Queridos Amigos. ¿Cómo están? Cuando falta solo una semana para celebrar la Fiesta de Cristo Rey, los textos bíblicos nos presentan el discurso escatológico, que hace referencia a las cosas últimas, a la venida del Hijo del hombre, y a nuestro compromiso con la historia. Nos recuerda que vivimos en un mundo donde todo es transitorio.
En el Evangelio de hoy los discípulos impactados por la belleza del Templo de Jerusalén invitan a Jesús a fijarse en él. La respuesta del Maestro de Nazaret sorprende a todos. San Juan lo expresa así:
“En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: 'Esto que contemplan, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra'. Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a suceder eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto acontecerá? Él dijo: que nadie los engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: 'Yo soy', o bien: 'Está llegando el tiempo'; no vayan tras ellos”.
El discurso de Jesús nos hace ver que todo en esta vida terrena se tambalea. El orden pacífico entre los pueblos es destruido por guerras; la solidez de la tierra, sacudida por terremotos; la vida del hombre amenazada por epidemias y hambres.
Incluso, el templo de Jerusalén tan grandioso sufrirá su destrucción, porque, a pesar de toda su belleza exterior, lleva dentro de sí los rasgos de muerte: la dominación, la explotación, la injusticia, el culto vacío. Hoy sabemos que esta profecía de Jesús se ha cumplido.
En el año 70 después de Cristo, la ciudad Santa de Jerusalén fue destruida por el general romano Tito. El Muro de los Lamentos donde los judíos en la actualidad se acercan para llorar la tragedia colectiva, recuerda los tiempos de prosperidad, belleza y orgullo nacional. El pueblo judío sufrió estas consecuencias porque lamentablemente, no supo reconocer los pasos de Dios.
Mis queridos amigos, el texto de la destrucción del templo presenta un mensaje claro y profundo para nosotros. Qué trágico es para una nación, desobedecer los mandamientos de Dios. Más temprano o más tarde la tragedia está cantada.
Hoy, pensando en nuestra historia argentina, me pregunto: ¿cuántas cosas debemos destruir o eliminar en nuestra Patria para que aparezca con más claridad el bien de todos los ciudadanos? ¿Cuántas “estructuras gigantescas de nuestro Estado” deben quedar destruidas para servir más y mejor al pueblo? ¿Cuántas estafas hay que eliminar porque empobrecen e hipotecan el destino de nuestra Patria?
Es doloroso constatar que, en estos tiempos tan difíciles y complejos de nuestra realidad actual, muchos (no todos…) de nuestros “dirigentes” y “legisladores”, están más preocupados por el poder y el dinero que por el servicio a nuestros hermanos.
Muchos prometen “servir al pueblo” y terminan “sirviéndose del pueblo”. Cuánta razón tiene Albert Einstein diciendo: “Solamente una vida vivida en favor de los otros es una vida que vale la pena vivir”.
Para destacar la importancia de Dios en nuestra vida, comparto con ustedes esta bella historia:
Un niño le preguntó a su papá: ¿de qué tamaño es Dios? Entonces al mirar al cielo su padre vio un avión y le preguntó a su hijo de qué tamaño es aquel avión. Y el chico le respondió: Papá, es pequeño, casi no se lo puede ver. Entonces su padre lo llevó al aeropuerto y al estar cerca de un avión le volvió a preguntar: y ahora hijo ¿de qué tamaño dices que es el avión? Y el chico sorprendido dijo: es enorme. El papá le dijo entonces: Dios es así. El tamaño va depender de la distancia a la que tú estás de Él. Cuanto más cerca estés de Dios mayor El será en tu vida, y mayor será su influencia.
La sociedad de hoy nos tienta continuamente a prescindir del Evangelio y acomodarnos a los valores de este mundo. No nos equivoquemos. En el Evangelio de este domingo Jesús nos exhorta diciendo: “que nadie los engañe”. Podemos construir un mundo sin Dios, pero ¿Qué mundo?
Finalizando mi reflexión, pregunto: Querido amigo: ¿De qué tamaño es tu Dios? Los invito durante estos días a pensar en los temas de la Liturgia de la Palabra de Dios de hoy, para ir preparándonos adecuadamente a celebrar la Solemnidad de la Fiesta de Cristo Rey.
Muro de las Lamentaciones
El Muro de las Lamentaciones o Muro de los Lamentos es el lugar más sagrado del judaísmo, vestigio del Templo de Jerusalén, que fue el santuario más importante del reino de Judá. Su nombre en hebreo significa simplemente "Muro Occidental". Data de finales del período del Segundo Templo, el que sobre el final del siglo I a.C. fue ampliado y remodelado por el rey Herodes I El Grande.
Muro de los Lamentos (o de las Lamentaciones), en Jerusalén.Es uno de los cuatro muros de contención alrededor del monte Moriá, erigidos para ampliar la explanada sobre la cual fueron edificados el Primer Templo (conocido como Templo de Salomón) y el ya referido Segundo Templo, formando lo que hoy se conoce como la Explanada de las Mezquitas por la tradición musulmana, o Explanada del Templo por la tradición judeocristiana.
El nombre "Muro Occidental" se refiere no solamente a la pequeña sección de 60 metros de longitud expuesta en el Barrio Judío, sino a toda la pared de 488 metros. El Templo de Salomón fue construido en Jerusalén en el siglo X a. C., y destruido por los babilonios en el 587 a. C.
El Segundo Templo, en tanto, fue reconstruido inicialmente por los líderes Zorobabel, Esdras y Nehemías en el año 536 a.C. a la vuelta del exilio en Babilonia.