París, mediados de 1968. La ciudad está plagada de barricadas, slogans, grafitis que incendian las paredes con consignas como "Seamos realistas, pidamos lo imposible", "Prohibido prohibir", "La imaginación al poder".
El creador cumple hoy 97 años. Durante las revueltas juveniles de París, sus afiches recorrieron fábricas y universidades. Lo detuvieron, lo expulsaron y lo devolvieron.

París, mediados de 1968. La ciudad está plagada de barricadas, slogans, grafitis que incendian las paredes con consignas como "Seamos realistas, pidamos lo imposible", "Prohibido prohibir", "La imaginación al poder".
En medio de ese tembladeral, un mendocino camina con una pila de afiches bajo el brazo. Va a la fábrica Renault. No es obrero, ni estudiante. Es Julio Le Parc, el artista argentino que sería uno de los participantes del Mayo Francés.
Hoy, al cumplir 97 años, su historia es la de un creador que nunca separó el arte de la lucha, y que hizo también de la rebeldía un lenguaje estético.
"Un sueño compartido, un sueño anclado en lo más profundo de cada uno, sentir que la vida puede ser de otra manera", recordaría más tarde, cuando los balances quisieron bajarle el precio a aquella revuelta. Para Le Parc, es la persistencia de un ideal.
El recorrido de Le Parc hasta ese mayo ardiente es el de un hombre que habitó las contradicciones. Tras formarse en Buenos Aires en la década del ’50, partió a París con su esposa Marta y sus hijos.
Allí fundó el GRAV (Groupe de Recherche d’Art Visuel), donde el arte óptico y cinético se transformó en experiencia colectiva y experimental. Pronto llegó el reconocimiento internacional: en 1966 ganó el Gran Premio de la Bienal de Venecia.
Pero esa misma notoriedad lo puso bajo la lupa de las autoridades francesas. Le Parc quería transformar la relación entre obra y espectador, y llevar la creación al espacio público.
"Íbamos a la Sorbona pero nos aburríamos de tanta discusión. Entonces alguien anunció que en la Escuela de Bellas Artes se había constituido un taller para hacer afiches. Nos fuimos directamente y empezamos a trabajar ahí", contó Le Parc en una entrevista para RFI.
De ese lugar salieron los carteles que recorrieron las fábricas, las universidades y los teatros, convirtiendo el arte en un "arma" de agitación. La represión no tardó. La policía lo detuvo junto a su colega Hugo Demarco, y ambos fueron expulsados de Francia. En París quedaron su esposa y sus tres hijos.
La presión de los intelectuales (entre ellos André Malraux) logró revertir la medida tras cinco meses de exilio. La experiencia fue un quiebre: el artista entendió que los premios eran efímeros, pero la lucha contra "atropellos, injusticias y abusos de poder" sería para siempre.
Era un momento de mucha efervescencia. Artistas e intelectuales latinoamericanos pintaban murales y se redactaban manifiestos contra la dictadura argentina de Juan Carlos Onganía.
Julio Cortázar, Antonio Seguí, Hugo Demarco y Mario Vargas Llosa integraban un hervidero donde podía aparecer de pronto Jean-Paul Sartre. Era un cruce de mundos: América Latina en exilio y Francia convulsionada.
¿Qué queda de aquel mayo que inspiró movimientos en Italia, España, Checoslovaquia, México y hasta en la Argentina con el Cordobazo de 1969? Para Le Parc, no se trató de victorias concretas sino de una llama prendida.
"Sentir que la vida puede ser de otra manera, caminar, ver, descubrir en los otros el espejo de uno mismo. Compartir a manos llenas, lo más hermoso, lo menos prosaico, lo que no tiene precio: una ilusión", dijo en una entrevista con Los Andes.
"Es como una iluminación: queremos todo. Es un momento mágico que da otra medida de cada uno, que nos reconcilia compartiendo anhelos. Todo se pone patas para arriba en un desorden con un hilo conductor que hace posible lo imposible".
En su memoria, el arte no fue un refugio sino un modo de seguir peleando. Ni los contratos ni las retrospectivas en museos de todo el mundo pudieron alejarlo de esa convicción. En los años venideros, denunció las violaciones a los derechos humanos de las dictaduras de América Latina.




