Han pasado tres décadas, pero en Recreo todavía hay quienes recuerdan con nitidez la sirena que rompió el silencio de la calurosa tarde del 12 de diciembre de 1995. En aquella jornada Marcelo “Chajá” Ferreyra —prófugo de la cárcel de Las Flores— irrumpió en una vivienda familiar y desató una violencia incomprensible: asesinó a una madre y a sus cuatro hijos pequeños.
La única sobreviviente, la hija mayor, logró escapar y pedir ayuda. Su relato permitió reconstruir uno de los crímenes más estremecedores de la historia santafesina. Treinta años después, la herida sigue latiendo.
La fuga que nadie dimensionó
Ferreyra se había escapado del penal de Las Flores semanas antes. Su evasión generó preocupación, pero con el paso de los días su figura pareció diluirse entre rumores y rastrillajes sin resultados. Se movía entre zonas rurales y barrios del Gran Santa Fe sin ser detectado, aprovechando la falta de controles de la época.
Esa falla, lo admitirían después funcionarios y especialistas, sería el primer eslabón de una cadena trágica.
El Litoral reflejó en su tapa el hecho conocido como la Masacre de Recreo. Foto: archivo El LitoralAquella mañana maldita, Ferreyra llegó hasta el barrio Hipotecario de Recreo e irrumpió en la casa de la familia Vega-Toledo. Sin piedad asesinó a puñaladas a Nélida Toledo, que estaba en avanzado estado de embarazo y de sus cuatro hijos pequeños, Alberto (11), Sebastián (10), Roberto (8) y Cristian (un año y medio). a quienes también apuñaló sin darle oportunidad alguna de defensa.
Claudia Guadalupe Vega, que por entonces tenía 14 años, aterrada y desorientada, pero con una valentía sorprendente, consiguió llegar hasta la vivienda de un vecino donde pidió auxilio. Él fue quien llamó a la Policía que de inmediato inició un operativo de búsqueda del despiadado asesino.
Tiroteo y captura
Minutos después la zona donde se consumo la masacre estuvo rodeada de uniformados. Ni bien advirtió la presencia de la policía, Ferreyra abrió fuego contra los uniformados que respondieron a los disparos. Como saldo del tiroteo, el malviviente recibió dos impactos de bala, en la pierna y el codo.
No obstante ello, alcanzó a trepar los tapiales vecinos, pasó por los techos y comenzó una fuga que terminó poco después, cuando fue capturado a cien metros del lugar. El ‘Chajá’ llevaba consigo una cuchilla y dos revólveres.
"El Chajá" Ferreyra en uno de los traslados a Tribunales. Foto: archivo El LitoralCuando comenzaba a caer la noche, la noticia ya había sacudido a todo Santa Fe. Los vecinos de Recreo se reunían en la calle sin hablar demasiado: bastaba mirarlos para entender el espanto colectivo. Hubo marchas espontáneas, reclamos encendidos y una sensación de vulnerabilidad difícil de olvidar.
El país entero siguió el caso con atención. No sólo por la brutalidad del hecho, sino porque dejó expuesto cómo un evadido podía moverse durante semanas sin ser atrapado.
Días después, Ferreyra fue puesto a disposición de la Justicia. La sentencia fue contundente: prisión perpetua, pena que continúa cumpliendo hasta el presente.
Un caso que dejó enseñanzas
La masacre de Recreo no sólo estremeció por su violencia; obligó a revisar protocolos, reforzar controles penitenciarios y replantear la forma de actuar ante una fuga. En ámbitos judiciales y policiales todavía se lo menciona como un punto de quiebre en materia de gestión de evadidos.
El 15 de diciembre de 1995 se realizó la primera Marcha de Silencio en Recreo. Foto: archivo El LitoralRecordar la masacre de Recreo no es abrir una página triste: es asumirla. Treinta años después, el caso sigue siendo un llamado de atención sobre los riesgos de la desidia institucional y la importancia de sistemas de control efectivos. También es, sobre todo, un homenaje silencioso a una familia arrasada y a una comunidad que nunca dejó de pedir justicia.