Domingo 14.4.2019
/Última actualización 8:51
Todos buscamos satisfacciones que vayan más allá de lo personal. Sobre todo en el ámbito familiar, laboral o donde uno pueda desempeñar alguna función social o cultural. Y la artista santafesina Gabriela “Pisca” Garrote ya tenía su experiencia: hace más de diez años que lleva su arte y colabora de diferentes maneras en La Boca (Alto Verde). Pero sin organizarlo, el destino tenía algo más para su vida.
En una visita que le realizó a uno de sus hijos que vive en Madrid, cenó una noche con una amiga y con un grupo de compañeros de ésta (de la universidad), dentro de los cuales había un chico recién llegado de Etiopía, quien describió muy conmovido la experiencia que tuvo.
“Esa misma noche se armó un grupo de WhatsApp que denominamos ‘Los de la leche’. Nos veíamos movilizados por hacer algo. Nada nos costaba comprar un par de latas de leche. Después nos entusiasmamos y compramos una vaca. Luego fue el turno de unas gallinas, para que los chicos puedan incorporar huevos a su alimentación”, le contó Garrote a El Litoral.
La Fundación Emalaikat —el motor de toda esta aventura— es una organización privada no lucrativa, fundada en 2008, cuyos fines de interés general son la cooperación al desarrollo y asistencia social. Su objetivo prioritario es promover la creación y el desarrollo de recursos acuíferos sostenibles en África, concretamente en zonas de Kenia, Malawi y Etiopía. Este último país fue el destino elegido por la artista. “Emalaikat no se encarga de que con pan y agua se salva una vida, sino de hacer un plan nutricional adecuado para el crecimiento físico e intelectual de los niños hasta los 9 años. Que tengan una alimentación coherente, con proteínas, fibras y todas los nutrientes que necesitan. Pero todo esto empieza con la necesidad de tener agua, algo indispensable, y que en muchos lugares, aunque cueste creerlo, no existe”, describió Garrote.
El lugar donde estuvo fue Moketurri, que se encuentra a sólo 70 kilómetros de Adís Abeba, la capital de Etiopía. Pero lejos de tener caminos similares como los que hay en la ciudad de Santa Fe, allí se demora más de dos horas y media para llegar de un punto a otro.
Gentileza Los chicos de Moketurri aprendieron y se divirtieron mucho realizando sus obras de arte.Los chicos de Moketurri aprendieron y se divirtieron mucho realizando sus obras de arte.Foto: Gentileza
En Moketurri los habitantes no tienen las condiciones higiénicas adecuadas, justamente por no tener agua potable. Viven en ranchos circulares, con su propio ganado, y las familias se acuestan a su alrededor. “La gran mayoría de los niños tienen moscas en las pestañas y no se van. Se les posan sobre el lagrimal, que es húmedo y permanece ahí, lo que produce las enfermedades. Es muy común que tengan pulgas, piojos. Por eso el tifus es una enfermedad tan presente en la zona”, relata con crudeza la santafesina.
El agua es lo elemental, entonces desde hace un tiempo comenzaron a hacer los pozos, con equipos electrógenos de energía solar para bombear. Así, la gente retira el agua para el aseo personal y consumo. Además, con el pozo en marcha, hacen sus propias huertas, y cuando las mujeres de la comunidad saben utilizarla se les hace un comedor como “premio”. Y allí es donde se congrega a los niños de hasta 9 años y a las madres embarazadas, que en su gran mayoría son niñas y adolescentes. A todos ellos se les brinda desayuno, almuerzo y merienda.
Ante todo este panorama, Garrote quiso llegar a la gente con el arte. “Sabía, a través de mis e-mails con Lourdes (la monja que lidera todo este movimiento), que ellos no tenían ningún conocimiento del arte. Si bien en Moketurri hay un jardín de infantes (San José) fundado por la religiosa, y también hay una escuela primaria y una secundaria, pero la disciplina del arte, no existe”.
En este tipo de lugares lo más importante en la primera etapa de formación (el jardín) son los hábitos de limpieza. “Las materias son la parte recreativa. Lo fundamental es enseñarle a los niños a alimentarse e higienizarse como corresponde. Ellos llegan y pasan por una suerte de 5 ó 6 palanganas, donde se van lavando con detergente, lavandina y antisépticos, y luego entran a la salita. Tienen sus maestras que le enseñan inglés y los primeros pasos para leer y escribir. Pero lo primordial es enseñarles hábitos: de convivencia, de limpieza y de higiene para prevenir enfermedades”, relató la artista.
“Y en esta pequeña comunidad educativa que es para 350 chicos fue donde llegué —prosiguió—. Hice el diseño de un mural y después todos los chicos fueron pintándolo. Cada niño tomó el pincel por unos minutos para hacer un gesto, de manera que ese mural, hoy se llama ‘Las riquezas de Moketurri’, donde tienen retratadas sus gallinas, sus zanahorias, remolachas y todos los productos que le da la tierra fértil que tienen. El arte llegó para darle un momento de felicidad a los niños”.
Garrote está convencida de que el arte no es una barrera. “No necesito del idioma para comunicarme a través del arte, es como la música, es maravilloso. No necesitás saber de ésta para poder involucrarte y sentirla, y fue tal cual. En la primera aldea donde estuve, empecé a abrir los tarros y las exclamaciones de los niños al ver los diferentes colores eran increíbles: meter mis manos en la pintura y compartir con las de los chicos, formando colores a través de caricias... Ese fue uno de los primeros ejercicios de los conocimientos de la transformación del color. Y a partir de ahí, la experimentación. Yo pintaba sobre un cartón, y después les pedía que hagan lo mismo. Luego pasábamos baldes con agua para limpiar los pinceles y producíamos con otro color. Y así chorreaban y manchaban. Y ves la cara de los chicos cuando se van con su primera obra de arte es hermoso. Hoy hablo con Lourdes y cuando me cuenta que entra a una de las casas y ve una de mis obras o llega a una determinada aldea donde intervine la cocina, es muy emocionante, gratificante”.
“Mi plan de acción era cada mañana acompañar a Lourdes a un grupo diferente o persona, sea visitar un enfermo o llevar alimentos a alguna de las comunidades. Porque el plan nutricional va acompañado de un suplemento que semanalmente se lleva de la fundación a las diferentes aldeas. Una vez que tienen su huerta, Emalaika les acerca un maple de huevo, latas de leche, unos garbanzos, lentejas, arroz, porotos, fideos, para que todos los días haya un rígido plan de alimentación que es supervisado casi a diario”.
Según la entrevistada, las misioneras son muy rigurosas en este sentido, porque consideran que la única salida que tiene esta comunidad es tratar de estar bien alimentado y recibir una buena educación que les permita graduarse, y poder llegar a la Universidad.
“Inicialmente mi aspecto físico para ellos fue raro: mi color de piel, el pelo, eran impactantes. Querían tocarme en forma permanente. Tuve miedo por las enfermedades. Los primeros días me asustaba, porque pensaba en mis hijos y mi familia acá en Santa Fe. Pero después del tercer día, me ‘cayó la ficha’ de que había hecho todo el protocolo correspondiente de vacunas y me sentía saludable, estaba bien. A partir de ahí, me entregué al amor: abrazaba, alzaba, besaba; no me privaba de nada porque el afecto de ellos era tan sin barreras que generaban una gran conexión”, contó Garrote.
Los primeros días después de que volvió a Santa Fe, Garrote pensó que iba a necesitar terapia, pues estuvo muy sensible y conmovida.
“Estando en Moketurri, caminaba por las calles a la mañana cuando me dirigía a la aldea o a desayunar, e iba llorando porque no podía ver el paisaje que me rodeaba. Pero ellos están con los ojos llenos de felicidad y alegría. Viven en otra época, es muy duro lo que se ve allá. Nada que ver a nuestra realidad, algo totalmente opuesto”.
“El final fue desgarrador, se me rompía el corazón. Los extraño mucho a los chicos, por más que a algunos los haya visto sólo un par de horas o minutos. Pero me acuerdo de sus miradas. Los dibujé y esos retratos los doné a la fundación y a fin de año en una cena se vendieron, y de esa manera pude regalarles dos pozos de agua a dos aldeas. Cada pozo cuesta 1000 euros, no es una cifra millonaria, pero quería que ese dinero saliera del arte”, confesó la santafesina.
“Muchos me dicen, que es cierto, en los barrios de acá de nuestra ciudad también hay hambre. Yo voy todas las semanas a La Boca (Alto Verde). Allí, los que tienen altas necesidades cruzan el río (que también es fuente de alimentación), y llega al hospital público, a una plaza, al shopping. Acá todos tenemos un plan de vacunación por ejemplo, algo inexistente en esa zona”, diferenció. Garrote, además de continuar su labor en Alto Verde, tiene pensado volver, pero esta vez a Turkana, en Kenia, con sus hijos.