (UBA), Máster en Creación Literaria (Universidad Pompeu Fabra) y Máster en Literatura Comparada (Universitat Autònoma de Barcelona). En 2022 recibió la Iowa Arts Fellowship para cursar el Master of Fine Arts en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa, del que se graduó en mayo de 2024.

Ha publicado los libros “Doce pasos hacia mí” (2022), “Borracha menor” (2024) y “Sutura” (2025, Seix Barral). Trabaja como lectora, editora y scout literaria y dicta talleres de escritura y lectura. Cuentos, ensayos y poemas suyos han aparecido en revistas de Estados Unidos, México y Argentina. El Litoral conversó con la autora a propósito de su última novela.

“Quería narrar la voz de la obsesión porque había leído a Chris Kraus”. Foto: Gentileza Planeta

Tenía razón

-¿Cómo nace “Sutura”?

-Lo primero que yo pude aislar en una página, con alguna intención literaria, fue una segunda persona abierta que revelaba un mecanismo compulsivo de conversar con alguien que no contesta. Quería narrar la voz de la obsesión porque había leído a Chris Kraus (“I love Dick”). Después, apareció el diario de limpieza como registro de una persona en situación migrante que en su país de origen no hubiese sido una trabajadora de limpieza. Por otro lado, está la idea de cómo la obsesión te ayuda a transitar una situación, tapando u oscureciendo esa degradación en las condiciones de vida.

-¿Cómo te resultó valerte de la segunda persona del singular?

-Hay experiencias distintas en el uso de la segunda persona. En “Sutura” va variando esa persona a la que ella se dirige, permitiendo cierto cambio en la modulación. Es un poco de aire porque no le hablás a todas las personas de la misma manera.

Pero, a veces, presenta problemas narrativos. Yo tuve como profesor, en Iowa, a Horacio Castellanos Moya. Nos hicimos amigos. A mí me gustaba que él me corrigiera porque tiene una exigencia con el texto que alguien que escribe más parecido a mí no hubiese tenido. Entonces me medía con una vara más alta. “Yo sólo la veo a ella. Ni siquiera lo veo a él”, me decía. Tenía razón. Pero ese no era un límite del texto: la segunda persona es una forma de no dejar hablar a nadie. La paradoja es que se trata de una escritura dedicada, un sentimiento que la narradora despliega y que quiere que el otro se entere, pero ni siquiera apela a que le contesten. Lo único que quiere es decir lo que a ella le resulta importante.

Cuando entendí que era un texto cerrado y podía asfixiar, resolví el problema narrativo. Los otros personajes no tenían que verse ni los íbamos a ver a través de ella. Hay escenas, pero no hay justicia para con ninguno de ellos. La única justicia es la que ella puede, más o menos, administrar dentro del marco de su conciencia y de sus ejercicios de pensamiento. Pero no hay una visión de esa segunda persona que se evoca separada de la mirada de quien está narrando. Eso me sirvió para saber que el texto tenía que ser corto. Es más poderoso así que estar insistiendo con explicitar. Cuanto más alegórico fuera, mejor se iba a soportar esta segunda persona tan cerrada porque permite ciertas apropiaciones que, sino, no serían posibles.

“Detrás de cada palabra que yo puse hay un libro que leí”, asume Sofía. Foto: Gentileza Laura C. Vela

Dolores y costuras

-¿Te leíste mucho en voz alta lo que ibas escribiendo?

-Yo no publico nada si no lo leo en voz alta y funciona. Es la prueba de fuego. Si no siento que tiene un ritmo, no le pongo la firma. Me tomo muy seriamente a mí misma. Hubo mucho cambio de orden, cosas que no funcionaban en el conjunto del fragmento y tuve que renunciar a ellas para que el texto fuera breve.

-¿Cómo vas dando con las huellas que llevan del dolor físico al metafísico?

-Me di cuenta muy tarde que la metáfora del texto era la cirugía del corazón. En la primera versión, ella decía: “Me operaron del corazón cinco veces”. Varias personas que lo leyeron me sugirieron que podía empezar ahí. Mercedes Halfon me dijo hace mucho que todo lo demás era una gran cirugía a corazón abierto. Entonces, ¿por qué no empezar con una cirugía a corazón abierto como metáfora textual? Cuando estaba terminando, Lina Meruane me dijo: “Esto tiene que crecer, esto puede ser un libro”. Como tuve otras ofertas por el libro y cosas así, lo alargué. Quería que recorriera todo el texto.

Diría que fui llegando por aproximación. Creo que Stephen King es el que dice, en “On Writing [A Memoir of the Craft]”, que escribe de corrido. Él escribe una historia y en la corrección ve que ha dejado ciertas cosas que pueden volverse metáforas: imágenes recurrentes o pequeños sentidos que van fortaleciendo o poniendo luz en la trama principal, pero a modo metafórico. Es un trabajo de segundo orden la construcción de la sofisticación del texto. Yo no me creo Stephen King, ni creo haber contado una historia como la de él, pero me identifico con eso. Entonces, me puse más fina con la construcción de cirugías del corazón: las marcas, las cicatrices, las suturas y las costuras. El fragmento es, también, una forma de costura. Una costura disociada. Para reforzar ciertas ideas que ya estaban pero quedaban medio disgregadas.

-En la descripción de esos dolores (operaciones, aborto, tatuajes), aumenta la certeza de que estamos ante un libro que habla sobre el cuerpo y desde el cuerpo.

-Yo la nombro siempre a Chris Krause, pero ahora voy a nombrar a la otra ídola: Maggie Nelson. Cuando una expone cómo se realizan las cosas, o sea, cuando una explicita las condiciones de su humillación o aquello que la avergüenza, la vergüenza se pierde. Se invierte esa capacidad de subyugar a quien está ocultando algo porque resulta que no le resulta cómodo contarlo.

El ejercicio es ese, salvando las distancias. Yo no me quiero comparar. No he sido subyugada, discriminada ni perseguida como lo ha sido la comunidad queer, pero hay algo de “robar” esa estrategia: tratar de no sentir vergüenza. Una utiliza todo eso para construir un texto que más o menos funciona. Siento que hay un trabajo literario que puedo defender, que me gusta y con el que estoy conforme, pero esos temas o vivencias están puestas ahí. También hay un grado en el que no es posible humillarme o subyugarme por algo que me pasó y que elijo contar. El otro día vi en Internet una frase de Maggie Nelson. Ella decía que, cuando la entrevistan, siempre hay una pregunta del tipo: ¿No te genera miedo o incomodidad estar tan expuesta? Y ella dice: “No, pero a vos, por ahí, sí”. Voy a empezar a usar esa respuesta porque me pareció muy elocuente.

“No he sido subyugada, discriminada ni perseguida como la comunidad queer, pero hay algo de ‘robar’ esa estrategia: tratar de no sentir vergüenza”. Foto: Gentileza Laura C. Vela

Tierra, piso, hogar

-La narradora va construyendo su círculo de amistades en el nuevo país, lentamente pareciera que se va asentando. Ella sabe dos cosas: que llegó tarde a España y que se la tiene que bancar... como pueda.

-Sí, claro. Todo es como uno puede. Esa cuestión, el arco de ella, también decantó sobre el final del proceso. Si aprendió algo o no aprendió nada. Me vine a vivir a otro país un poco para alargar la juventud porque estaba escapando de cierta normatividad... ¡y me costó todo esto! (risas). Ahora no sé si tengo adónde volver. Creo que el aprendizaje es que todo se hace a un costo. Puede haber una segunda, tercera, cuarta o quinta juventud... pero los años pasan. Incluso si uno está disociado viviendo una nueva juventud. Ella aprende que se puede todo, pero cada vez sale más caro.

En un momento, pensé en sacarle a una de las amigas y dejar que fuese un trío. Después me di cuenta que eso lo que hacía era ecualizar el texto, los lugares y los énfasis. Ella como protagonista, como narradora, hubiese querido que él fuese el centro de su vida y dedicarle la vida entera. Pero el hecho de que él no haya querido, la obliga a abrir el campo y pensar un poco más en los otros vínculos que la están sosteniendo en un contexto de inmigración. Se volvió importante que el peso cabal de las relaciones se repartiera de forma ecuánime entre todos ellos. Yo hubiese preferido otra cosa, pero quizás esa es la otra enseñanza: nadie elige qué es lo que lo termina sosteniendo. Se trata de negociar con que las cosas no sean como una quiere. Tratar de enhebrar, suturar, coser.

-Por su prolijidad y limpieza distribuida en cápsulas poéticas, “Sutura” se asemeja a una casa de muchos ambientes.

-Nunca lo había pensado. El otro día me hicieron un cuestionario en Eterna Cadencia. Me preguntaron por el objeto más antiguo que tenía. Elegí un muñequito, para no poner los 76 que tengo, y que llevo mudando conmigo desde que me fui de Argentina. Donde los pongo es mi casa. Tengo una amiga escritora (Clara Obligado) que se exilió acá en la dictadura. Antes de salir del país andaba con una ranita. La ponía en la mesita de luz de donde sea que durmiera. Ella me dijo que eso le daba cierta continuidad, donde sea que estuviera. Una sensación de tierra, de piso, de hogar.

Yo creo que hay tanto movimiento, tanto personaje, tanto cambio, tanto trayecto, que pensé el tono, el fragmento. Establecer una serie de continuidades que permitieran saltar de una cosa a la otra sin perderse. Como si te diera un mapa para que te vayas anclando por el camino. Si yo te voy a llevar de habitación en habitación, te voy a dar un hilito para que puedas volver a salir cuando esto termine. Sabía que había que establecer algún tipo de continuidad fuerte para que no se desagregara todo porque el fragmento es complicado. Cualquier cosa puede entrar en un libro con fragmentos: yo podría haber puesto lo que sea ahí adentro y hubiese encontrado la forma de justificarlo. Pero hay un cuidado en que las cosas digan lo que tienen que decir, en no engolosinarme. Está la idea de construir un piso sobre el cual podemos habitar ese libro. Podemos pensarlo como unas pequeñas casitas, que más o menos se parecen, por las que te vas saltando. Yo puse el piso ahí para que fueran ecuánimes el tono y la densidad de cada fragmento (y su precisión).

“Levrero se vincula directamente con el texto porque hay una pregunta por la muerte o por la vejez”, explica la investigadora y tallerista argentina. Foto: Gentileza Laura C. Vela

Fantasmas

-¿Cómo fue entrando tu formación en escritura creativa, fundamentalmente la voz de Mario Levrero, en la obra?

-La obsesión en sí misma, como búsqueda literaria, estaba sedimentada en la lectura. Yo me dedico a los libros de mil maneras distintas. La lectura es el 60-70% de mi trabajo: como profesora, como lectora editorial, como scout... Quizás se ha vuelto más profesional en los últimos años. Siempre están ahí. Terminé de leer la novela de Daniel Saldaña Parìs, que es sobre la Ciudad de México, y dije: ¡Ay, qué interesante! Hay gente a la que le interesan cosas (risas): le interesan la arquitectura, los animales, la música... A mí me interesan los libros. Yo me mudé muchas veces pero mi biblioteca está buenísima, la cuido un montón. Soy una loca de los libros. Entonces, fue bastante orgánica la manera que encontré de justificarlo textualmente: ella no puede hablar con él (eso implicaría un rompimiento), entonces le habla a través de libros. Le pone libros sobre la mesa porque no le puede decir lo que le pasa.

En la trama entra así, pero detrás de cada palabra que yo puse hay un libro que leí, una autora que me gusta, una búsqueda de copiar lo que me gusta de los escritores a los que admiro. Yo escribí otro libro -que no salió en Argentina-, se llama “Borracha menor”. Y el libro anterior (“Doce pasos hacia mí”) tiene una segunda parte que se llama “El diario de la beca”, un homenaje a Levrero. Levrero siempre está. El paradigma latinoamericano contemporáneo es Bolaño, toda su obra. Pero yo creo que “La novela luminosa” literariamente es igual de importante para nuestra generación que “Los detectives salvajes”, en términos de las posibilidades que abren para nosotros. Bolaño propone el modelo de novela canónica, disgregada en cinco novelas, en donde todo está hablando un poco de lo mismo pero por distintos caminos.

Levrero se vincula con el texto mío porque hay una pregunta por la muerte o por la vejez. En mi libro ella se pregunta cómo va a envejecer. Yo pienso esa premisa en la literatura y pienso en “La novela luminosa”. En este hombre que está intentando escribir su gran obra: ya viejo, ya cansado y muy solo en Montevideo. Este hombre trata de sentarse todos los días frente a la computadora antes de que lo agarre la muerte. Salvando las distancias, yo estoy pensando en eso. Todo el imaginario de la disgregación, el poder recrear textura para hablar de nada durante 600 páginas... y que el tipo te lleve 600 páginas hablando de la pequeña trama policial con las palomas en la terraza del edificio de al lado, la máquina de hacer yogur, o hasta contarte esa situación violenta con la mina (una violación). Hay algo ahí en el modo en que se enfrenta a sus problemas, propio del método de escritura, que yo aprendí. El narrador se enfrenta a sí mismo y a sus fantasmas a través de la escritura, después de un largo discurrir de páginas haciéndose el boludo. Es una gran lección. Cualquier escritor contemporáneo debería leer “La novela luminosa” con el mismo compromiso con que se lee “Los detectives salvajes” o “2666”.

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