Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? Hace unos días ha comenzado el mes de septiembre y con él, el mes de la Biblia. Con esta iniciativa la Iglesia se propone acercar la Biblia al pueblo, pues no hay vida cristiana sin la Palabra de Dios. Hace tiempo, San Jerónimo afirmaba: "El desconocimiento de la Biblia es el desconocimiento de Jesucristo". ¿Y usted -querido amigo- lee la Biblia? ¿Se deja interpelar por la Palabra de Dios? ¿La Biblia lo cuestiona, lo compromete? Qué momento oportuno para pensar y reflexionar. Para continuar con mi reflexión, les comparto esta bella anécdota:
"Un novicio decía al santo Arsenio: - Padre, es que yo leo la Biblia y no me queda casi nada. El santo entonces mandó al joven a sacar agua de un profundo pozo con un canasto empolvado y sucio. Después de una hora le preguntó: -¿Has logrado sacar agua? - Nada, respondió el discípulo, toda se sale por las rendijas del canasto. - ¿Y el canasto, cómo ha quedado?... preguntó el maestro. - Ah, el canasto si ha quedado totalmente limpio, sin polvo y sin basura. - Mira, le dijo san Arsenio, eso es lo que hace en tu vida la lectura de las Sagradas Escrituras: aunque no se te quede casi nada en tu memoria, la Palabra de Dios te va manteniendo el alma limpia, y va alejando de ti la mancha del pecado y la basura de los vicios".
En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: "(…) Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". Se nos invita a asumir los riesgos propios del discipulado, es decir a no ser tibios e indiferentes. Hay que ser decididos, hay que cargar la cruz. Y cargar la cruz en nuestra sociedad actual implica -ante todo- ser una presencia profética y significativa, defendiendo los valores evangélicos. En tal sentido, la reforma constitucional que se está realizando en la provincia de Santa Fe, tan oportuna y necesaria, nos interroga a muchos católicos.
La propuesta de los constituyentes de pasar del Estado Confesional al Estado Laical (o "neutral") nos preocupa. ¿Por qué se quiere eliminar esta formulación de la Constitución en vigencia? Podemos eliminar la expresión "Estado Confesional" en el papel y poner otra, pero con esto no sé si se responde a la realidad; no sé si se respeta la fe de la gente de la provincia de Santa Fe, en su mayoría católica. No nombrar a la Iglesia Católica en la nueva Constitución, tal como lo afirman los obispos, es no reconocer su aporte histórico, cultural y espiritual, y su presencia viva que día a día sigue acompañando la vida del pueblo santafesino.
Al padre Jorge Mario Bergoglio le gustaba citar un poema de Francisco Luis Bernárdez, hoy muy actual: "Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado". En otro contexto, y en otro tiempo, el papa Juan Pablo II bregaba incansablemente para que la Constitución de la Unión Europea reconociera las "raíces cristianas" del viejo continente, porque su identidad era incomprensible sin el cristianismo y eran vitales para su futuro. Y no se equivocó.
¿No pasa algo parecido en nuestra Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz? ¿Es atinado omitir las raíces católicas en la Arquidiócesis de la "Vera Cruz"? Son preguntas que se dirigen a todos nosotros que habitamos estas bellas tierras santafesinas. La población de la Provincia de Santa Fe en su mayoría es católica. Me maravilla, viendo cómo muchos padres enseñan a sus hijos su fe, buscando la fundamentación en la Biblia; ellos escuchan más a Jesús que a otras teorías e ideologías puramente humanas, que se nos quieren imponer.
Concluyendo, permítanme contar una historia personal. Mi padre era una persona enamorada de la Palabra de Dios. En la mesa de luz tenía siempre dos libros: uno era "Imitación de Cristo" y el otro, un ejemplar pequeño titulado "Nueva Alianza". Leía apasionado toda la historia de Jesús, porque en ella encontraba las enseñanzas para su vida y para la vida de su familia. Y su testimonio, realmente tuvo una importancia fundamental en el despertar de mi fe y la de mis hermanos.
Él nos hablaba de Jesús como si lo conociera personalmente. De él, todos recibimos el primer alimento espiritual que hoy es la "perla más preciosa" en nuestras vidas. Entonces pensemos por unos momentos y preguntémonos: ¿Qué lugar ocupa la Palabra de Dios en nuestras vidas? Que Dios nos bendiga.