El avance de la inteligencia artificial redefine nuestra humanidad al desafiar capacidades cognitivas y creativas, planteando dilemas éticos y regulatorios cruciales.
La expansión acelerada de la Inteligencia Artificial (IA) marca un punto de inflexión histórico comparable, y posiblemente superior, a las revoluciones industrial y digital. A diferencia de tecnologías previas, la IA avanza sobre una de las características más distintivas del ser humano, su capacidad cognitiva y creativa. Estamos creando máquinas capaces de superarnos en partes fundamentales que nos definen como especie. Esta singularidad la convierte en una tecnología de propósito general con impactos transversales sobre el modo de crear, aprender, trabajar, producir y generar valor; en fin, sobre las bases de la organización de nuestra sociedad.
Los desafios sociales, éticos y regulatorios. Byung-Chul Han, filósofo y sociólogo de la Universidad de las Artes de Berlín, alerta sobre la posibilidad de erosión de la autonomía y la creatividad humana en una sociedad cada vez más guiada por sistemas predictivos, pero también plantea una cuestión fundamental: la IA puede no puede pensar ni crear desde el estremecimiento existencial, carece de la “dimensión afectivo-analógica del pensamiento”, esa capacidad de ponerse la piel de gallina, propia de la experiencia humana.
Shoshana Zuboff, socióloga y profesora emérita de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, advierte que la IA amplía la posibilidad de captura masiva de datos por las corporaciones que la crearon, su comercialización y su posible influencia en el comportamiento social y político de las masas en base a la discrecionalidad que manejan sobre sesgos en los algoritmos y la información que éstos recopilan y proporcionan.
El físico y especialista en computación cuántica José Ignacio Latorre, de la Universidad de Barcelona, afirma que la IA no es como la inteligencia humana que integra razonamiento contextual, ética y creatividad, pero su poder radicar en la escala, velocidad y eficiencia sobrehumana con la que procesa información. Afirma que su impacto depende del diseño humano, lo que exige una alfabetización social y ética y la necesidad urgente de regular su uso para seguir garantizando derechos.
Mariana Mazzucato, economista de la University College of London.
Según la economista Mariana Mazzucato de la University College of London, el desafío es orientar y regular la innovación. Gobernar la IA en aras del interés público exige abordar relaciones con los monopolios digitales. Sin gobernanza pública la IA tiende a concentrar valor en pocas corporaciones capaces de socavar las bases del sistema social y económico si no se establecen regulaciones apropiadas.
En Argentina, en su Manifiesto por una Inteligencia Artificial para el Desarrollo (2025), FUNDAR propone una IA que también oriente su innovación al interés público -salud, educación, justicia, desarrollo productivo; construya capacidades locales en talento e infraestructura de calidad para minimizar la dependencia extranjera. Propone también una regulación que garantice la proteccion de datos personales y una estrategia nacional que que coordine academia, empresas y sociedad civil, reduzca brechas territoriales y de género y realice cooperación internacional garantizando la gobernanza adecuada de sus impactos y capacidades nacionales propias.
El desafío ambiental
El entrenamiento de modelos de IA consume cuantiosas cantidades de energía y agua por el alto consumo que tienen los procesadores gráficos (GPUs) y las unidades de procesamiento tensorial (TPUs) que transportan la información y su necesidad de constante refrigeración para funcionar. La Agencia Internacional de la Energía advierte que los data centers podrían duplicar su consumo eléctrico hacia 2030.
Por primera vez los procesos cognitivos propios de los seres humanos son reemplazados por procesos de máquinas intensivos en recursos naturales que consumen cada vez más electricidad, agua y minerales críticos necesarios para los componentes electrónicos de los cuales dependen -cobalto, litio, silicio, tantalio, entre varios otros. Esto abre debates centrales sobre la soberanía energética, la gestión del agua, la localización geopolítica de la infraestructura y la huella ambiental que genera su expansión.
La sostenibilidad ambiental de la IA se convierte así en un nuevo eje estratégico para empresas y Estados obligando a integrar criterios ambientales en el diseño y despliegue de políticas públicas y en el proceso de desarrollo tecnológico.
El carácter inédito de la IA reside en su capacidad de producir textos, imágenes, código y decisiones desdibujando la frontera entre herramienta y trabajo intelectual. Esto lleva a una reconfiguración significativa de las actividades humanas en el mercado laboral. El "Informe del Futuro del Trabajo" del Foro Económico Mundial indica que alrededor del 40% de las habilidades laborales actuales cambiarán o serán obsoletas para 2030, impulsado por IA, automatización y transición verde -59 de cada 100 trabajadores. Habrá una redefinición del trabajo en la cual la complementariedad humano–máquina será clave.
La Organizacion Internacionald del Trabajo (OIT, 2025) estima que el 25% del empleo mundial (838 millones de puestos) está expuesto a la IA generativa. Un 3,3% (115 millones) enfrenta riesgo de automatización, afectando más a mujeres que hombres. El Massachusetts Institute of Technology (MIT, 2025) afirma que la adopción de IA generativa puede mejorar hasta un 40% la productividad en tareas intensivas en conocimiento. Advierte también que un alto porcentaje de implementaciones generativas aún fallan, haciendo necesarios humanos para juicio ético, creatividad estratégica y adaptación contextual.
Según la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina, el impacto principal no será, al menos en el corto plazo, una destrucción generalizada de puestos sino una reconfiguración del contenido de las tareas dentro de los empleos existentes sustituyendo tareas específicas, complementando el trabajo humano y elevando la productividad individual, especialmente en ocupaciones intensivas en información.
La IA no solo cambiará qué tareas se hacen sino cómo se hacen, combinando herramientas con conocimientos contextuales y juicio humano en actividades clave. Los empleos exigirán conocimientos para interactuar con sistemas de IA y evaluar sus resultados, lo que implica una mayor demanda de capacitación continua, adaptabilidad y habilidades digitales críticas y avanzadas y pensamiento crítico.
Se abrirá también una brecha de habilidades que plantea un desafío estructural para los sistemas educativos y de formación profesional. También existe un riesgo claro de polarización ocupacional, con expansión de empleos altamente calificados como decisiones organizacionales complejas -gestión de equipos, estrategias, ética empresarial o riesgos; presión a la baja sobre empleos de calificación media -administrativos y técnicos rutinarios y persistencia de algunos empleos de baja calificación menos automatizables en el corto plazo. Esta dinámica puede incrementar la desigualdad salarial y de oportunidades.
El Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, 2025) también plantea cambios culturales en el trabajo. Además de la productividad, la integración de IA modifica la manera en que las organizaciones generan, comparten y valoran ideas.
El carácter inédito de la IA reside en su capacidad de producir textos, imágenes, código y decisiones desdibujando la frontera entre herramienta y trabajo intelectual.
El desafío humano
Dicen que la revolución de la IA es civilizatoria. Las tecnologías siempre fueron un asunto civilizatorio si entendemos a la civilización como el “Conjunto de costumbres, saberes y artes propio de una sociedad humana”. Son las supuestas mejores formas que encontramos los humanos para hacer las cosas que hacemos o queremos hacer. Producir. Crear. Aprender. Disfrutar. Trabajar. Comunicarnos. El lenguaje es la primera y más fundamental de las tecnologías humanas, la que hizo posibles todas las demás. Sin lenguaje no habría desarrollo cognitivo, ciencias, filosofía y ni la capacidad de concebir la IA.
Estamos, en fin, en la puerta de una nueva revolución tecnológica de la condición humana inventada por humanos. Como toda revolución tecnológica no es neutral, implica relaciones de tensión y poder. Ahora viene el desafío de decidir, en la medida que sea posible, lo que haremos y no haremos con ella. Qué parte nos quedaremos, cuál le dejaremos y cómo desarrollamos nuestra capacidad de agencia para hacerlo en las organizaciones de todo tipo.
Su potencial transformador exige conocimiento, acción, liderazgo público y privado y una reflexión ética profunda. La pregunta central ya no es si la IA transformará nuestra sociedad sino cómo lo hará, quién capturará su valor, bajo qué límites y reglas y con qué impacto en el futuro de nuestra organización socio-económica y del planeta que habitamos.
* Políticas Públicas, Estrategias y Desarrollo -UFRJ