"No empecé mi trabajo con la intención de conseguir la atmósfera de un viejo film de horror de la Universal, lo único que pretendía era ser auténtico". Lo afirmó Alfred Hitchcock en "El cine según Hitchcock".
Una residencia en lo alto, cerrada y un silencio que inquieta. El notable parecido entre la mansión de Norman Bates y un cuadro de 1925 abre una lectura visual de la soledad como signo cultural del siglo XX.

"No empecé mi trabajo con la intención de conseguir la atmósfera de un viejo film de horror de la Universal, lo único que pretendía era ser auténtico". Lo afirmó Alfred Hitchcock en "El cine según Hitchcock".
En aquel mítico libro, que recoge las charlas que mantuvo con Francois Truffaut, el cineasta inglés negó que la mansión de "Psicosis" tuviera intenciones relacionadas con el universo de lo fantasmagórico. Aseguró, en cambio, que quería ser realista.
Sin embargo, 60 años después, la imagen de esa casa, siniestra, encaramada en la colina detrás del Motel Bates, sigue siendo una de las más inquietantes de la historia del cine, tal vez superada solo por "The Haunting" (1963).
Y el parecido con "Casa al lado del ferrocarril", una pintura de 1925 firmada por Edward Hopper (que nació el 22 de julio de 1882), tiene la precisión justa como para sospechar un hermanamiento visual entre ambas obras.
A 143 años del nacimiento del pintor estadounidense, el cruce con Hitchcock brinda un terreno para pensar hasta qué punto la arquitectura, el silencio y la soledad se transformaron en signos culturales del siglo XX.
Es que ni la mansión de Norman Bates ni la casa pintada por Hopper son decorados: son símbolos de una comunidad relegada en pos del encierro en habitaciones. Donde lo que inquieta no es lo que se ve, sino lo que se intuye.
En "El cine según Hitchcock", Truffaut interroga al director sobre las decisiones que tomó para seleccionar la casa en "Psicosis". La respuesta de Hitchcock es propia del típico pragmatismo británico.
"Creo que el ambiente misterioso es, en cierta medida, accidental; por ejemplo, en California del Norte, pueden encontrarse muchas casas aisladas que se parecen a la de Psicosis; es lo que se llama el ‘gótico californiano’", dice.
"Elegí esta casa y este motel porque me di cuenta de que la historia no provocaría el mismo efecto con un bungalow corriente; este estilo de arquitectura iba muy bien con la atmósfera que debía tener", agrega.
Lo que Hitchcock llama “atmósfera” es, en el lenguaje de Hopper, el contenido profundo del cuadro. "Casa al lado del ferrocarril" muestra una residencia victoriana, aislada, con ventanas oscuras, sobre un terraplén. No hay figuras humanas ni acción, hay arquitectura y silencio.
El crítico Tim Brinkhof lo describe bien: "No se ve mucha gente por el lugar. Si os fijáis, las ventanas están cerradas, y eso indica un abandono, pero sugiere a la vez una vida interior dentro de sus muros, casi como una inquietante amenaza".
Tanto en el cuadro como en la película, la casa llega a la categoría de sujeto. Es un espacio simbólico que sugiere, desde la arquitectura, otras cosas.
La unión entre Hopper y Hitchcock es estructural. Ambos trabajan sobre el mismo clima de época: la transformación de la ciudad moderna en un escenario donde el progreso es sinónimo de soledad.
Según Miguel Calvo Santos, esa tensión entre lo nuevo y lo antiguo está explícita en la pintura: "El tren como sinónimo de industria, y una casa victoriana que se queda silenciosa y solitaria, aunque podemos percibir que el lugar vivió periodos de esplendor", señala.
Y añade: "es como si esta construcción estuviera viendo pasar el progreso y se queda inmutable en el lugar, conservando una dignidad que se va quebrando con el paso del tiempo".
En "Casa al lado del ferrocarril", el tren representa el futuro. La casa es un residuo del pasado que no logra integrarse al nuevo orden. Lo mismo ocurre con la mansión de “Psicosis”, construida sobre una loma que la separa del motel. Bates no vive con otros, sino (cabe el spoiler) con su madre muerta, a la que mantiene embalsamada.
En 1942, Edward Hopper pintó "Nighthawks", su cuadro más emblemático: cuatro personas, de noche, en una cafetería, sin hablar. Todo parece normal, pero algo se descompone, no hay comunicación ni alegría.
Según Brinkhof, "tanto las pinturas de Hopper como las películas de Hitchcock exploran hasta qué punto el progreso y la modernización urbana han hecho del mundo un lugar más solitario y, en consecuencia, susceptible de actos de violencia explosiva e irracional".
La soledad, entonces, es un síntoma social. Hopper la representa con pintura. Hitchcock la transforma en narrativa. Pero el diagnóstico es el mismo: cuando los vínculos se rompen, la violencia puede aparecer como la única respuesta.
A más de un siglo de su nacimiento, Edward Hopper continúa siendo un referente visual para pensar la cultura estadounidense. Su estilo sobrio, su uso de la luz y su tratamiento del espacio influyeron tanto en el cine como en la fotografía contemporánea.
Que esa visión haya llegado al cine a través de Hitchcock es casi natural. Ambos artistas, cada uno desde su lenguaje, comprendieron que los miedos no provienen de los monstruos. Basta con una casa solitaria.




