La pintora Maruja Mallo fue una de las mujeres que (en este caso está bien usado el cliché) se adelantaron a su época. La sociedad, compleja, de la España de entreguerras no supo qué hacer con una mujer como ella.
La muestra "Máscara y compás" reúne seis décadas de creación de una artista visionaria del siglo XX. Todos los detalles de la participación santafesina.

La pintora Maruja Mallo fue una de las mujeres que (en este caso está bien usado el cliché) se adelantaron a su época. La sociedad, compleja, de la España de entreguerras no supo qué hacer con una mujer como ella.
Es que, como narran las biografías, vivía con intensidad las noches "surrealistas" junto a Dalí, Lorca y Alberti (con quien vivió un romance). Y desde esa actitud desafiaba la moral católica y los discursos del poder.
El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid posa la mirada en ella en la muestra "Máscara y compás", una retrospectiva que se inauguró el 7 de octubre y se podrá visitar hasta el 16 de marzo del año que viene.
La exposición, coproducida junto al Centro Botín de Santander, supone un recorrido por seis décadas de creación de alguien que entendió el arte como un acto de libertad, pero sobre todo de autoconocimiento.
Este homenaje tiene un aporte santafesino: dos obras (en realidad, es un retrato bidimensional, no un díptico) que pertenecen al acervo del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.
Se trata de "Cabeza de mujer de frente" y "Cabeza de mujer de perfil" (ambas de 1941), piezas realizadas en el exilio, pintadas en Argentina tras la huida de Maruja de la Guerra Civil, que regresaron a Europa convertidas, tal vez, en símbolos de diáspora artística y afectiva.
Las obras fueron trasladadas a España hace unos meses, en marzo, para integrar la muestra retrospectiva que se inauguró el 11 de abril en Santander. Y luego fueron trasladadas a Madrid, para ser expuestas en el Reina Sofía hasta 2026.
Hay que recordar que las piezas habían sido compradas en 1946 por el museo Rosa Galisteo a la propia artista, a iniciativa del por entonces director, Horacio Caillet Bois.
De hecho Carolina Blanc, parte del staff del museo santafesino, viajó a España para estar presente durante la apertura de la exposición en el mencionado espacio cultural. Fue invitada por su participación en el expediente necesario para que las obras puedan ir a Europa.
Desde allí, contó que es un orgullo que el Rosa esté representado en la muestra. Y que el santafesino es uno de los tres museos argentinos presentes en la retrospectiva, los otros son el Benito Quinquela Martín y el Malba.
"Ya respetada como un miembro más de la Generación del 27, vivió noches de juerga y poesía surrealista con Dalí, Lorca o Alberti. Buñuel por el contrario, no la soportaba, quizás por la defensa de Maruja del amor libre y la igualdad entre géneros", explica la especialista Emilia Bolaño.
A diferencia de muchas de sus contemporáneas, se quitó el sombrero (literalmente) en lo que pasó a la historia como un acto de emancipación: "las sinsombrero", las mujeres que se negaron a esconderse detrás de las convenciones sociales.
Según Clara Marcellán, conservadora del Museo Thyssen Bornemisza, "fue un referente como mujer transgresora, desafió los límites de la época, ganando concursos de blasfemias y reivindicando su completa autonomía".
Aquella joven gallega que en los años 20 se presentaba ante la cámara con el cabello corto y la mirada fija, nunca dejó de poner en crisis a la sociedad. Dalí, fascinado, la definió con un oxímoron perfecto: "mitad marisco, mitad ángel".
La exposición del Reina Sofía, instalada en el Edificio Sabatini (Planta 1), propone un recorrido que es biografía y testamento. Desde sus primeros trabajos, marcados por un realismo mágico de contornos urbanos, hasta las geometrías visionarias de sus últimos años.
"Lo popular no es para ella nostalgia rural ni mirada local, sino un territorio de conciliación e hibridación, contemporáneo y urbano", señala el texto curatorial.
Esa idea de lo popular como laboratorio estético se intensificó durante su exilio en Argentina, al que llegó en 1937 con la ayuda de Gabriela Mistral e invitada por Victoria Ocampo.
Fue aquí donde Mallo concibió una de sus etapas más enigmáticas: rostros monumentalizados, máscaras que son también espejos, figuras que oscilan entre lo animado y lo inanimado.
"La condición de exiliada, escribió la propia Mallo en sus cuadernos, fue la sombra que me enseñó a mirar la luz desde otro lado".
La retrospectiva rescata también su obsesión por el cuerpo, la ciencia y el teatro. Muchos de sus retratos pueden leerse como "autorretratos performativos", afirma el Reina Sofía, recordando su frustrado deseo de ser escenógrafa y dramaturga.
Esa tensión entre el orden y la metamorfosis, entre la disciplina del compás y el misterio de la máscara, resume su filosofía. "Pasé de la geografía a la cosmografía", escribió. Mallo fue una artista que pensó el arte como un sistema ecológico y simbólico, donde las especies, los cuerpos y los mitos se entrelazan en un mismo impulso vital.
La participación del Museo Rosa Galisteo en esta gran muestra es un reconocimiento a la relevancia de las colecciones santafesinas en el mapa internacional.




