La llegada del calor, las vacaciones y las actividades al aire libre vuelven a poner en primer plano una pregunta que se repite cada verano: ¿cómo cuidarnos correctamente del sol?
La exposición solar forma parte de la vida cotidiana, pero hacerlo sin cuidados puede generar consecuencias acumulativas en la piel. Horarios a evitar, uso correcto del protector, señales de alarma y qué hacer ante una quemadura, la explicación de una especialista.

La llegada del calor, las vacaciones y las actividades al aire libre vuelven a poner en primer plano una pregunta que se repite cada verano: ¿cómo cuidarnos correctamente del sol?
Lejos de plantear una vida sin exposición, la dermatóloga Silvana Leurino propone un enfoque claro y sostenido en el tiempo: aprender a convivir con el sol sin dañar la piel, entendiendo que el cuidado no es esporádico sino constante.
La especialista remarcó que la protección solar no debe pensarse como una acción aislada, limitada a los días de playa o pileta, sino como un hábito cotidiano.
El sol acompaña en todo momento: al salir a hacer un trámite, al practicar deporte, al caminar por la ciudad o incluso en contextos menos evidentes, como la montaña o la nieve, donde la radiación puede reflejarse y potenciarse.
“Esto no es una carrera de 100 metros, es una carrera a largo plazo”, explicó Leurino, y esa definición atraviesa toda su mirada sobre la salud de la piel. Asotarse un día, evitar el sol al siguiente y volver a quemarse después no es una estrategia válida. El daño solar es acumulativo y la piel tiene memoria.
La especialista aclaró que cuidarse no significa evitar el sol por completo, ni resignar actividades placenteras, sino aprender a hacerlo de manera responsable. “No es no ir a la playa o no exponerse nunca. Es aprender a cuidarse para poder vivir de una forma sana”, sostuvo.
Ese cuidado debe contemplar que la exposición no se limita a momentos recreativos. El sol incide durante toda la jornada y en múltiples escenarios, por lo que la protección tiene que adaptarse a la vida diaria.
Uno de los puntos centrales del cuidado solar tiene que ver con los horarios. La dermatóloga aclaró que la franja más riesgosa es la del mediodía y la siesta. “No estar al sol entre las 10, 11 de la mañana y las 4 de la tarde es fundamental”, señaló.
El motivo no es solo estético. Cuando la piel toma color, explicó, es porque ya se está defendiendo de una agresión. El bronceado no es sinónimo de salud, es una respuesta al daño. Pero lo que se debe evitar especialmente es el enrojecimiento intenso, la quemadura. “El rojo, la azotada, el ponerse colorado y despelecharse hablan de un daño claro”, advirtió.
Fuera de ese horario crítico, el uso de protector solar es importante, pero no suficiente por sí solo. Cuidarse también implica buscar la sombra, usar gorros, lentes de sol, ropa que cubra la piel, mangas largas o telas adecuadas. “Hay muchísimas formas de protegerse. Buscar la sombra de un árbol, por ejemplo, es algo buenísimo”, resumió.
Cuando se trata de familias con niños, la planificación cobra un valor especial. Según explicó Leurino, lo ideal es que los bebés no se expongan de forma directa al sol antes del año de vida. A partir de los seis meses ya se pueden usar protectores solares, pero la prioridad debe estar puesta en la ropa como barrera física.
“En los chicos es donde más énfasis hacemos: manguitas largas, ropa que los proteja, porque nada cuida más que eso”, remarcó. En ese sentido, organizar el día de playa también es una estrategia de cuidado: ir por la mañana, retirarse al mediodía, almorzar en un lugar cubierto, descansar durante la siesta y volver por la tarde.
Evitar la exposición en las horas centrales no significa no disfrutar del día, sino hacerlo de manera más saludable.
Ante la variedad de opciones disponibles, la especialista recomendó comenzar con un protector solar factor 30. “Lo ideal es que sea contra rayos UVA y UVB, eso siempre hay que chequearlo”, explicó. En las condiciones habituales de Santa Fe, ese factor es suficiente, aunque en lugares con mayor exposición puede optarse por uno más alto.
Sin embargo, el punto clave no está solo en el número. La constancia y la cantidad son determinantes. “Muchas veces se ponen un poquito, lo estiran y creen que con eso alcanza”, advirtió. El protector debe aplicarse en cantidad adecuada, unos 20 minutos antes de la exposición, renovarse cada dos horas y reaplicarse con mayor frecuencia si hay sudoración intensa o actividad física.
Quienes practican actividades como ciclismo, running o remo están especialmente expuestos al sol durante todo el año. Leurino señaló que es común ver zonas del cuerpo muy bronceadas y otras casi blancas, reflejo de una exposición desigual y prolongada.
En estos casos, recomienda elegir los mejores horarios posibles, usar protector solar de manera rigurosa y reaplicarlo con frecuencia. Aunque no siempre sea viable modificar la indumentaria, la protección solar sigue siendo indispensable para minimizar el daño.
La dermatóloga insistió en la importancia del control profesional. En la población general, una consulta anual para un chequeo completo de la piel es suficiente. Sin embargo, hay signos que requieren atención inmediata: lunares que cambian de color o tamaño, lesiones asimétricas, que pican, duelen, sangran, no cicatrizan, manchas ásperas persistentes o bultos que crecen.
Esas señales no deben postergarse y justifican una consulta en cualquier momento del año.
Leurino aclaró que incluso las personas que han tenido cáncer de piel pueden llevar una vida normal. “No es no estar al sol, es no dañarte al sol”, resumió. Dependiendo del tipo de cáncer, el tratamiento puede ser quirúrgico, con cremas o con criocirugía, entre otras opciones.
Se puede disfrutar de la playa, la montaña o las vacaciones, siempre que se respeten los horarios, se use protector solar, ropa adecuada y se mantenga una actitud preventiva.
Evitar la flechada es el objetivo principal. Pero si ocurre, el primer paso es refrescar la piel con baños de agua fresca durante unos 10 minutos, varias veces al día, e hidratarla intensamente con cremas humectantes. Si la quemadura es leve, estas medidas suelen ser suficientes.
En cambio, si aparecen síntomas como fiebre, vómitos o malestar general, es necesario consultar. Y un punto clave: no volver a exponerse al sol al día siguiente. “Es una piel totalmente dañada que perdió su capacidad de defensa”, explicó la dermatóloga, y la recuperación puede llevar varios días.
Cuidarse del sol, concluyó Leurino, no es renunciar al disfrute, sino entender que la piel necesita respeto, constancia y atención.




