"No tardamos en toparnos con un retén. Al llegar a la esquina donde termina la Plaza de las Facultades había un tanque detenido".
En la obra póstuma de Diego Rojas, la dictadura de 1976 se ha perpetuado, la violencia institucional es normal y los bolivianos están confinados en guetos. Una ucronía perturbadora que dialoga con los peores rasgos de la actualidad.

"No tardamos en toparnos con un retén. Al llegar a la esquina donde termina la Plaza de las Facultades había un tanque detenido".
En la literatura, la ucronía funciona como una lente que deforma. Es un género que imagina realidades alternativas a partir de un punto en el pasado donde un evento histórico ocurrió de manera diferente a como realmente sucedió.
De acuerdo a las necesidades sirve para exagerar, trastocar o alterar un hecho histórico y de esa forma mostrar cosas que, en el presente, a veces preferimos no ver.
"Los días de La Zona", la novela póstuma de Diego Rojas, se inscribe en esa tradición: imagina una Argentina donde la dictadura militar nunca terminó. No hubo elecciones en 1983 ni un Raúl Alfonsín exclamando "con la democracia no sólo se vota, sino también se come, se cura y se educa".
Medio siglo después, Argentina es un estado policial que reprime las disidencias. Las consecuencias son la naturalización de la violencia, un nacionalismo paranoico y la fabricación de un enemigo funcional (los inmigrantes).
La ficción parte de un escenario siniestro pero que si miramos la situación actual de Argentina es verosímil: los inmigrantes bolivianos están confinados en un gueto, La Zona, convertidos en una suerte de chivo expiatorio de los problemas nacionales.
Allí sobreviven en condiciones miserables, organizando sus propias reglas, pero siempre bajo el acecho de un régimen que los utiliza como símbolo del mal, como amenaza que justifica el control social y la violencia institucional.
"Dentro de La Zona vivían miles y miles de personas que habían establecido su propia economía, sus propios circuitos sociales, sus propias normas. Todos se encontraban lejos de lo que se promocionaba como la ciudadanía argentina, lejos de la educación oficial, lejos del Estado", se lee en un pasaje.
El concepto de ucronía es una de las claves para entender la novela. Como recuerda Luis Pestarini: "En ocasiones, las ucronías son verdaderas declaraciones de posturas políticas e ideológicas, a veces de manera no intencional".
"La ucronía es, como buena parte de la mejor ciencia ficción, narrativa especulativa que se afianza en un cambio conceptual -en este caso un punto de divergencia- para reflexionar sobre sus consecuencias sobre el hombre y la sociedad", agrega.
Ese punto de divergencia, en la novela de Rojas, es preciso: la dictadura de 1976 siguió. Desde allí, deriva la perpetuación de un orden represivo, la institucionalización del miedo y el "relato" de un antagonista para echar culpas.
En este sentido, la obra de Rojas dialoga con clásicos como "El hombre en el castillo" de Philip K. Dick, donde los nazis ganan la Segunda Guerra Mundial, o "Fatherland" de Robert Harris, que imagina un Tercer Reich triunfante en los años '60.
La trama sigue a Ariel Schraiber, un periodista que de forma clandestina difunde información contra el régimen. Esta decisión de Rojas (él mismo era periodista) resulta significativa, sobre todo para reflexionar en un momento en que el periodismo es atacado con fiereza.
Ariel, durante su trabajo, se cruza gracias a la información de una de sus fuentes con el hallazgo de varios cuerpos de jóvenes bolivianos torturados, lo que desata una cadena de acontecimientos que desnudan la brutalidad del sistema.
Rojas despliega allí su oficio de periodista de investigación: las escenas tienen el tono de una crónica, con precisión en los detalles, sin concesiones líricas.
El estilo es seco, directo, pero cargado de imágenes perturbadoras: morgues, retenes militares, bares clandestinos, cuerpos marcados por la tortura. Las temáticas tienen una vigencia escalofriante: discriminación, xenofobia, prejuicios de clase, control social, derechización política y miedo como herramienta de dominación.
La demonización de la comunidad boliviana en la novela tiene mucho que ver con la estigmatización actual de los inmigrantes: desde los discursos que los acusan de "robar trabajo" hasta el uso del odio como recurso de poder.
Lo más inquietante de "Los días de La Zona" es su tono admonitorio. La Argentina que propone Rojas no parece tan ficticia: muchos de esos elementos están presentes en discursos políticos y hasta en la vida cotidiana.
La novela se vuelve así incómoda pero casi necesaria: obliga a pensar qué sociedad estamos construyendo entre todos, qué discursos toleramos, qué límites estamos dispuestos a cruzar.




