Luciano Andreychuk
landreychuk@ellitoral.com
Nació en Colonia, Uruguay, que es como un gran ventanal rioplatense por cuyas rendijas, que son los espacios que dejan los barcos pesqueros, se pueden entrever las costas de Buenos Aires. Pasó su infancia viendo el Buquebús, que lleva y trae y trae y lleva argentinos y uruguayos de acá para allá y de allá para acá. Pasajeros con equipajes llenos y cámaras fotográficas colgadas en el cuello y ridículos sombreros de sol. Su infancia fue así, hasta que creció.
A los 24 años, Eduardo Manancero ya era empleado de una multinacional. Tenía un muy buen sueldo, una casa propia, un auto nuevo, hasta un cuatriciclo y una moto. Hasta que llegó su epifanía, ese chasquido en la oreja que incomoda pero que da una respuesta: era esclavo del materialismo. Decidió así apostar por el despojamiento: se desprendió de sus pertenencias, y compró una bicicleta usada. la aventura lo llamaba.
El Mundial de Brasil 2014 fue una buena excusa para arrancar la odisea. Equipó su bicicleta con enseres de viaje y de acampe, costeó el país carioca por la BR 101. Llegó hasta Río de Janeiro y pudo ver algún que otro partido del Campeonato de Fútbol. Algunos medios lo entrevistaron, y la gente lo empezó a conocer. Luego le ofrecían hospedaje y comida.
Al retorno, en Florianópolis, algo sucedió. Una perrita comenzó a seguirlo. Manancero pidió en un pueblo que alguien ayude al animal desamparado. Pero se encariñó rápido: armó un cajón de madera, lo encastró en la parte trasera de su vehículo y allí se subió Kara. Así bautizó a su nueva compañera de viaje, tan fiel como se sabe que son los perros. Río fue el destino más lejano al que llegó. Luego retornó a Colonia, y al tiempo volvió a Florianópolis. En total, lleva 5 mil kilómetros recorridos en bicicleta. Y unos 1.500 kilómetros pedaleando desde esa isla brasilera hasta esta capital (ver Mapa).
Estilo de vida al revés del mundo
El joven habla en un tono fraterno, algo campechano, como si se mostrara tal como es: no hay impostaciones ni apariencias falsas en sus palabras. “Un día caí en la cuenta de que todo me empujaba a tener siempre el mejor celular, el auto último modelo... la felicidad no podía ser eso, lo material. Debía haber otra cosa, pensé. Ahí decidí salir de aventura”, cuenta Manancero a El Litoral. Soltar todo y largarse, como dice la vieja canción.
De retorno desde Florianópolis, una perrita empezó a seguirlo. “la tomé para ayudarla, para dejarla en un pueblo al cuidado de alguien. Pero me encariñé. Y como estaba solita le hice una caja de madera, la sujeté al asiento trasero de la bicicleta y ahí se subió. Pinté su nombre: Kara, que en Brasil es una expresión coloquial, como decir ‘che’ aquí en Argentina”. Desde entonces, Eduardo y su mascota se volvieron lo mismo, un mismo ser persiguiendo derroteros impensados.
Cómo viaja
Su bicicleta es una Especialized usada, bien equipada, que se la compró a buen precio a otro aventurero norteamericano. Con todo el equipaje que lleva (alimentos para él y la perra, repuestos, equipo para acampar, agua, hasta un pequeño parlante para escuchar música), carga pedaleando 65 kilos extras.
Va siempre paseando, nada de apurar la velocidad. Anda sin reloj y sin almanaque. Y con poca plata encima, la justa y necesaria: “a mi viaje no lo hago yo, lo hace la gente. En cada lugar que paro hago amigos que me ofrecen hospedaje, comida, compañía. Es maravilloso conocer la hospitalidad y la bondad que hay en las personas”. En Brasil conoció a Matías Bosch, su amigo santafesino que hoy lo hospeda en su casa.
El joven aventurero estará unos días más en Santa Fe. Y después, ni él lo sabe. “El destino me llevará a seguir viajando. Mi vida es improvisación”, dice Manancero. Y ahí irá el pibe por las rutas, descubriendo la vida sin mandatos ni modelos sociales predeterminados, sin rutinas ni destinos fijos. Dejará que todo fluya en un discurrir de eventos impredecibles. Y a la par suyo, siempre, siempre, la perra.
Por las rutas, sin apuro
Su aventura hasta ahora viene durando ocho meses. En vísperas del Mundial de Brasil, Manancero fue desde Colonia hasta Florianópolis en bicicleta. Desde Curitiba a San Pablo viajó en colectivo, y vio un partido del Mundial. Luego llegó a Río de Janeiro. Cuando terminó el Campeonato Mundial volvió a Florianópolis a buscar su bici, y retornó a su ciudad natal.
Estuvo un mes en Colonia. Y decidió regresar a Brasil. Llegó hasta Florianópolis, y ahí conoció a Kara. Bajaron por la transitada BR 101 nuevamente hasta Colonia, de ahí fueron hacia Fray Bentos y Gualeguaychú. Llegaron hasta Capital Federal, luego a Rosario, y finalmente a Santa Fe.
Pasaporte Uruguayo es su página de Facebook. Ahí se pueden ver las fotos de sus aventuras.