Por Guillermo Dozo
gdozo@ellitoral.com
Como en todo, uno elige en qué espejo mirarse o en qué lugar pararse. Se está en libertad de optar por lo mejor o por lo peor. Con toda claridad nuestro país se desliza inexorablemente hacia un océano de mediocridad cuando se observan los niveles de corrupción medidos por TI: en 2011 estábamos en el puesto 100 y fuimos corriéndonos al 102 (2012), luego al 106 (2013) y este año la Argentina ocupa el puesto 107. Uruguay fluctúa entre valores similares, pero en la otra punta. En extremo de la virtud. En 2011 estaba en el puesto 25, bajó el 20 en el 2012, al 19 en 2013 y subió al 21 en 2014. Vecinos, nacidos de la misma matriz, no podemos alegar determinismo en nuestro ADN para ser como somos. Años de dirigencia corrupta -en prácticamente todos los órdenes- nos dejan en este lugar incómodo en el mundo. Además de una fuerte voluntad de cambio se necesitarán muchos años para poder ubicarnos en la mitad de la escala. Pero la tendencia que se observa es que el descenso continuará. Seguimos eligiendo lo peor y los ejemplos sobran.
































