De la redacción de El Litoral
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La cinta se cortó, la enorme puerta vidriada se abrió y finalmente, tras seis meses de intenso trabajo contrarreloj, el nuevo edificio de la Escuela Primaria de la UNL fue inaugurado hoy en un multitudinario acto del que participaron autoridades de esa casa de estudios, funcionarios municipales y provinciales, y los propios alumnos, quienes marcaron los tiempos del protocolo con esa excitación incontenible que despierta tener “casa propia”.
Ubicada en 9 de julio 2860, el inmueble -de planta baja y dos pisos- fue refuncionalizado íntegramente para convertirse en una institución educativa (antes, cabe recordar, era sede administrativa de la Obra Social, librería de la universidad y cocheras). Tiene 14 aulas, un espacioso SUM, salas de Tecnologías Digitales y laboratorio, entre otras secciones. Albergará a unos 250 alumnos -del 1º al 5 grado-, pero ese número superará los 300 a medida que se incorporen el 6º y 7º.
Nadie quiso faltar al acto. La calle fue cortada de esquina a esquina para darle escena pública al evento; allí estaba la multitud de padres, docentes y los alumnos, formados el filas, con miradas felices y hasta aliviadas: es que la comunidad de esa escuela debió funcionar en locales alquilados -desde sus comienzos en 2006-, con las incomodidades que ello implicó.
El corte de cinta estuvo en manos del rector de esa universidad, Albor Cantard -quien fue secundado por todo su gabinete académico y los decanos de las facultades- y del intendente Mario Barletta, acompañado por su próximo sucesor, José Corral. (Se hicieron presentes también autoridades provinciales.) La formalidad fue registrada por un centenar de flashes, y luego los presentes ingresaron a la remozada institución. El olor a paredes recién pintadas y esa agradable sensación de lo nuevo cautivaron todos los registros sensoriales.
El izamiento de la bandera nacional obligó a las autoridades a proseguir con la formalidad del acto, pero la algarabía infantil ya había desbordado el protocolo: era mucha la alegría y no había forma de contenerla. La celeste y blanco flameó en lo alto, vinieron los aplausos y la emoción: la soprano Susana Calligaris había interpretado “Aurora” en solemne tono.
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