Ustedes, los gringos, piensan que las cosas pasan porque sí, por pura casualidad y en cualquier momento, pero se equivocan, los hombres de la tierra bien lo sabemos. Todo tiene un porqué y el tiempo solo se divierte con nosotros, los humanos.

Ustedes, los gringos, piensan que las cosas pasan porque sí, por pura casualidad y en cualquier momento, pero se equivocan, los hombres de la tierra bien lo sabemos. Todo tiene un porqué y el tiempo solo se divierte con nosotros, los humanos.
Le voy a contar. 1904 no fue un año cualquiera, algo importante se avecinaba; los jefes de las tribus de la región de los grandes ríos, después de mucho tiempo se juntaron para deliberar. Entre los asistentes había un viejo médico brujo, muy conocido y muy apreciado, al menos para nuestra gente. Era toba (qom) y se llamaba Naatuchic.
Como usted sabrá, los qom eran respetados entre sus pares por tener un contacto estrecho con la naturaleza. En esa reunión se habló del futuro de los pueblos aborígenes y, a su turno, Naatuchic habló insistentemente de que estaba llegando el tiempo de la profecía ancestral. Una profecía que todos conocían y temían.
Anunció que se aproximaba el indefectible fin de los tiempos de la libertad de los hombres de las tribus ribereñas. A los guerreros le molestó, a tal punto que el brujo fue expulsado de ese encuentro y se le prohibió hablar con los más jóvenes. Pero los guerreros tenían otros planes e ignoraron sus palabras. El 21 de abril de 1904 los mocovíes, junto con otras naciones de la región de los grandes ríos, protagonizaron lo que los historiadores blancos llamaron "El último malón". Fueron diezmados en lo que hoy es la ciudad de San Javier, por entonces la avanzada al norte del hombre gringo.
Naatuchic fue convocado por los sobrevivientes, y esta vez, ante la evidencia, se lo escuchó con mayor atención. Las cosas pasan siempre por algo. Se preguntará qué tiene que ver esta antigua historia con el Puerto de Santa Fe, del que usted escribe. Bueno, mucho, ya se lo explico. Según se sabe, en octubre de ese mismo año, 1904, se comenzó a levantar el nuevo puerto de Santa Fe. Y no solo eso, los gringos holandeses convencieron a los criollos que había que hacer un canal atravesando la isla, territorio sagrado entre los nuestros, para que los barcos de gran tamaño puedan ingresar al nuevo puerto.
Sin perder tiempo y sin medir consecuencias, ese mismo año se contrató a muchos criollos y muchos aborígenes para que comiencen a abrir ese canal a golpe de pico y pala. La excavación, con más de 400 hombres, comenzó allá por fines de noviembre de ese maldito 1904. A los pocos días, excavando, los obreros encontraron, primero, huesos de animales prehistóricos, alguno de los cuales todavía están en el Museo Ameghino de la ciudad. Pero lo más importante, también encontraron un cementerio indio,… y no cualquier cementerio. Un cementerio sagrado, un cementerio de los antiguos.
Los aborígenes que trabajaban en la obra, rápidamente, comunicaron el hallazgo en sus comunidades y la noticia llegó a Naatuchic que, pese a estar viviendo a cientos de kilómetros, de inmediato comenzó el viaje a Santa Fe. Al llegar se reunió con obreros y sus familias indígenas. Inspeccionó el lugar e inmediatamente pidió que suspendan la obra. Se comprometió también a mediar con los gobernantes para pedirles, suplicarles si hacía falta, que suspendan la excavación del canal de acceso o, al menos, que trasladen el ingreso al puerto a otro lugar, sin atravesar terreno sagrado.
Pese a días insistiendo, ni los ingenieros holandeses, ni los argentinos, ni los políticos recibieron al viejo médico brujo qom. Lo que sí hicieron, al enterarse de algunas deserciones entre los obreros, fue enviar a los capataces holandeses abocados a construir los edificios a la isla, frente a la costa de la ciudad. Su misión era poner orden para no demorar los tiempos del canal. Antes de regresar a su tribu, Naatuchic habló con los caciques y jefes de un enojo de los originarios dueños de la tierra y un repudio a la gran obra del nuevo puerto que, a diferencia del de Colastiné, alteraba el curso de la madre naturaleza y avanzaba sobre tierra sagrada de los antiguos pobladores.
Seis meses después, en junio de 1905, la ciudad de Santa Fe experimentó la furia destructiva del río Paraná. La creciente más importante que nuestra región haya registrado inundó y destruyó todo a su paso. Obviamente, la obra del canal de acceso quedó suspendida. Tiempo después, los sobrevivientes de las naciones ribereñas volvieron a encontrarse, y esta vez Naatuchic fue escuchado respetuosamente por todos. A su turno, el ya muy anciano médico brujo solo se limitó a decir: "el tiempo de los hombres libres ha terminado". El canal de acceso al puerto local se concluyó luego de la gran creciente, inaugurándose en 1910.
El nombre de los tres ingenieros holandeses que llevaron adelante la gran obra, Dirks, Dates y Van Hatten, se recuerda hasta nuestro días con admiración y respeto. Naatuchic, el médico brujo de los qom pasó al olvido. Al fin y al cabo, el último malón, el cementerio de los antiguos y hasta la gran inundación de 1905 solo fueron incidentes menores en la historia de los hombres, devorados por el tiempo. La monumental obra de ingeniería del Puerto de Ultramar de Santa Fe, alguna vez, también lo será. Hasta el gran río algún día morirá y será olvidado. Pobres seres humanos, aun nos cuesta entender que el tiempo se divierte con nosotros.




