El 26 de octubre de 1957, el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez inauguró una exposición muy recordada: la retrospectiva dedicada a Lino Enea Spilimbergo, organizada por el Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia.
En octubre del año 1957, el Museo Rosa Galisteo inauguró una muestra retrospectiva que atrajo artistas y autoridades de todo el país. ¿Cómo fue la cobertura de El Litoral?

El 26 de octubre de 1957, el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez inauguró una exposición muy recordada: la retrospectiva dedicada a Lino Enea Spilimbergo, organizada por el Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia.
Compuesta por 60 obras -óleos, temple, monocopias, dibujos y grabados- que abarcaban veinte años de producción, la muestra reunió a autoridades, artistas y escritores de Santa Fe, Córdoba y Rosario, y a un público que llenó la sala mayor y cuatro espacios laterales del museo.
El pintor, ausente por compromisos personales, envió un telegrama al director del museo, Horacio Caillet-Bois, en el que expresaba su emoción por reunir en Santa Fe una parte sustancial de su trayectoria y enviaba un saludo especial a su primer maestro, Cesáreo Bernaldo de Quirós.
En la sala mayor y en cuatro espacios laterales del museo, la obra de Spilimbergo desplegaba un arco creativo que iba del costumbrismo rural a las síntesis formales más depuradas.
Autoridades provinciales, artistas de Santa Fe, Córdoba y Rosario, escritores y público general se congregaron en un acto que el director del museo, Horacio Caillet-Bois, definió como "uno de los más importantes" del año.
Era parte de un plan de expansión cultural que buscaba acercar al público santafesino la obra de los grandes nombres del arte argentino.
Caillet-Bois, en su discurso inaugural, recordó que Spilimbergo, nacido en Buenos Aires en 1896, había simplificado su apellido original, "Enea di Spilimbergo", y repasó su formación en la Academia Nacional de Bellas Artes, con Pío Collivadino y maestros como Quirós y Ernesto de la Cárcova.
El relato incluyó su paso por París y su acercamiento al taller de André Lhote, así como la influencia de la pintura renacentista y del arte etrusco en la construcción geométrica y el carácter arquitectónico de sus composiciones.
Aunque la de 1957 fue su segunda gran presentación en la ciudad, Santa Fe había conocido a Spilimbergo en 1939, cuando fue invitado de honor del Salón de Arte.
Aquel conjunto memorable incluía óleos, grabados, dibujos y monocopias que mostraban el arco completo de su producción desde 1917, y dejó una marca profunda en el público local.
Su pintura, entonces, ya desafiaba lo complaciente: grandes telas directas, de colores agrios y figuras campesinas, mujeres con haces de sarmientos, arrieros y niños de las sierras norteñas, todos retratados con intensidad.
En la retrospectiva de 1957, la crítica subrayó lo que siempre fue evidente en su obra: una vocación arquitectónica que estructuraba cada composición con rigor formal, y una empatía profunda con sus personajes.
Sus figuras, cargadas de simbolismo y austeridad cromática -azules, rojos, ocres-, parecían hermanarse con civilizaciones antiguas, pero también con el presente doloroso y real de las vidas humildes. No eran simples estudios de formas, sino declaraciones de humanidad.
Su actitud frente al arte fue siempre incorruptible. En los años 20, cuando sus obras no encontraban compradores ni curiosos, mantuvo intacta la fidelidad a sus ideales.
Como subrayaba la crónica de 1957, "si ya nadie discute a Spilimbergo, a pesar de su concepción avanzada y personal de la pintura, nadie pudo nunca discutir su probidad ejemplar y su denuedo en defender sus ideales".
A los sesenta años, en el momento de aquella retrospectiva santafesina, Spilimbergo ya era un nombre de peso más allá de las fronteras. Su obra había llevado el arte argentino a toda América, sin perder nunca el vínculo con los paisajes, las gentes y las tensiones culturales de su tierra.
A 129 años de su nacimiento, recordar la muestra de 1957 en el Rosa Galisteo sirve para ratificar la coherencia y generosidad de un artista que convirtió lo efímero en eterno.




